AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Finalizado)

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Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 3)

Notapor agustin47 » 26 Feb 2014, 18:06

Mola, mola mucho. Esperando el siguiente.
Los milagros no son gratuitos.

La ignorancia a veces puede significar felicidad, y en este caso, la nuestra resulta ser una verdadera bendición.


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agustin47
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Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 3)

Notapor Volgrand » 27 Mar 2014, 20:19

CAPITULO 4: La noche del fuego.

Spoiler:
—Bueno, repasemos el plan —comenzó Mcdolia—. Nos escondemos en este edificio y tú despliegas el artefacto.
—Ahham... —murmuró Aitana mientras trabajaba con el mismo.
—Luego esperamos a media noche a que ocurra la “oleada mágica”, y tu artefacto debería detectar la fuente, ¿correcto?

La arqueóloga escupió el destornillador con el que estaba manipulando algunas runas del detector y asintió, al tiempo que se levantaba y se acercaba a varios palos largos que había en el suelo.

—Pero necesitará varios minutos para triangular la posición, ¿verdad? Lo que significa que deberemos protegerlo.
—Muy observadora. Por suerte el detector no hace ruido y apenas emite luz, por lo que deberíamos pasar desapercibidas.

Ambas yeguas se quedaron en silencio.

—Aitana, recuerdas lo que pasó la última vez que dijiste algo como “pasar desapercibidas”, ¿verdad?.
—Sí. Qué p*ta manía tengo con tentar a la suerte.
—Por cierto, ¿qué son esos palos?
—Pronto, armas para defendernos de los zombis de fuego.

La yegua marrón metió una pezuña en el bolsillo dimensional de su chaqueta y sacó varios objetos metálicos. Eran romboides, con una punta mucho más larga que la otra, y muy afilados. En el extremo más corto tenían un anclaje circular.

—Puntas de lanza...
—Sí. Llevar una espada encima llama la atención y pesa, aparte de que no cabe en mi bolsillo dimensional. Suelo llevar pequeños cuchillos y puntas de lanza, por si acaso.
—Aitana, no pienso matar a nadie.

Sorprendida, ésta miró a Mcdolia. ¿Acaso su amiga no era consciente de a qué se enfrentaban?

—¿Qué dices? ¿Eres consciente de que estamos intentando salvar todo un país de ser arrasado, verdad? ¿De que estamos intentando salvar no cientos, sino miles de vidas?
—Lo sé, Aitana, pero yo nunca mato a nadie. Asesinar a alguien es un acto que va en contra de toda mi forma de ser. Si viajo precisamente como... guardaespaldas —la yegua remarcó con un tono distinto aquella palabra—, es porque creo que toda vida puede ser salvada y protegida, aún si se trata de alguien como Nightmare Moon. Una vez muertos, perdemos la oportunidad de redimirnos, y si arrebatamos vidas, dejamos de ser hu... de ser ponis. Se nos dió conocimiento para usarlo como es debido, y no para dilapidarlo empleándolo como si fuesemos animales prehistóricos. No permitiré que nadie caiga mientras esté a mi alcance, sea quien sea y sea lo que sea.

Aitana centró su atención en completar la lanza. Aunque entendía la postura de Mcdolia, para ella había cosas mucho más importantes en juego. Y si matando a alguien se salvaban miles de vidas. Eso sí, respetaría la decisión de su compañera. Asiendo la lanza completada se acercó a Mcdolia.

—Lo respeto, Mcdolia, y que sepas que yo no mataré a nadie a no ser que sea necesario, y mejor no entremos en debate sobre qué significa “necesario”. Pero esta noche necesitaré tu ayuda.
—No voy a coger un arma así, Aitana. Aunque estén afectados por la fiebre infernal, esos lobos son...
—Muertos vivientes.

Mcdolia no respondió. En el fondo lo sabía bien, pero le costaba asimilar que alguien que hacía tan solo unos minutos era una persona viva, con sus esperanzas, sueños y familia, se convirtiera tan rápido en un monstruo.

—Los jodidos zombis ardientes son lobos muertos y poseídos por un demonio menor del fuego. Lo único que se puede hacer por ellos es matarlos. Dar descanso a sus almas.

Resignada, Mcdolia aceptó la lanza.

—¿Sabes su punto débil?
—Una de dos: o la cabeza o la columna vertebral. En el peor de los casos les inutilizamos una pierna y corremos. Si quieres acabar con ellos de un golpe, lo más seguro es atravesarles el cuello para partirles las vértebras.

Sin alterarse lo más mínimo, Aitana volvió a sentarse en el suelo para montar más lanzas. Al contrario que su amiga, que se había quedado chocada por lo que le había dicho. ¿Cómo podía explicar algo tan terrible como la mejor forma de matar algo sin alterarse?

—¿Pero cómo puedes ser tan fría? Acabas de explicarme como quien va a comprar el pan que lo mejor es “partir las vértebras” a los zombis. ¿Cómo puedes seguir tan tranquila?
—Vaya preguntita. Mira, de que mi trabajo salga bien o mal depende la vida de miles de personas inocentes. Y hago esto en cada maldita expedición que va más allá de investigar un nuevo yacimiento: me enfrento a maldiciones, magos y demonios ancestrales. Lo que hago es una mierda, y muchos me considerarían una criminal, pero haciéndolo, Mcdolia, he salvado muchísimas más vidas de las que puedes imaginar.

Mientras hablaba, Aitana terminó de montar su propia lanza. La sopesó en la pezuña, calibrando el equilibrio, antes de lanzarla con ambos cascos contra una pared, donde se quedó clavada. Satisfecha, la recogió.

—¿Y sabes qué es lo “mejor” de mi trabajo? Que el mundo jamás sabrá lo que he hecho. Hay cosas que deben permanecer ocultas, porque pueden llevar a imbéciles sedientos de poder a la locura. No voy a recibir una maldita recompensa, practicamente nadie vendrá a ayudarme, y nunca seré conocida como las portadoras de los elementos. No soy una asesina, pero en ocasiones no hay otro remedio.
—Siempre hay una alternativa, Aitana. Siempre.
—No sabes nada del mundo que hay tras la capa de bondad, amistad y felicidad que cubre Equestria. No tienes ni p*ta idea.
—¡No me digas lo que sé o dejo de saber, Aitana! ¡Si hay algo que sé es que el asesinato es un crimen contra todo lo que significa ser un poni! ¡Contra lo que significa ser un ser vivo con raciocinio! Te equivocas, Aitana Pones. La muerte no es el camino.

Aitana miró en silencio, pero severamente, a su amiga. El detector seguía girando lentamente, con la aguja suspendida en su centro pero sin señalar a nada en concreto.

—Mira, yo funciono así: mi objetivo es detener a Manresht, y nada más me importa. Si quieres irte, hazlo, pero no me toques los cojones. Tengo cosas más importantes por las que preocuparme.

Aitana volvió a sus mapas, intentando buscar alguna pista más en la poca información que tenía. Mcdolia estuvo a punto de gritarle, ¿por qué demonios le faltaba al respeto de esa manera? ¡Si seguía viva, si Kolnarg no la había poseído un par de noches antes era gracias a ella! Estaban metidas en una situación espantosa, en la que las vidas de miles de lobos dependían de lo que hicieran a continuación. El peso de la responsabilidad estaba haciendo que Mcdolia empezara a perder los nervios.

Y Aitana, en ese momento... seguía manteniendo la calma. A pesar de los insultos que había dicho antes, en ningún momento se había alterado. La yegua roja no pudo evitar sorprenderse por ello. Esa arqueóloga no iba tras un tesoro: estaba cazando una maldición. Era consciente de que cada segundo que perdiera estaba costándole la vida a cientos de lobos... y aún así mantenía la calma. Era la fría lógica de un poni que sabía centrar sus objetivos, ignorando el resto de detalles, en pos de un bien mayor. ¿Acaso para la arqueóloga el fin justificaba los medios? Si era así, Mcdolia no la acompañaría. No podía, era algo totalmente contrario a su ética.

Sin embargo... Aitana se había desviado del camino. Había consumido una parte importante de sus recursos y había arriesgado su propia vida sólo para rescatarla. Dos veces, de hecho. A una completa desconocida, sin esperar nada a cambio. Eso no cuadraba con el estilo de alguien que antepone sus objetivos a cualquier otra cosa. Aitana era un misterio para ella. No acababa de comprender totalmente sus motivaciones, quizá porque ambas eran muy diferentes. Pero, considerando la maldición que se estaba echando sobre los Reinos Lobos, algo estaba claro: tenía que ayudarla. Asiendo la lanza avanzó un par de pasos hacia su amiga.

—Te ayudaré a acabar esto, Aitana. Pero ya sabes mi opinión, no me gustaría enfrentarme a ti.
—A ninguna nos gustaría.

Mcdolia no supo si debía interpretar esa respuesta como una amenaza, por lo que prefirió no preguntar. Cuando faltaban un par de horas para el ocaso, la arqueóloga rebuscó en su zurrón y sacó varios rollos de pergamino, un tintero y una pluma, y empezó a escribir algo. Al final, a Mcdolia le pudo la curiosidad y se acercó a mirar. Se dio cuenta que Aitana estaba escribiendo todo lo que había averiguado y lo que pensaba hacer a continuación.

Cuando terminó, la poni marrón enrolló el pergamino y sacó un pequeño bote de su bolsillo. Era de cristal, y dentro tenía algún tipo de sustancia verde y muy brillante. Cuando abrió el bote una llamarada verde surgió del mismo y, sin perder un instante, lanzó el pergamino dentro de esta, reduciéndolo en un instante a cenizas.

—¿Qué has hecho?
—Enviar un mensaje a otros arqueólogos como yo. Si no conseguimos detener esto, alguien tendrá que detener a Manresht.

Pasaron el resto de la tarde en silencio. En la calle, las patrullas seguían buscando a las dos “brujas ponis”, pero nadie parecía haber reparado en dónde se escondían.

**·-----·-----·-----**



Hacía ya un rato que el sol se había ocultado. Antorchas y farolas iluminaban las calles, patrulladas por numerosos guardias. Salvo por el ruido de los soldados, la ciudad estaba en un completo y tenso silencio. Aitana había subido a la azotea del edificio en el que se habían hecho fuertes y miraba hacia el norte. O mejor dicho, se encaraba en esa dirección, pues mantenía los ojos cerrados.

—¿Qué haces, Aitana?
—Espero a la magia.
—¿Cómo se hace eso?
—Cerrando los ojos y sintiendo. Cállate.

Molesta, Mcdolia guardó silencio. Vale que estuviera concentrada, pero Aitana tenía una habilidad especial para ser desagradable. Se distrajo unos minutos ajustándose el arnés que le había dado su amiga: era un sencillo cinturón con enganches en ambos costados. Estaba pensado para introducir en estos la base de la lanza, para que así un poni pudiera manejarla con una pezuña y resistir embestidas, transfiriendo el impacto a todo su cuerpo sin perder el equilibrio. Aunque nunca había combatido con lanza, Mcdolia había visto a los guardias de Canterlot usar arneses similares en sus armaduras, y esperaba poder hacerlo bastante bien.

Pasaron algo más de una hora. En todo ese rato Aitana a duras penas se movió. Era curioso, cuando la conoció le pareció más bien una yegua de acción poco paciente. Sin embargo ahora estaba dando muestras de una paciencia que estaba enervando a la misma Mcdolia. Se distrajo mirando al cielo nocturno del desierto. El firmamento mostraba una vista espectacular. La luna estaba en cuarto creciente, a poca altura sobre el horizonte. Como siempre, la temperatura había caído con el sol, y en ese momento hacía algo de frío. Se levanto una ligera brisa cálida que movió las crines de las yeguas. Con un sobresalto, la arqueóloga abrió los ojos.

—¡Ahí está!
—¿Qué?

Sin responder, Aitana Pones echó a correr escaleras abajo. La yegua roja se quedó perpleja, ¿qué demonios había pasado? Fue a seguir a su amiga cuando ella también lo sintió: El pelaje sobre su lomo y espalda se había erizado sin razón. Y de pronto una sensación de peligro se disparó en su mente. Se giró en todas direcciones sin ver nada ni sentir otra cosa que no fuera la adrenalina atenazando su estómago.

—Por el amor de Fausticorn, ¿qué diantres?
—¡Es la magia, Mcdolia! ¡Es magia demoníaca, por eso tienes miedo, no le hagas caso!

Al eso, la yegua roja bajó al piso inferior. Aitana estaba trasteando con el detector mágico, mientras murmuraba “vamos, vamos, funciona”. Al cabo de pocos segundos, el artefacto empezó a moverse con más velocidad, y sus runas empezaron a brillar con fuerza. La aguja en el centro rotó sobre su punto medio a toda velocidad, concentrando poco a poco su giro en un amplio cono que apuntaba al noreste.

—¡Sí señor, vamos pequeño, dime dónde está!

Pero el entusiasmado grito de Aitana se vio eclipsado por otros. En la calle varios lobos gritaron justo antes de que hubiera una explosión. Mcdolia miró por la ventana. A dos calles de distancia, una casa había estallado en llamas. Varios lobos corrían por sus vidas... y otros corrían ya muertos. Emanando un fuego imposible de su propia carne, varios zombies perseguían a sus próximas víctimas. Una orden militar precedió a una patrulla que cargó contra los zombies. En el camino abrieron pasillos en la formación para que los ciudadanos pudieran resguardarse tras los soldados.

Por una esquina aparecieron corriendo dos lobos: una madre y su lobezno. Uno de los zombis demoníacos apareció tras ellos, pero al contrario de lo que pensaba Mcdolia, no era lento en absoluto. Galopaba a cuatro patas, rugiendo de forma imposible. No era especialmente veloz, pero sí lo suficiente para obligar a un poni a galopar por su vida.

—¡¡Aitana!! ¡Están apareciendo muchos zombis!
—¡Ya lo oigo! ¡Hago lo que puedo!
—¡Tenemos que ayudarles!
—¡No! ¡Necesitamos saber dónde está Manresht, necesito más tiempo!

Mcdolia galopó hacia la azotea, pero lo que vio la dejó de piedra: había fuego. Mucho fuego por todas partes: más de una docena de casas habían empezado a arder, y en algunas las llamas eran tan violentas que, si quedaba alguien en el interior, no tendría ninguna posibilidad de escapar. Los gritos se sucedían por doquier, y por la calle pudo ver a varios lobos huír de los zombis. Era fácil localizar a los monstruos en la oscuridad, pero ello no hacía que fuese más fácil escapar de ellos. El fuego empezó a crecer de forma imposible en varias calles, cortando las rutas de huida de los ciudadanos.

—¡Aitana, tenemos que ayudar!
—¡Ya está cerca, ya casi lo tengo!
—¡Oh, por todos los demonios!

Mcdolia asió su lanza y la enganchó en el arnés, dispuesta a saltar a la calle para intentar salvar a alguien, a cualquiera. Pronto vio su primer objetivo: había un pequeño grupo de lobos que, huyendo de un zombi, se habían encontrado en un callejón sin salida. Pero antes de que Mcdolia saltara en su ayuda ocurrió algo sorprendente: el zombi ignoró a sus presas. Lo que es más: sin ninguna causa aparente cambió de dirección y se alejó de los civiles.

Extrañada, la poni roja miró en otra dirección. Un grupo de ciudadanos huía, pero ningún lobo ígneo les seguía. Varios zombis avanzaron por una calle, ignorando a una loba anciana que habría sido una presa fácil. Mcdolia observó las trayectorias de todos los monstruos que veía... y entendió qué estaba ocurriendo.

—¡Aitana, vienen hacia aquí!
—¡¿Qué?!
—¡Todos los zombis vienen hacia aquí!

Vio un grupo de cinco de estos seres acercarse. Pero al llegar a un calle transversal una patrulla de guardias apareció, preparada para el combate. Sin embargo, solo dos de los zombis se separaron del grupo, haciendo crecer las llamas sobre su cuerpo y bloqueando el paso a los soldados. Los otros tres siguieron su camino hacia el edificio en el que se refugiaban las ponis sin oposición.

—Por todo lo que es.... ¡Son inteligentes! ¡Están usando táctica de grupo, son inteligentes!

En el nivel inferior Aitana estudió el artefacto. Todavía no había detectado el orígen de la magia. Las runas brillaban cada vez con más fuerza, mientras la aguja ajustaba cada vez más su gijo hacia una dirección concreta.

—¡Al piso de abajo! ¡Manresht nos ha detectado, sabe que podemos localizarle! ¡Tenemos que aguantar, no habrá otra oportunidad!
—¡Movámonos a otro sitio!
—¡No! Si muevo el detector tendremos que empezar otra vez. ¡Tenemos que aguantar!

Mcdolia galopó escaleras abajo junto a Aitana. A través de la puerta que daba a la calle ya se podían escuchar los rugidos de los zombis acercarse. Las llamas empezaron a lanzar amenazadores halos de luz a través de los resquicios de puertas y ventanas. Los pocos muebles del edificio estaban amontonados en la puerta principal, pero ambas yeguas sabían que no servirían de mucho. Mcdolia lanzó una risita nerviosa.

—Llevar encima a un peligroso Lich y ser poseída por este, pelearte contra mercenarios, ser acusada de bruja y ahora esto... ¡en solo cuatro días! ¿Cómo lo haces para meterte en estos líos, Aitana?

Aitana apoyó tres de las lanzas que había fabricado contra la pared, y cogió otra. El rugido de los monstruosos lobos era cada vez más fuerte, y pronto se escuchó el primer golpe contra una ventana, mientras el nauseabundo olor a carne quemada invadía la vivienda.

—Sinceramente, Mcdolia...

Con un crujido ensordecedor, la garra llameante de un lobo atravesó la madera de una ventana. Sin perder un instante, Aitana saltó y ensartó al monstruo a través del agujero. El ataque atravesó limpiamente la cabeza del zombi, pero este siguió con vida, obligando a Aitana a recuperar su lanza y retroceder.

—... no tengo ni idea. La cabeza no les mata, apunta al cuello.
—De acuerdo.

Ambas yeguas ajustaron las lanzas en sus respectivos arneses y se prepararon para el combate. Los golpes se sucedieron por todas las entradas posibles, pero no se abrió ninguna. El humo empezó a invadir la estancia cuando la madera de puertas y ventanas empezó a arder. Se hizo un silencio sepulcral, solo roto por el crepitar del fuego y las agitadas respiraciones de las yeguas.

Entonces, todas las entradas estallaron a la vez. Los monsturos las golpearon al mismo tiempo, creando una explosión de trozos de madera y astillas incandescentes, y obligando a las ponis a cubrirse. Se pusieron inmediatamente en guardia... y fue cuando comprendieron el infierno al que iban a hacer frente.

Varios lobos entraron: el fuego emanaba de su carne con una fuerza imposible. Entraron a cuatro patas, pero cuando estuvieron frente a Aitana y Mcdolia se pusieron en pie, sacando las garras. Unas garras que se habían vuelto más grandes y afiladas que las de cualquier lobo con vida. Los ojos de los monstruos brillaban con fuego, ira y sangre. Abrieron sus enormes fauces, mostrando las llamas que ardían en sus gargantas, y rugieron. Un rugido que, más que el de un lobo, parecía el bullir de un volcán en erupción. Mcdolia retrocedió un paso inconscientemente, pero Aitana desobedeció a sus instintos. Escogió un objetivo y, sin dudar, se lanzó contra él. El rugido de un zombi quedó truncado cuando la lanza de la arqueóloga le atravesó la garganta con gran precisión. Esta pudo sentir el crujir de huesos a través de la empuñadura de su arma. El lobo infernal se quedó inmovil, como si no hubiese notado el ataque. Pero, al poco, las llamas que le cubrían se apagaron, y el ser cayó inerte al suelo.

Los otros lobos no tardaron en girarse contra la arqueóloga, la cual se vio obligada a abandonar su lanza y saltar hacia atrás para esquivar garras y llamaradas. Recogiendo otra arma de la pared, gritó:

—¡Ese miedo que sientes no es natural! ¡Es la magia infernal, engaña a los sentidos, aterroriza tu alma! ¡Ignóralo!

Un certero lanzazo de Mcdolia devolvió a otro zombi a la muerte.

—¡Entendido!

Los demonios se lanzaron sobre las ponis a la vez. Ambas aguantaron para ensartar a los dos primeros, soltaron las lanzas y retrocedieron escaleras arriba, recogiendo dos más que tenían preparadas. Los lobos las alcanzaron, pero una soberbia coz de Mcdolia tiró a uno al piso inferior, rodando por las escaleras y llevándose consigo al resto de no muertos. Aitana bajó tras ellos para rematar a los que pudiera, pero lo que encontró en el piso de abajo la hizo cambiar de idea.

Todo el edificio estaba lleno de esas criaturas. No pudo contarlas, porque las violentas llamas le tapaban la vista. Pero eran sencillamente demasiados, y el calor abrasador. Era una suerte que las casas lobas se construyeran con barro y ladrillo. Los lobos frente a la escalera cogieron aire a la vez. Aitana frenó en seco e intentó retroceder demasiado tarde. Las llamas surgieron de las fauces de los lobos, sin dejar ningún resquicio en el que cubrirse. Intentó echarse al suelo, sabiendo que iba a ser en vano, y se preparó para el dolor.

Sin embargo, sintió un tremendo golpe y algo que la agarraba. Al abrir los ojos vio a Mcdolia cargando con ella... ¡y estaban en el piso de arriba! La llamarada que a punto estuvo de calcinarla viva surgió a través del hueco de las escaleras.

—¿Pero qué coj...? ¿Cómo has hecho eso? ¡Estaba abajo y sola!
—¡No preguntes, que llegan los zombis!

La arqueóloga se recuperó de la impresión y, tan rápido como pudo, cogió una pequeña mesa y la tiró escaleras abajo, con la esperanza de que frenara a los monstruos. Miró al artefacto, la aguja del cual giraba cada vez más lentamente, apuntando al norte-noreste.

—¡Ya casi está!
—¡Cuidado!

Un lobo llameante subió la escalera y atacó a Aitana. Esta saltó hacia atrás, y lanzó una coz con todas sus fuerzas, lanzando al monstruo al suelo. Pero en esos escasos segundos varios zombis más entraron en la estancia y se dividieron, cargando directamente contra las ponis. Aitana esquivó varios garrazos a duras penas, viéndose superada e incapaz de contraatacar. De pronto notó un movimiento a su izquierda.

—¡MCDOLIA STRIKE!

Un lobo salió proyectado contra una pared, pero cuando Aitana miró no vio a su amiga. Un movimiento a su derecha, y otro zombi fue lanzado contra otro muro. La arqueóloga, aunque no entendía qué estaba ocurriendo, lo iba a aprovechar. Metió la pezuña en el bolsillo y de él sacó el látigo, lo cogió con la boca y se movió a un lado.

Un movimiento a un lado de los lobos. Esta vez pudo ver a Mcdolia, lanzando una coz con una velocidad casi imposible. Aitana lanzó el látigo antes incluso de que el zombi recibiera el impacto. El monstruo, mientras estaba en el aire, fue atrapado por el látigo de Aitana. Esta hincó las pezuñas y tiró con todas sus fuerzas, cambiando la trayectoria del zombi y lanzándolo contra sus hermanos, que fueron derribados.

—¡Mira! —gritó Mcdolia señalando al artefacto.

La aguja estaba quieta, señalando al nor-noreste. La arqueóloga corrió y leyó las runas, mientras los demonios se levantaban y aún más llegaban al piso superior.

—¡Lo tengo! ¡22 millas, nor-noreste! ¡VAMOS!

Las yeguas subieron las escaleras a toda velocidad, mientras los zombis de fuego se lanzaban tras ellas. Sin detenerse un segundo, Aitana lanzó su látigo para engancharlo a una viga sobresaliente de una casa vecina y usarlo para llegar al tejado de esta. Los zombis intentaron seguirlas, pero solo lograron estrellarse contra la calle. Lejos de detenerse, se levantaron y corrieron al nuevo edificio, derribando la puerta. Aitana y Mcdolia rezaron porque no hubiera nadie en esa casa.

—¿Qué hacemos, Aitana?
—Salir de la ciudad. Por la mañana los imbéciles de la guardia nos darán caza. ¡Vamos!

Recorrieron parte de la ciudad saltando de tejado en tejado. Los zombis, desde la calle, las perseguían incansablemente. Decenas de edificos estaban en llamas, iluminando la noche con el calor de la muerte. Los gritos de ayuda y las llamadas a familiares y amigos desaparecidos se confundían con las ordenes de los soldados que intentaban en vano frenar la fiebre infernal. Las ponis siguieron recorriendo los tejados en dirección a la muralla hasta que llegaron a una zona que ya no era más que un montón de ruinas incandescentes. No tuvieron otra alternativa que descender a la calle.

En cuanto la pisaron, tuvieron que hacerse a un lado para esquivar a un grupo de aterrorizados civiles que huían por sus vidas. Tras ellos aparecieron los monstruos, con sus ojos imposibles fijos en Aitana y Mcdolia.

—Mierda, ¡pensé que sólo seguían el rastro del detector!
—¡Mejor que nos intenten atrapar, así dejarán al resto en paz! ¡Corre!

Jadeando, siguieron a los civiles hacia el este, para después tomar una calle al norte. Los zombis ardientes no eran más rápidos que un poni al galope, pero eran muchos e incansables. El agotamiento hacía mella en las dos ponis, y las distancias se acortaban. Dos zombis surgieron de un callejón, cortándoles la retirada. Aitana reaccionó al instante: cogió su látigo con los dientes, saltó tan alto como pudo y lo enganchó a una farola. Aprovechó la inercia que ganó para golpear a su enemigo con todas sus fuerzas, lanzándolo varios metros hacia atrás.

Mcdolia simplemente embistió al otro ser, sin detenerse en su carrera. Sin embargo, el lobo lanzó una lengua de llamas. La yegua roja siguió corriendo unos metros antes de darse cuenta de que el pelaje sobre su lobo estaba ardiendo. Por puro instinto, se lanzó al suelo para sofocar las llamas. Cuando se puso en pie de un salto, el demonio se había abalanzado sobre ella. Antes de que pudiera reaccionar, escuchó una voz a su espalda.

—¡Agáchate!

Mcdolia lo hizo. Aitana, todavía columpiándose con su látigo, pasó a toda velocidad sobre la yegua roja, pateando al monstruo con una fuerza increíble. Aterrizó al momento y desenganchó su improvisado columpio. No hizo falta que dijera nada para que Mcdolia la siguiera a través de las calles de Joth-Lambarg.

El mundo de las dos yeguas se convirtió en un caótico mosaico de gritos, llamas y garras. Los mosntruos surgían de todas partes, la guardia los combatía y trataba en vano de salvar a los civiles. Muchos estaban cayendo esa noche, demasiados, y Mcdolia lo sabía. Luchó con todas sus fuerzas por abrirse paso a la muralla, sintiendo la impotencia de no poder detenerse a ayudar. Por primera vez comprendió cuánta razón llevaba Aitana: tenían que llegar al fondo de esa maldición para detenerla.

Y tenían que hacerlo cuanto antes.

Varios monstruos surgieron de entre las casas en llamas. Mcdolia galopó hacia el primero y lo pateó con todas sus fuerzas, partiéndole una pierna. Recogió la lanza de un soldado muerto del suelo y, con ambas pezuñas, la usó para atravesar el cuello de un segundo zombi. Se lanzó contra un tercero, girando sobre sus patas delanteras y golpeándolo con las traseras, lanzándolo contra una pared con tanta fuerza que esta se agrietó.

Cuando volvió a correr junto a Aitana, su amiga la miraba con los ojos como platos.

—¡¿Cómo cojones has hecho eso?! ¡Nadie se mueve tan rápido!

Mcdolia no comprendió a qué se refería su amiga hasta que miró atrás. Los tres lobos que había derribado estaban separados más de diez metros entre ellos.

—Llámalo adrenalina. ¡Ahí está la muralla, vamos!

Las casas de la periferia de la ciudad eran más pobres y bajas, lo que les permitió usarlas para trepar a la muralla. Solo había un aterrado guardia novato guardándola, el resto estaban combatiendo a los zombis. No llegó a ver a las ponis, sólo escuchó su galopar antes de recibir un golpe en la cabeza que lo dejó inconsciente. Para cuando se recuperó, solo alcanzó a ver a las dos “brujas” galopar hacia el noreste, dejando un sendero de pisadas sobre la arena del desierto.

**·-----·-----·-----**


Pa que sos quejéis, que me saco tiempo para vosotros, pillastres.
Gracias a Mcdohl por rolear conmigo las escenas de Mcdola. Como véis, esta y Aitana son muy diferentes y, a la par, muy similares.
Creo que este fic será más corto de lo que había vaticinado, pero todo está por ver.

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Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 3)

Notapor horwaith » 27 Mar 2014, 21:06

Buena comparación entre Aitana del bien mayor y Macdolia de ayudar a todos, para empezar; es algo que no se suele dar en muchas historias, pero que ciertamente puede (y debería en muchos casos) suceder.
2º -- Cuando Macdolia quiere ayudar y Aitana le dice que espere y después se ve que ha acertado al hacerlo así cuando los zombis van a por ellas, si se hubiese movido Macdolia habrían tenido problemas. Buena acción y salvamento por parte de las dos, me dejan con las ganas de más.
3º -- Bonita "velocidad" la de macdolia, debe ser rápida pero creo que su CM tiene algo que ver con ella, pese a no usarla tantas veces.
4º -- ¿Acaso Aitana tiene una maldición? Es que imagina que les van a perseguir los guardias y cuando corren hacía donde esta el ser que controla a los zombis, justo les ve un guardia. Si no es eso, que me lo expliquen xD

No se me ocurre nada más, pero es que no suelo despellejar los fics xD
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Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 3)

Notapor Volgrand » 27 Mar 2014, 21:24

horwaith escribió en 27 Mar 2014, 21:06:Buena comparación entre Aitana del bien mayor y Macdolia de ayudar a todos, para empezar; es algo que no se suele dar en muchas historias, pero que ciertamente puede (y debería en muchos casos) suceder.
2º -- Cuando Macdolia quiere ayudar y Aitana le dice que espere y después se ve que ha acertado al hacerlo así cuando los zombis van a por ellas, si se hubiese movido Macdolia habrían tenido problemas. Buena acción y salvamento por parte de las dos, me dejan con las ganas de más.
3º -- Bonita "velocidad" la de macdolia, debe ser rápida pero creo que su CM tiene algo que ver con ella, pese a no usarla tantas veces.
4º -- ¿Acaso Aitana tiene una maldición? Es que imagina que les van a perseguir los guardias y cuando corren hacía donde esta el ser que controla a los zombis, justo les ve un guardia. Si no es eso, que me lo expliquen xD

No se me ocurre nada más, pero es que no suelo despellejar los fics xD


Jaja gracias por el review :D.

Aitana no es que tenga una maldición, es que tiene una habilidad especial para meterse en problemas. Fijate: Se enfrenta a los mercenarios -> Los mercenarios vienen a vengarse -> Casi matan a mcdolia -> Usa la brújula -> Es acusada de brujería.

Es su don especial xD.
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Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 4)

Notapor McDohl » 28 Mar 2014, 18:36

Spoiler:
Un placer ayudarte con las partes de Macdolia, Volgrand. Y me encanta no solo como la estás enfocando a ella sino también como la contrapones a Aitana y la actitud de la misma. Creo que en cierta medida, ambas tienen que aprender la una de la otra. La tensión cada vez va a más en este conflicto siniestro, así que no puedo sino desear seguir leyendo las continuaciones que hagas :3
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Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 4)

Notapor Volgrand » 28 Mar 2014, 23:18

McDohl escribió en 28 Mar 2014, 18:36:
Spoiler:
Un placer ayudarte con las partes de Macdolia, Volgrand. Y me encanta no solo como la estás enfocando a ella sino también como la contrapones a Aitana y la actitud de la misma. Creo que en cierta medida, ambas tienen que aprender la una de la otra. La tensión cada vez va a más en este conflicto siniestro, así que no puedo sino desear seguir leyendo las continuaciones que hagas :3


Gracias Mcdohl. Espero conseguir mantener el nivel, al menos hasta el final de lo de Manresht. Tengo que escribir una escena que tengo en mente para el segundo libro antes de que se me olvide... disculpadme.
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Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 4)

Notapor Sr_Atomo » 29 Mar 2014, 12:56

Realmente maravilloso. No hay palabras para definir algo así de alucinante.

Quiero más, anhelo más, necesito más...
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Échale un vistazo a mi fanfic "Parallel Stories" y opina.
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Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 4)

Notapor Volgrand » 08 Abr 2014, 13:08

Capítulo 5: Las ruinas junto al Narval


Spoiler:
La claridad del nuevo día precedió al sol de la princesa Celestia, el cual se preparaba para mostrarse, implacable e inmisericorde, sobre el desierto. El relente de la noche empezó a retirarse y en pocos minutos dejaría paso al insoportable calor característico de los Reinos Lobos. Sobre el horizonte, hacia el suroeste, varias columnas de humo se alzaban. No se podía ver de dónde surgían exactamente, pero las dos yeguas que caminaban por la arena sabían bien que eran restos del desastre de Joth-Lambarg.

—¿Falta mucho, Aitana?

—Oh, por todo lo que... Mcdolia, te juro que si lo vuelves a preguntar te quito tu ración de agua.

—Pero en serio, llevamos la mitad de la noche caminando. ¿Cuánto puede faltar?

—Probablemente un par de horas. Tendremos que buscar un refugio pronto.

—Sí, quizás lanzarnos al desierto sin pensar una ruta no fue una gran idea...

La arqueóloga se detuvo, mirando a su amiga con una ceja levantada..

—¿Lo estás diciendo en serio?

—En parte, supongo —contestó Mcdolia—. Aunque creo que estoy... tratando de...

—¿Qué?

Mcdolia se quedó unos segundos en silencio, con una expresión de dolor que incluso Aitana logró captar.

—Aitana, si mi trabajo es proteger ponis es porque siempre he tenido... el don de la oportunidad. Siempre conseguía aparecer en el momento oportuno para salvar a aquel que lo necesitase y nunca nadie había tenido que... —la yegua bajó la vista—. Pero esto... esto ha sido distinto. Tantísimas vidas consumidas por esa maldición... y yo no he podido hacer nada por ellas... nada. Salvo ahorrarles una existencia cruel dándoles el golpe de gracia... Me siento tan...

Macdolia no acabó la frase, sino que cerró los ojos con fuerza y apretó los dientes con rabia. Culpa, remordimientos, vergüenza... ella misma no sabía bien cómo sentirse. Sin poder evitarlo revivió varios momentos de la noche anterior: los gritos de terror, las caras de angustia, los cuerpos inertes en el suelo...

Sintió el contacto de Aitana contra su flanco, como un suave empujón.

—Escucha, Mcdolia. Lo que has vivido es una mierda, algo que pocos ponis podrían superar. Si quieres llorar hazlo, si quieres gritar hazlo... pero ahora no. Ahora necesito... necesitamos que te centres, ¿de acuerdo? Vamos a seguir adelante, vamos a encontrar a Manresht y acabaremos con esta matanza.

—¿Y qué pasa si no lo conseguimos? —respondió entre dientes.

—Envié un mensaje anoche. Si no lo conseguimos, otro arqueólogo acabará con esto.

Mcdolia abrió los ojos de golpe, se separó de su amiga y la encaró, con lágrimas luchando por escapar de sus ojos.

—¡¿Y por qué no han venido a ayudar?! ¡Esto nos viene grande, Aitana! ¡Miles de personas inocentes están muriendo, ¿y tus compañeros esperan que lo resuelvas o mueras antes de mover un dedo?!

—No han venido porque somos muy pocos lo que investigamos lo oculto, y cada cual tiene sus propios asuntos entre pezuñas. El arqueólogo más cercano está a varias semanas de viaje de aquí. No pueden ayudarnos, ¡deja de una vez de desesperar y culpar a otros de lo ocurrido, j*der! Todas las personas de las que hablas dependen de nosotras, y no vas a arreglarlo gritando y llorando en medio del desierto.

—¡Podrías decir lo que sabes a la guardia loba! ¡Alguien nos ayudaría!

—¡No digas gilipolleces! En los Reinos Lobos sólo los más ambiciosos y crueles llegan a ser alguien en el ejército, y los mercenarios luchan por dinero. ¿De verdad quieres acercar a alguien así a una fuente demoníaca?

—¡Dices eso para sentirte bien! Empiezo a creer que haces esto solo por la aventura, o quizá por las riquezas. ¡Eres una hipócrita!

Cuando Mcdolia dijo eso, algo cambió en Aitana. La arqueóloga, con una mezcla de rabia e indignación en la cara, se agachó ligeramente y cargó contra su amiga, buscando empujarla con el flanco y derribarla. Pero Mcdolia hizo gala de su gran velocidad una vez más, apartándose del camino de la arqueóloga y poniéndose a su espalda. Aitana rodó por el suelo, evitando la embestida de la yegua roja y se puso en pie.

—¡Eres una hipócrita! ¡Me pides que te ayude, cuando es evidente que no confías en nadie!

—¡¿Y qué cojones esperas?! ¡Claro que no confío en nadie!

—Te equivocas, Aitana. Porque si algo sé, es que hay que confiar.

Aitana lanzó una amarga carcajada al aire.

—¡No tienes ni p*ta idea! Me he enfrentado a demonios de todos los tipos, ¡no puedes contar con el primer idiota bienintencionado que se te ponga por delante para ayudarte! ¡Pocos están preparados para enfrentarse a los horrores del Tártaro!

—¡¿Y de verdad esperas luchar sola?! ¡Eso es muy prepotente por tu parte!

—¡Por supuesto que lucho sola! ¿Crees que los demonios son solo sangre, fuego y destrucción? No tienes ni p*ta idea. Los demonios corrompen, seducen y engañan. Engañan a imbéciles ambiciosos para condenar sus almas por toda la eternidad y así poder poner sus garras en este mundo.

Aitana avanzó unos pasos.

—Los soldados lobos luchan por la gloria o por el poder. Los mercenarios por el oro. ¡Y los demonios lo usarán para seducirles, para poseerlos! ¡Cualquier aliado que lleve a enfrentarse a Manresht podría volverse contra mi! Dime, ¿en quién cojones quieres confiar para esto, Mcdolia? ¡Dímelo, estoy deseando escucharlo!

Tras el arrebato de la arqueóloga, la aludida se quedó en silencio. Buscó una repuesta, alguien en quien confiar. Pero, por más que pensara, no conocía a nadie dispuesto a hacerlo.

—Ti... tiene que haber alguien, Aitana.

Esta no respondió mientras el sol se alzaba sobre el horizonte. El calor empezó a dejarse notar con intensidad. Aitana rebuscó en su bolsillo y sacó los dos trajes del desierto, tirándole uno a Mcdolia a continuación.

—Póntelo, aquí es cuestión de vida o muerte.

Sin esperar repuesta, la arqueóloga se puso en camino. Tras unos segundos, Mcdolia logró preguntar:

—Pero entonces... ¿por qué confías en mi?

—Porque buscas salvar a la gente sin pedir nada a cambio. Solo puedo confiar en personas como tú.

Mcdolia se quedó quieta, mirando cómo la otra yegua se alejaba poco a poco. Estaban solas en el desierto, y con el peso de toda una nación sobre los hombros. ¿Y Aitana se dedicaba a hacer esto, día sí y día también? ¿Cómo podía soportarlo? Tras unos segundos se echó el traje encima y seguir a su amiga. Le ayudaría a detener al diabolista, por todos aquellos que aún vivían, y por todos a los que no había podido salvar.

Mientras trazaban su camino hacia el noreste, las dos yeguas se cruzaron con una caravana de lobos. Se escondieron, temiendo que fueran grupos de guardias que las buscaban. Pero la realidad era mucho más terrible: eran ciudadanos, trabajadores y familias completas. Lobos que, en su desesperación por escapar de la maldición de la fiebre infernal, prefirieron probar suerte atravesando el desierto. Todos en la caravana mostraban el cansancio y el miedo en sus rostros. Algunos estaban malheridos, otros habían perdido gran parte del pelaje por las quemaduras. Los más fuertes arrastraban trineos de arena sobre los que descansaban los lobos más heridos y los lobeznos.

—En fin, mejor que sigamos y... ¿Mcdolia?

Sin escucharla, la yegua roja se puso en pie y se acercó sin esconderse a la caravana. Aitana maldijo para sí misma y la siguió. Estúpida y sentimental yegua, no deberían perder el tiempo con esto, no podían arriesgarse a que la guardia les siguiera la pista. Como si lo hubiese dicho en voz alta, un gran lobo gris oscuro surgió del grupo. Portaba una armadura de cuero y una inmensa alabarda. De su cinto colgaba una cimitarra, y a la espalda llevaba un escudo de madera.

—¡No os acerquéis, brujas, sé quiénes sois! —farfulló en lobo, poniéndose en guardia. Los civiles retrocedieron, alejándose de las ponis.

—¡Tranquilos! Me llamo Mcdolia. Sé lo que habéis oído, pero sabed que es mentira. No somos brujas, nosotras no hemos creado esto. Estamos intentando ayudar.

—¡Mentís! ¡Queréis extender la maldición entre esta gente, malditas!

Mcdolia, en vez de responder, se quitó el traje y se giró para mostrar su lomo. El pelaje ennegrecido del mismo era un silencioso testimonio del enfrentamiento que tuvo contra los demonios la noche anterior.

—A nosotras también nos han atacado. Estamos intentando encontrar el origen de todo esto y detenerlo cuanto antes. Pero os podemos ayudar, tenemos agua y... eh... —Mcdolia se dirigió a Aitana—. Oye, ¿tienes vendas?

Poniendo los ojos en blanco, la arqueóloga asintió. .

—Tenemos agua y algunas vendas —concluyó Mcdolia—. Dejad que os ayudemos, por favor.

Algunos de los civiles se miraron entre ellos, sin saber bien cómo reaccionar. Fue una loba joven la que se atrevió, finalmente, a hablar.

—Mi hijo... mi hijo está herido.

Cogiendo las vendas que le dió Aitana, Mcdolia avanzó hacia la madre. La arqueóloga la siguió, pero de pronto se encontró con una alabarda cortándole el paso.

—Suelta las armas, poni.

La aludida miró al soldado con cara de cruz. Evidentemente, todavía portaba una lanza que había conseguido en algún momento durante su huída de Joth-Lambarg. No es que le gustara cargar con ella, pero la noche anterior había demostrado ser un arma muy efectiva contra los zombis de fuego.

—¿Las vas a soltar tú, lobo? —el soldado, tenso, no respondió, implicando el "no" con su silencio—. Entonces yo tampoco. No hagamos gestos violentos y todo irá bien.

Aitana rodeó la alabarda, se acercó a un carro y sacó su cantimplora, dispuesta a compartir parte de su ración. Al ver las miradas sospechosas que le lanzaron los que la rodeaban, suspiró y pegó un largo trago.

—¿Os basta para convenceros de que no estoy intentando envenenaros? j*der, si esto me pasa por ayudar.

Mcdolia, mientras tanto, se dedicó a ayudar a los heridos, vendando quemaduras y heridas. No era una experta en ello, pero sabía que cubrir una quemadura evitaría que esta se infectara y que el herido perdiera agua a través de ella. Mientras lo hacía, pudo averiguar que esa caravana la formaban los supervivientes de media docena de pueblos... y no eran más que treinta lobos. Los pocos guardias apostados en cada asentamiento habían muerto a los pocos minutos de empezar el ataque. A diferencia de lo que decía la leyenda, los afectados por la fiebre infernal no mostraron ningún síntoma hasta apenas una hora antes de morir. No pudieron aislar a los afectados.

—¿Y cómo conseguísteis escapar, si puede saberse? —preguntó Aitana sin ningún tacto—. Los zombis de fuego son muy rápidos, y me sorprende que tantos heridos y niños lograran escapar con vida.

—Nadie escapó, poni. Los demonios se fueron.

—¿Cómo?

El soldado que había respondido seguía en pie cerca de Aitana. Aunque no empuñaba su arma con intenciones de usarla, vigilaba de cerca cualquier movimiento de las equinas.

—Poco antes del amanecer, los zombis dejaron de atacar y abandonaron el pueblo. Entonces ordené a los supervivientes formar una caravana e ir hacia el norte.

—¿Por qué hacia el norte?

—Para llegar cuanto antes al río Narval. Así tendríamos agua para seguir el viaje hacia Joth-Lambarg.

—Olvidad la capital loba. La maldición también la ha afectado, nosotras venimos de ahí.

Aitana no había calibrado bien sus palabras. Los murmuros entre los lobos crecieron de intensidad, hasta que se convirtieron en una desesperada discusión. Las acusaciones se cruzaron, culpando al soldado de haberlos llevado al desierto para nada. Otros inquierieron a las ponis sobre conocidos y familiares... pero la mayoría simplemente se dejó caer, pensando que no había salvación posible. Mcdolia, de repente, alzó la voz y gritó:

—¡BASTA! —cuando le prestaron atención, continuó—. Escuchad, Joth-Lambarg no es un buen destino, pero la idea de ir al río es la mejor que podíais tener. Si seguís el Narval llegaréis al principal río del país, el Filho. Seguidlo hacia el norte, con suerte la maldición no habrá afectado a ciudades costeras como Taichnitlán.

El razonamiento de la poni roja bastó para calmar a los civiles, los cuales vieron un atisbo de esperanza en su huída. Todos se prepararon para continuar la marcha, cada grupo por su propio camino, cuando Aitana tuvo una herida. Alzando la voz, preguntó:

—¿Alguien vió a dónde se dirigían los zombis de fuego? Al amanecer, cuando se fueron, ¿alguien lo vió?

Hubo varias respuestas afirmativas, y todos los lobos contaron lo mismo: Cerca del amanecer, los lobos abandonaron los pueblos y se dirigieron hacia el desierto.

—Es cierto, los ví partir hacia el este.

—Yo, desde mi pueblo, los vi ir al norte.

—¡Pero es que apagaron las llamas!

Aitana, interesada, inquirió a este último testigo.

—¿Cómo que apagaron las llamas?

—Al amanecer, en cuanto salió el sol, los lobos dejaron de arder. Lo sé porque yo estaba fuera de la ciudad y había un lobo cerca de mi cuando ocurrió. Pero siguió caminando hacia... creo que era el noroeste.

La arqueóloga sacó sus mapas y pidió a todos los presentes que localizaran sus pueblos en los mismos e indicaran hacia donde vieron partir a los zombis. Poco a poco, dintintas rayas fueron trazadas en el pergamino. Cuando todos acabaron, Aitana trazó la propia linea que le había indicado el detector, saliendo de Joth-Lambarg... y coincidió con bastante exactitud en el mismo punto que el resto. Un punto, cercano al río Narval, en medio del desierto, donde en teoría no había absolutamente nada. Cuando levantó la cabeza, se encontró con una sonriente Mcdolia frente a ella.

—Al final esto te ha sido útil, ¿no?

—Que no se te suba a la cabeza.

Tardaron poco tiempo ya en despedirse y cada grupo siguió su camino. Mcdolia sonreía, por primera vez, por haber podido ayudar de primera mano a un grupo de gente. Sabía que, comparado al objetivo de Aitana, no era demasiada cosa. Pero hacer este tipo de actos era lo que movía a la yegua roja.

Tras varias millas de caminata hacia el noreste, lograron ver el gran río Narval. Este discurría de este a oeste, y acababa uniéndose al Filho unos kilómetros al norte de Joth-Lambarg. Ambas respiraron aliviadas al saber que ya no iban a tener problemas con el agua.

—Aitana, allí hay unos edificios. Deben estar a un kilómetro del río.

—Parecen unas ruinas. Vamos allá, siempre pasaremos mejor el día a la sombra.

Hicieron un pequeño desvío hasta el río para llenar sus cantimploras antes de dirigirse a las mismas. Evidentemente, de los edificios originales actualmente no quedaban más que unas pocas piedras y muros casi completamente enterrados por la arena. Aitana reconoció en seguida el estilo arquitectónico del imperio Coltorginés.

Sin embargo, por más que buscaron y miraron alrededor, no encontraron nada que les indicara dónde podía esconderse Manresht. Aitana maldijo en voz alta.

—j*der, esperaba encontrar un templo, o un edificio más entero.

—Sí, es como buscar una aguja en un pajar.

—Más bien, una momia en el desierto.

Las dos yeguas se sentaron sobre unas rocas a la sombra de un pequeño muro. El calor era insoportable, aunque los trajes ayudaban. Compartieron agua y algunos frutos que llevaban.

—Mira, es que ya sólo nos queda ver si por la noche vemos algún zombi de fuego —razonó Aitana—. Quizá Manresht los esté reuniendo y podamos descubrirlo así.

—Eso suponiendo que realmente lo esté reuniendo. Esperar tanto sólo provocará más muertos, Aitana.

—Ya lo sé, pero... ¿tienes alguna idea? En serio, no pretendo ser borde, pero si tienes alguna idea me encantaría oírla.

Mcdolia se dejó caer contra el muro. Pues claro que no tenía ninguna idea, si la hubiera tenido ya la habría propuesto. Maldición, otra vez esperando, más vidas que no podría salvar. Se empezaba a desesperar, pero recordó las palabras de Aitana: "Si quieres llorar hazlo, si quieres gritar hazlo, pero todavía no". Miró alrededor, buscando distraerse con cualquier cosa. Vio una especie de columna rodeada de piedras que sobresalía de la arena. Se acercó para examinarla y observó que varios jeroglíficos estaban tallados en la misma. Se dedicó a intentar deducir su significado, aunque no tenía ni idea de cómo leerlos.

Aitana, frustrada, se quedó sentada. Pero pronto sintió una extraña vibración en su bolsillo dimensional. Sabiendo de qué se trataba, no tardó nada en sacar un pequeño frasco verde. Lo abrió y de él surgió una llamarada del mismo color, de la cual se materializó un pergamino. Lo recogió en el aire y lo leyó en silencio.

"""

A.P.:

Tras leer mis tratados y tus descubrimientos, estoy de acuerdo con tu hipótesis: La fiebre infernal tiene que ser un efecto de la comunión de Manresht con el Tártaro. Otra cosa es si es un efecto secundario, o realmente Manresht está reuniendo un ejército de zombis. Veo más probable la segunda opción.

Pero hay algo que no has tenido en cuenta: Manresht era un hechicero. Uno muy poderoso, pero sólo era un hechicero. NADIE puede tener tanto poder como para controlar a tantísimos demonios del fuego. Y ningún hechicero puede vencer a la muerte como lo ha hecho él. Es, sencillamente, imposible.

En mi opinión, Manresht debe haber encontrado un acceso directo al Tártaro. Esa debe ser su fuente de poder, y para usarla debe haber hecho un trato muy bueno con un gran demonio del fuego. Esto significa algo que no te va a gustar: mientras esté apoyado por el demonio, nunca podrás matar a Manresht. Al menos, no mientras esté cerca de su fuente de poder.

Creo que tu mejor opción es sacar al diabolista de su madriguera y llevarlo lejos de los Reinos Lobos. Fuera de su area de influencia, perderá su poder en poco tiempo y volverá a ser un mortal. Espero que tengas una caja a mano cuando recibas este mensaje, porque tendrás que usar un Sello Arcano para contenerlo el tiempo suficiente.

Buena suerte, compañera.

G.A.


"""

Aitana se leyó un par de veces el mensaje antes de enrollarlo y guardarlo. No dudaba en la teoría de su compañero -nadie sabía más de estas cosas que él-. Sin embargo, esto acababa de complicarle mucho el trabajo. Una cosa era matar a un antiguo hechicero. Otra cosa era sacar a un hechicero inmortal de los Reinos Lobos sin ningún tipo de transporte, caja o equipo de contención. Sus cabilaciones quedaron interrumpidas por una pregunta:

—Oye Aitana, ¿sabes leer jeroglíficos?

—Sí, aunque "leer" un jeroglífico es un poco sui generis.

Curiosa, la arqueóloga dejó de lado el problema y se acercó a examinar la roca.

—Este símbolo es "la guerra", y este señala "el fin". Entonces, acabó una guerra —de su chaleco sacó un suave pincel con el que fue limpiando los jeroglíficos—. Mira, esto es un amanecer, creo, aunque no queda nada de la pintura original. Suerte que lo tallaron en la roca.

—¿Qué significa? ¿El día siguiente al fin de una guerra?

—Sí, pero es un sol saliendo, no ocultándose. Entonces, fuera cual fuera esa guerra, esta gente la ganó.

Aitana, movida por su pasión como historiadora y arqueóloga, examinó otras rocas que rodeaban la columna, descubriendo nuevos símbolos y dibujos tallados.

—¡Anda, mira! Esto representa la constelación del escorpión antes de que la explosión de una estrella la transformara. Entonces estas ruinas tienen más de... ¡dosmil años! Increíble. Entonces, por aquí tiene que estar... ¡Mcdolia! Busca una pieza de la columna grande, con un montón de lobos tallados en ella.

Tras un par de minutos, la encontraron.

—¿Qué es esto?

—Es la "Piedra real", como la llaman los arqueólogos de despacho. Es una representación de la familia real en el momento en que se talló y de sus antepasados. Este de aquí era Ob-nirval, el arquitecto, cuyo hijo fue...

Aitana, a los pocos minutos, se perdió en una sucesión interminable de nombres de antiguos reyes que la arqueóloga relataba con pasión, entremezclándolos con detalles históricos sobre su reinado. Lo único que le quedó claro a la yegua roja es que todos los nombres empezaban por "Ob" por algún tipo de tradición.

—… y así, Ob-kaltreg revolucionó los campos de cultivo de su época. Y mira, el último de la lista, cuando se talló esta piedra es...

Mcdolia, luchando por no mostrar cuán aburrida estaba, se esforzo en fijarse en el tallado. Aunque estaba destrozado en parte, algunos detalles se habían salvado: la posición del cuerpo, erguido y en tensión. El brazo derecho doblado hacia atrás, con la garra sobre su pecho. El brazo izquierdo estaba extendido hacia adelante, sosteniendo un enorme arco.

—El cazador... —murmuró Aitana. Ambas yeguas se miraron.

—¡Ob-nikoón. el cazador!

La arqueóloga miró las rocas del suelo con otros ojos, fijándose en su forma y no en sus inscripciones. Talladas con forma ligeramente trapezoidal, con una exactitud matemática. Se agrupaban todas junto a la misma columna, pero formaban un camino hacia el sur. Aitana las siguió hasta donde calculó que acababa el reguero y se puso a excavar como una posesa. Mcdolia la observó, alucinada, ¿qué diantres estaba haciendo su amiga? Tras un par de minutos una carcajada de victoria salió de la yegua marrón.

—¡Es esto! ¡Este es el arco de Ob-nikoón! ¡Como decía tu canción, Mcdolia!

Cuando Aitana se movió, Mcdolia pudo ver lo que había encontrado: era otra columna. Pero, viéndolo en conjunto, no era lo que parecía. Lo que ella había creído que eran unas columnas eran, en realidad, los dos brazos de un ancestral y derruido arco del triunfo.

—Estamos cerca, ¡estamos muy cerca! —exclamó Aitana—. Tendremos que esperar, Mcdolia, y que los propios demonios nos guíen. Esta noche encontraremos a Manresht y acabaremos con esto.

Mcdolia asintió, sintiendo esperanza. Tendrían que esperar, habría más muertes esa noche... pero estaban a punto de conseguirlo. La pesadilla estaba a punto de acabar. Aitana la llamó y, a la sombra de un muro, sacó la carta y se la dio. Cuando terminó de leerla, la yegua roja se quedó lívida.

—Por el amor de... ¿cómo vamos a hacer esto, Aitana?

—Primero, necesitaremos un transporte. Y por suerte, vi a una vieja amiga en Taichnitlán.

Aitana rebuscó en su chaleco y sacó un pequeño recipiente de barro. Le quitó la tela que lo cubría, revelando un extraño polvo púrpura en el interior. Tras prender un poco de fuego con yesca y pedernal, la arqueóloga hizo arder la sustancia. Esta empezó a soltar un humo de color lila, pero extrañamente, se quedó flotando sobre el recipiente, formando una esfera casi perfecta. Aitana, sin mirar a su compañera, empezó a hablar.

—Poison Mermaid, espero que estés cerca cuando recibas este mensaje. Necesito una misión de rescate muy urgente. Estoy en unas ruinas que se pueden ver desde la orilla del río Narval, a doce millas al este del pueblo pesquuero Kilnat. Necesitaré ayuda para llevar una caja muy grande y pesada. El precio será el que tú decidas. Date prisa, por favor.

Cuando terminó el mensaje, Aitana sopló, dispersando la nube lila. Pero esta se reagrupó en el aire y, sin ningún viento que la empujara, voló directamente hacia el noroeste. La yegua marrón, después, empezó a dibujar una serie de símbolos en la arena.

—Bueno, Mcdolia, ahora presta atención. Te voy a enseñar lo más básico de la magia rúnica: los símbolos arcanos de contención.

El sol seguía alto, mientras ambas amigas discutían las estrategias a seguir contra un diabolista que llevaba un milenio preparando su regreso.

**·-----·-----·-----**


Horas después, río abajo, un desesperado grito rompió la paz del desierto.

—¡Mi hijo! ¡Por favor, os lo diré todo, haré lo que queráis, pero dejad a mi hijo!

—Eso me gusta más, p*ta. Empieza a hablar.

Dos grifos, sujetaban a la desesperada madre. El lobezno, apenas un bebé, lloraba a gritos mientras un lobo negro lo sostenía cabeza abajo, agarrándolo por sus patas traseras. Lo mantenía sobre la corriente del río, amenazando con soltarlo en cualquier momento.

Los miembros de la caravana que habían sido ayudados por Mcdolia y Aitana se encogían atemorizados, rodeados por una veintena de grifos y lobos armados. El soldado que dirigía la caravana yacía agonizante en el suelo. Flotando en el río, una embarcación de maderas oscuras aguardaba mecida por el vaivén de las corrientas fluviales. Sus velas grises denotaban la manufactura militar de Griffonia, pero su bandera no dejaba lugar a dudas: era un barco mercenario. Se podían contar un total de quince cañones por banda, aunque en ese momento los ventanucos estaban cerrados. Pocos navegantes quedaban a bordo, pues un buen número había descendido para detener la caravana.

Desde estribor, un unicornio observaba impasible cómo los mercenarios interrogaban a los aterrorizados civiles. Su pelaje, azul oscuro, hacía resaltar su crin totalmente blanca, a igual que su cola. Su Cutie Mark era una daga en la que se reflejaba un ojo verde. Los mercenarios, tras devolverle el bebé a su madre -y haber asesinado a todo aquel que intentó huír o resistirse- embarcaron en sus botes para regresar al barco. Los grifos hicieron lo propio, aunque volando. El lobo negro que amenazó a la madre se dirigió directamente al poni en cuanto pisó cubierta.

—Las han visto. Se dirigían a un punto a unas cuarenta millas de aquí. Tenemos el viento a favor, pero vamos contracorriente. Deberíamos alcanzarlas de madrugada.

—Bien —sonrió el unicornio—. Partamos inmediatamente, capitán Argul. Ya conoce el trabajo.

—¿Qué quiere que hagamos con las dos ponis?

El cuadrúpedo se giró y encaró a su interlocutor. El capitán, aunque no lo mostraba en su rostro, se sentía intimidado por el extraño unicornio. Había algo en sus ojos plateados que le inquietaba, que le decía que debería tirar a su cliente por la borda. Pero la paga era lo bastante buena como para ignorar a sus instintos.

—Matad a Aitana Pones. Con la otra, la esclava liberada, haced lo que os plazca.

Argul asintió y se dirigió hacia el puente de mando mientras rugía órdenes.

—¡Izad la mayor, marineros! ¡Timonel, encara el centro del río! ¡Sacad los remos! ¡Si alguno de vosotros, escorias, mancilla el buen nombre del Relámpago negro, lo pasaré por la quilla!

Las velas grises de la embarcación fueron alzadas a toda velocidad, mientras el viento las hinchaba. La fuerza del mismo fue aumentada por el trabajo de los grifos que, al igual que los pegasos, controlaban las corrientes de aire. El Relámpago negro superó la fuerza del río Narval incluso antes de que los remeros empezaran a hacer su trabajo. En la proa, el unicornio miraba hacia el horizonte, mientras el sol recortaba la sombra del barco contra las aguas anaranjadas por el atardecer.

**·-----·-----·-----**

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NOTA DEL AUTOR:

Muchísimas gracias a mis beta-readers Mcdohl y Pandora, sus observaciones me han ayudado a cuadrar mejor este capítulo.

Estoy teniendo la increíble suerte de que la historia de Aitana Pones está inspirando a otros escritores. Y de hecho, hablando con uno de estos, ha nacido el personaje "Poison Mermaid". Será presentada pronto, pero deciros que el personaje es de mi amiga Pandora. ¡Espero que pronto empiece a publicar su historia, porque gracias a ella el mundo de Aitana Pones se ha hecho muchísimo más grande!

Y bueeeeno... parece que las dos salvadoras de los reinos lobos va a tener más problemas de los que habían previsto... por si no tuvieran ya bastantes.

Espero que hayáis disfrutado del capítulo. Ya sabéis: si os ha gustado, hacédmelo saber, que así escribo más rápido. Y por supuesto, críticas constructivas son muy bien recibidas :).
Un saludo y hasta la próxima :).
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Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 5)

Notapor McDohl » 08 Abr 2014, 14:14

Encantado de haber ayudado :)

Y si, las cosas se están poniendo peliagudas... tengo curiosidad por saber quien es el misterioso nuevo enemigo :O
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Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 5)

Notapor horwaith » 08 Abr 2014, 20:20

Bonita explicación la historia de ese reino y ciertamente Mcdolia se parece al doctor who (dado que es lo que veo) en demasiadas cosas, no le gusta la historia solo por ella misma; se aburre con ella xD
2 - ¿No te cebas un poco con la "habilidad" de Aitana?, ayudan a una caravana donde no tienen problemas y de repente aparece un unicornio azul oscuro con ojos plateados que quiere matarla a ella y le da igual lo que hagan con la otra, que captura justo a los que han ayudado.
3 -- Miedo me da el barco cuando escapen ellas dos xD. Bueno no, imagino que se ensaña bastante con la tripulación, solo por el hecho de desquitarse
4 -- Me quedo con las ganas de saber quien llegará antes, si Poison mermaid o el Relámpago negro xD (creo que lo segundo, pero quiero leerlo)
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Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 5)

Notapor Volgrand » 08 Abr 2014, 21:36

McDohl escribió en 08 Abr 2014, 14:14:Encantado de haber ayudado :)

Y si, las cosas se están poniendo peliagudas... tengo curiosidad por saber quien es el misterioso nuevo enemigo :O

Yo también :O

horwaith escribió en 08 Abr 2014, 20:20:Bonita explicación la historia de ese reino y ciertamente Mcdolia se parece al doctor who (dado que es lo que veo) en demasiadas cosas, no le gusta la historia solo por ella misma; se aburre con ella xD
2 - ¿No te cebas un poco con la "habilidad" de Aitana?, ayudan a una caravana donde no tienen problemas y de repente aparece un unicornio azul oscuro con ojos plateados que quiere matarla a ella y le da igual lo que hagan con la otra, que captura justo a los que han ayudado.
3 -- Miedo me da el barco cuando escapen ellas dos xD. Bueno no, imagino que se ensaña bastante con la tripulación, solo por el hecho de desquitarse
4 -- Me quedo con las ganas de saber quien llegará antes, si Poison mermaid o el Relámpago negro xD (creo que lo segundo, pero quiero leerlo)


Sí, Mcdolia se parece "algo" al doctor Whooves. Pregúntale a Mcdohl, que es el responsable :D.

Hombre, si te fijas friamente, esto no es habilidad de Aitana: Esto ha sido que Mcdolia, al ayudar, ha puesto a los villanos sobre la pista. Aunque si no lo hubiera hecho, probablemente, muchos lobos habrían muerto durante el viaje.

Respecto a tres y cuatro... habrá que esperar, amigo mío :D. Aunque ya sé bastante bien cómo ocurrirá todo.
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Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 5)

Notapor agustin47 » 09 Abr 2014, 08:59

Esperando el siguiente.
Los milagros no son gratuitos.

La ignorancia a veces puede significar felicidad, y en este caso, la nuestra resulta ser una verdadera bendición.


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Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 5)

Notapor Volgrand » 09 Abr 2014, 15:56

Mcdohl, mira el review que me han dejado en Fanfiction.net. Seguro que te agrada :D

Spoiler:
Parece ser que Mcdolia tiene algún tipo de relación con los Galafrays, digo, en el momento en el que le explica a Aitana sobre sí misma, no solo casi se compara con un ser humano, sino que su actitud hacia la vida me recordó al Dr. Whooves, lo cual explica un poco su comportamiento en situaciones como cuando era esclava.
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Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 5)

Notapor McDohl » 09 Abr 2014, 16:23

Volgrand escribió en 09 Abr 2014, 15:56:Mcdohl, mira el review que me han dejado en Fanfiction.net. Seguro que te agrada :D

Spoiler:
Parece ser que Mcdolia tiene algún tipo de relación con los Galafrays, digo, en el momento en el que le explica a Aitana sobre sí misma, no solo casi se compara con un ser humano, sino que su actitud hacia la vida me recordó al Dr. Whooves, lo cual explica un poco su comportamiento en situaciones como cuando era esclava.


Ja ja, la han pillado :sisi1: Bueno, aunque teóricamente no tiene relación, si que hay bastante de verdad en esas palabras.

Spoiler:
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Re: AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Capítulo 5)

Notapor Volgrand » 08 May 2014, 14:15

Leche, más de siete mil palabras... se me ha ido esta vez.


Capítulo 6: Nuevos enemigos
Spoiler:
Una calma antinatural cubría el desierto. Los animales que vivían cerca del río se movían en la noche con demasiada precaución, atentos al menor sonido, buscando un peligro oculto en el aire; era casi como si esperaran que la muerte se echara sobre ellos en cualquier momento. En medio de ese ambiente, solo dos cuadrúpedas se mantenían inmóviles, en una inquieta vigilia.

Ninguna decía una palabra. Se mantenían atentas, buscando cualquier indicio de movimientos sobre la arena. Esperaban la nueva oleada mágica, la comunión de Manresht con las fuerzas demoníacas. Pero, sobre todo, esperaban una pista, por pequeña que fuera, que les señalara dónde buscar. Mcdolia miró hacia la luna llena, calculando la hora.

—Ya casi es media noche.
—Sí —respondió Aitana en voz baja—, y no hay zombis. Tendremos que recurrir al plan B.
—De acuerdo.

Un rato después, lejos de las arqueólogas, un chacal surgió temeroso de su madriguera, oculto tras una roca cercana al río Narval. Si había una razón por la que se atrevía a adentrarse en esas arenas, malditas durante la noche, era el hambre de sus crías. Él y su pareja podían sobrevivir varios días sin comer, pero su camada no; sus cachorros eran demasiado grandes para alimentarse solo con la leche de su madre.

Agachado en la arena, el pequeño canino rebuscó entre las rocas cercanas a la orilla. Su agudo olfato le llevó a la pista de algún gran insecto. Arrastrándose a toda velocidad, siguió el rastro hasta el punto en el que este desaparecía en la arena. Ahí excavó un poco, revelando a su presa: un escorpión negro. De un rápido mordisco le cortó el aguijón y lo apresó con sus mandíbulas. Pero en ese momento, una brisa cálida recorrió el desierto... y el terror vino con ella.

El chacal alzó la vista, con los ojos desorbitados y las orejas totalmente desplegadas. Su pelaje se erizó ante un peligro invisible, y su corazón se desvocó en su pecho. De pronto todos sus otros instintos dejaron de ser importantes: no había hambre ni necesidad de cazar. El único instinto que imperó en la criatura fue el de huir y proteger a su camada. Soltó al malherido escorpión y echó a correr hacia su madriguera.

Hubo unos instantes de silencio antes de que la paz del desierto fuese rota. A pocos metros de donde hacía un momento estaba el chacal, la arena se removió. Una garra ennegrecida surgió de esta, seguida por un lobo de aspecto demoníaco. A medida que surgía, las llamas cubrieron su cuerpo. En cuanto estuvo completamente fuera, rugió a la luna. Un rugido que fue coreado por cientos, miles de demonios en millas a la redonda. Entonces, guiado por una mano invisible, el zombi ígneo echó a galopar hacia las ruinas del antiguo asentamiento coltorginés.

Semienterradas en la arena sobre una duna, Aitana y Mcdolia observaron cómo muchísimos zombis aparecían de todas partes y se dirigían al mismo punto: el arco de Ob-Nikoón. Allí donde habían dejado el detector mágico activado. Ambas yeguas estaban sobrecogidas por efecto de la magia; aunque ya estaban acostumbradas a los efectos del poder demoníaco, en esta zona su influencia se dejaba notar mucho más intensamente que en Joth-Lambarg.

—La mayoría viene del este.
—Sí —susurró Aitana—. Movámonos hacia allí, cuando vean que era un señuelo tendrán que proteger la madriguera de Manresht.

En silencio y evitando ser vistas, las ponis se dirigieron al este.

**·-----·-----·-----**


Sobre el río Narval, un grifo regresó volando a su embarcación, la cual seguía navegando contra corriente. El capitán Argul, junto a su cliente, lo miró esperando su informe.

—Hay unas ruinas unas cuatro millas río arriba. Hace quince minutos, miles de zombis de fuego han aparecido en el desierto. Se mueven en grupos y de forma coordinada, capitán.

El unicornio azul sonrió siniestramente.

—Son ellas, lo han encontrado.
—¡A todo trapo, marineros! ¡Revisad armas y fusiles! ¡Preparad los cañones!

El barco siguió su rumbo, impulsado por la fuerza de los remeros y los vientos creados por los grifos.

**·-----·-----·-----**


Aitana y Mcdolia siguieron su camino hacia el este, deteniéndose en la parte superior de las dunas para estudiar los movimientos de los zombis, para después desplazarse rápidamente hasta la siguiente. Los monstruos, tras descubrir el engaño, se dispersaron por el desierto en busca de las intrusas. Estas pudieron comprobar que lo que había observado Mcdolia en la ciudad era cierto: Los no muertos se movían en grupos, de forma organizada. Al principio, habían regresado hacia el este, pero al poco empezaron a expandirse en un semicírculo cada vez más grande.

Mcdolia observó el movimiento de los zombis. Imaginó que buscaban proteger la guarida de Manresht. Si era así, un grupo debería haberse quedado escondido muy cerca de la misma para dar la alarma. El resto de lobos rodearían el lugar. Pronto, el grupo más cercano detuvo su carrera sobre la arena, mientas el resto iba tomando posiciones, formando un círculo. La poni roja sonrió: serían inteligentes, pero no eran demasiado listos. Mentalmente hizo unos cálculos trigonométricos, trazó dos lineas imaginarias que, al alargarlas, convergían sobre un punto al otro lado de una duna.

—Por aquí.

Aitana siguió a su amiga, caminando por detrás de la cima de la duna en la que estaban. A los pocos minutos, Mcdolia sonrió.

—Ahí está.

La yegua roja señaló una hondanada entre dos dunas. Sobre esta había varias rocas, lo cual llamó la atención de la arqueóloga, ya que ese desierto era casi únicamente arena. Pero al fijarse mejor notó movimientos entre las mismas. Se agachó sobre la arena y observó con cuidado: Eran lobos, zombis ígneos que mantenían sus llamas apagadas. Escudriñando las rocas, en seguida encontró una que no era tal: Era, de hecho, una construcción en piedra completamente enterrada en la arena. A pesar de la luna llena, no pudo apreciar detalles salvo el corte regular que la diferenciaba del resto de piedras.

—j*der, ahí hay más de veinte zombis. Si nos ven, el resto se echarán sobre nosotras.
—¿Por un casual tienes algo en tu bolsillo para volvernos invisibles?
—Eh.... nop.
—Creo que solo nos queda una opción...

**·-----·-----·-----**


Los demoinos paseaban entre las rocas que rodeaban la guarida de Manresht. Sus llamas estaban apagadas, no así su ansia de sangre y destrucción. Mas debían vigiliar, había intrusos cerca. Se movían sobre la arena y las piedras con un silencio sepulcral. La luna iluminaba el desierto, dándoles una buena panorámica.

Un lobo se giró rapidamente al sentir un movimiento sobre la arena, y escudriñó la zona con sus antinaturales ojos. Se alzó sobre sus patas traseras y avanzó hacia el lugar, gruñendo por lo bajo. Tras unos segundos no vio ni escuchó nada. Pero cuando iba a regresar sintió que el tacto de la arena bajo su garra era sustituido por algo suave y húmedo. Antes de que pudiera ver de qué se trataba, algo lo derribó al suelo, y un certero golpe en la nuca lo devolvió a la muerte.

El resto de lobos se giraron hacia la zona en donde habían sentido la muerte de su hermano: Mcdolia se alzaba sobre el cadáver del monstruo. Estaba cubierta por su traje para el desierto, mojado y rebozado en arena. Todos los zombis rugieron a la vez y encendieron sus llamas, iluminando la noche, mientras cientos de aullidos imposibles coreaban el grito de batalla. Mcdolia se deshizo de su camuflaje y echó a correr en dirección contraria, perseguida por todo el ejército de Manresht.

Los lobos galoparon tras la intrusa, dejando la guarida de su señor desprotegida. Cuando se hubieron alejado, Aitana surgió de la arena, camuflada de igual forma que Mcdolia. Se deshizo del traje y corrió hacia la construcción que había visto, cuya arquitectura era evidentemente coltorginesa. Se deslizó rápidamente a través de lo que parecía la entrada y cayó, derrapando sobre una rampa de arena, en un oscuro pasillo descendiente.

El silencio reinaba en el lugar. La arqueóloga sacó de su bolsillo una pequeña lámpara de aceite, la encendió y la cogió con la boca. Después desenganchó su lanza y la asió al arnés, preparada para el combate.

—Espero que vuelvas con vida, amiga mía —murmuró entre dientes.

Avanzó pasillo abajo, y a cada paso que daba la magia demoníaca se hacía más presente, haciendo que su corazón palpitara cada vez con más fuerza.

**·-----·-----·-----**


Mcdolia galopaba tan rápido como podía mientras subía una duna. El truco había funcionado: los zombis la perseguían a ella. Solo esperaba que no hubieran visto a Aitana y que su amiga hubiera podido colarse en la guarida de Manresht.

En cuanto llegó a lo alto de la formación de arena se detuvo en seco, derrapando. Un grupo de casi veinte zombis había subido por el otro lado, cortándole la retirada, y el más cercano ya se estaba echando sobre ella. El reloj de su Cutie Mark se iluminó durante un ligero instante. A los ojos de los lobos, la yegua roja se desvaneció para reaparecer al instante a la espalda del zombi. Antes de que ninguno llegara a atacarla de nuevo, Mcdolia se deslizó colina abajo a toda velocidad. Desde esa altura la yegua pudo ver como miles de hogueras imposibles cubrían el desierto... y todas ellas se dirigían a darle caza.

Rezando todas las oraciones que conocía, Mcdolia se dirigió al río Narval.

**·-----·-----·-----**


El silencio del ancestral edificio era opresivo. Aitana sentía el palpitar de su corazón en sus oídos. El ligero golpeteo de sus cascos contra la piedra resonaba como el incansable golpear de un martillo. Miraba tanto las paredes como el suelo y el techo, pues conocía demasiado bien ese tipo de mausoleos.

Llegó a una zona en la que el pasillo se ensanchaba ligeramente. Se detuvo, y al dejar de caminar el único sonido que se escuchaba era su propia respiración. Iluminó las paredes, revelando una serie de jeroglíficos, pero no intentó leerlos. En su lugar, se fijó en el suelo, cuyas baldosas seguían un patrón sospechosamente regular. La arqueóloga cogió su sombrero y lo lanzó sobre las mismas.

No pasó nada.

Recogió una piedra del suelo y la lanzó cerca de donde había caído su sobrero... y la trampa se activó. La baldosa bajo la piedra se hundió, y los jeroglíficos de las paredes se rompieron para mostrar muchísimos agujeros perfectamentesimétricos. Hubo un ruido de resortes que precedió a una lluvia de proyectiles metálicos, la cual surgió de la pared izquierda. Los proyectiles desaparecieron a través de los agujeros de la pared derecha; un nuevo sonido de resortes indicó a Aitana que la trampa era cíclica: la munición era, virtualmente, infinita.

La arqueóloga fue tocando la piedras de la pared derecha hasta que escuchóuna que una sonaba un poco suelta. Se alzó sobre sus patas delanteras y empezó a golpearla con todas sus fuerzas. Una vez, dos, tres, cuatro... y a cada golpe, la piedra fue cediendo. Con un último y decisivo patadón, la piedra se hundió hasta el fondo y cayó, revelando una cámara oculta. La arqueóloga se asomó con la lámpara, viendo el mecanismo de la trampa frente a ella. Sonrió antes de correr a desarmar el ancestral artilugio por la fuerza.

Volvió al pasillo principal y activó la trampa dos veces mas. A la tercera, a pesar de que escuchaban los resortes, ninguna flecha surgió de la pared. Con tranquilidad, atravesó el pasillo sin preocuparse por las baldosas que se hundían bajo sus cascos, recuperando su sombrero en el camino.

Poco después llegó a una gran sala de planta rectangular, la cual reconoció como una Sala de Ofrendas... vacía. Ese edificio parecía un mausoleo Coltorginés, pero estaba desprovisto de todos los detalles religiosos de su cultura, incluidos las ofrendas que los familiares del fallecido ofrecían a los dioses. El polvo cubría toda la estancia, revelando rastros de unas criaturas que se habían desplazado por ahí hacía pocos días. Aitana supo que no estaba sola, probablemente Manresht tenía guardianes.

Había varias puertas, pero no dudó en escoger la que le llevaría a su objetivo: aquella a través de la cual se podía ecuchar un extraño cántico haciendo eco en los pasillos milenarios.

**·-----·-----·-----**


Mcdolia alcanzó en su carrera la orilla del río y siguió corriendo siguiendo la corriente del mismo. Tenía que seguir alejando a los demonios de Aitana si querían tener una posibilidad. La mayor parte de estos seguían a su espalda, teniendo que preocuparse solo por algún grupo suelto que trató de cortarle el camino. Sin embargo, el cansancio estaba haciendo mella en la yegua. Jadeaba ruidosamente, y las patas empezaban a dolerle. No sabía cuánto tiempo iba a poder aguantar ese ritmo.

“Como Poison Mermaid no llegue pronto, de esta no salgo”, pensó.

Miró un momento atrás, viendo solo las llamas de los demonios cubriendo el desierte. Pero cuando volvió su vista adelante vio unas luces... sobre el agua del río. No tardó en distinguir los faroles que iluminaban la estructura de madera de una gran embarcación fluvial. Mcdolia sonrió sin dejar de correr.

—¡Gracias a los dioses!

La embarcación viró sobre sí misma, encarando su costado hacia la zona general donde estaba Mcdolia. Esta no acabó de entender lo que ocurría hasta que, sobre los rugidos de los zombis, escuchó las ininteligibles órdenes del capitán del barco. La yegua roja gritó y saltó al suelo al mismo tiempo que el retumbar de los cañones ensordecía cualquier otro sonido. La arena del desierto estalló a la espalda de Mcdolia, la cual solo pudo cubrirse de los restos de metralla que llegaron hasta ella. Cuando alzó la vista, frente a ella solo había varios cráteres alfombrados con los restos desmembrados de medio centenar de zombis. Se puso en pie al ver que más monstruos seguían persiguiéndola.

—¡¿Y este es el equipo de rescate?!

Escuchó a alguien gritar sobre su cabeza. Recortadas contra las estrellas vio las siluetas de varios grifos. Hubo una nueva orden seguida del repiqueteo de varias armas de fuego: mosquetes cortos. Varios zombis que se acercaban a la orilla cayeron abatidos, y los grifos recargaron sus armas. Mcdolia sonrió, aliviada al tener ayuda. Pero, entonces, un grifo gritó:

—¡Ahí está! ¡Capturadla, viva o muerta!

Los grifos hicieron un picado sobre la yegua. Mcdolia echó a correr y aguardó al último instante para tirarse al suelo y rodar, evitando las garras de las enormes aves de presa. Pero al levantarse, el último grifo la golpeó con violencia, proyectándola varios metros y haciendo que rodara por el suelo sin control. Cuando se levantó siguió corriendo, sintiendo el escozor de la herida sobre su costado.

—¡¿Pero es que nada puede salir bien?!

Notó que muchos de los zombis abandonaron su persecución para ir hacia el río. El ruido de decenas de mosquetes en la lejanía le indicó que el resto de la tripulación acababa de tocar tierra.

**·-----·-----·-----**


A medida que avanzaba por el pasillo lo cánticos se hicieron más claros y audibles. Aitana no tardó en reconocer un idioma que, sencillamente, se había negado a estudiar: Infernal, el idioma del Tártaro. La lengua que usaban los demonologistas para hacer tratos con los demonios. Una lengua cuyas palabras, en si mismas, suponían una ofensa a la creación y una condena al alma de aquel que se atrevía a pronunciarlas.

No había muchos seres vivos que lo conocieran.

La arqueóloga vio una luz rojiza al final del túnel, tras una esquina, y un agónico rugido coreó lo cánticos. Apagó la lámpara y se acercó lo más sigilosamente que pudo.

—Mierda...

El pasillo daba acceso a una gran sala circular. En el centro de la misma había un sarcófago de piedra abierto, cuya tapa descansaba en el mismo. Sobre el mismo, rodeado por una esfera de energía roja, había un lobo: Totalmente negro, con unos ojos rojos como la sangre; su aspecto era demacrado y cadavérico. Solo su forma de retorcerse cuando hebras de energía hacía contacto con su cuerpo indicaba que ese ser no estaba muerto. Varias hebras surgieron a la vez de la esfera e impactaron en el lobo, el cual se encogió durante un instante. Después se estiró completamente y rugió con fuerza, mientra sus ojos brillaban con un nuevo poder.

Manresht estaba resucitando.

A ambos lados del sarcófago había dos seres que entonaban el oscuro ritual. Caminaban sobre cuatro patas, como si fueran grandes cánidos. Sus cuerpos eran un caótico mosaico de pelaje, carne y fuego a partes iguales. Sus cabezas estaban coronadas por dos cuernos retorcidos cuyos extremos apuntaban hacia adelante. Sus patas acababan en grandes garras y, cuando hablaban, pequeñas volutas de fuego surgían de sus fauces.

Demonios del fuego.

Al otro lado de la sala, detrás del sarcófago, Aitana pudo ver finalmente el origen de toda esa pesadilla: El portal al tártaro. Eran dos columnas de obsidiana talladas con brillantes runas. Entre ambos pilares no parecía haber nada, pero fijándose bien pudo ver que el aire en esa zona oscilaba. La sensación de terror que provocaba la magia demoníaca se hizo tan intensa al mirar el portal que Aitana tuvo que echarse atrás y respirar hondo varias veces para calmar los temblores que la habían invadido. Evaluando la situación se dio cuenta de que solo tenía una ventaja: No esperaban que se hubiera infiltrado hasta ahí. Además, también contaba con el hecho de que los demonios, una vez se manifestaban físicamente en el mundo, se volvían tan vulnerables como cualquier ser vivo: Un lanzazo en el punto indicado los devolvería al infierno del que habían salido.

Aitana sacó una daga de su bolsillo, la cual enganchó a su pata derecha mediante una correas, emulando el espolón de un gallo. Depués asió su lanza con ambas pezuñas y se preparó para el combate. No podía fallar.

**·-----·-----·-----**


Un nuevo impacto mandó a Mcdolia al suelo, la cual logró rodar antes de que otro grifo la ensartara con una cimitarra que sostenía con sus garras de águila. El sonido de los disparos de mosquetes y cañones llegaba desde la orilla, donde la tripulación pirata se estaba abriendo paso, fuego mediante.

—¿Cómo lo están haciendo? —Mcdolia se tocó la Cutie Mark con una pata—. ¡Vamos, tú, ¿no puedes hacer nada más?!

El reloj de su flanco se iluminó como había hecho antes, pero esta vez hubo algo diferente: La yegua roja sintió algo enredándose alrededor de su pezuña. Cuando la retiró vio que el reloj plateado se había materializado, tomando el tamaño de un plato pequeño, y con una larga cadena del mismo color. Mcdolia observó esta última alucinada, pues su marca nunca había hecho nada semejante.

Mcdolia escuchó el grito de un grifo al lanzarse sobre ella. Ella esquivó la embestida y, con el mismo movimiento, lanzó el reloj. Movido como si tuviera voluntad propia, se enrrolló en torno al tobillo de la criatura. El grifo maldijo y trató de elevare, pero Mcdolia tiró con todas sus fuerzas, haciendo que se estrellara contra el suelo.

El resto de grifos se lanzaron al ataque, y la escena se repitió: Combinando su velocidad con su nueva arma, pronto tres de estos seres yacían inconscientes sobre la arena.

—¡Retirada, volved con el resto!

La yegua roja, viéndose libre del peligro inminente, miró alrededor. Los lobos ígneos la habían dejado y cargaban contra algo entre ella y el río. Escuchó los disparos de los piratas, ruido de combate, rugidos y órdenes gritadas al viento. Mcdolia empezó a correr hacia allí; no podía permitir que todos esos... estúpidos murieran a manos de los monstruos. Pero algo la hizo detenerse en seco.

La temperatura bajó en picado.

Un aire helado se extendió desde donde estaban los piratas, y Mcdolia sintió su alma sobrecogerse por una magia que desconocía. Se echó al suelo por puro instinto, mientras dedicaba una oración mental a Fausticorn. Los zombis frente a ella se quedaron inmóviles durante unos instantes... antes de caer inertes sobre la arena. Cuando lo hicieron, la yegua roja pudo ver a los piratas lobo. Y en medio de estos había un unicornio, iluminado a partes iguales por las antorchas y la luz verdosa de su cuerno.

Mcdolia echó a correr. Más grupos de zombis se lanzaron sobre los piratas y sobre ella misma. Pero en ese momento, la yegua roja prefería de mucho enfrentarse a los demonios que no a ese unicornio.

**·-----·-----·-----**


Aitana entró en la sala del ritual y lanzó su lanza. El proyectil se incrustó en los cuartos traseros de un demonio, el cual rugió de sorpresa y dolor, lanzando una nube de llamas por la boca. Sin perder un instante, la poni galopó y saltó sobre él. Antes de que el infernal ser comprendiera qué había ocurrido, la daga de la arqueóloga le atravesó la yugular. El demonio, al morir, se deshizo en una bola de fuego, dejando solo unas pocas cenizas como recuerdo de su paso por el mundo.

La arqueóloga intentó recuperar su lanza, pero el otro demonio no se lo permitió: con un rugido de batalla, lanzó un enorme cono de fuego que Aitana esquivó por poco. Manresht, desde la esfera, rugió a su vez y gritó cuando más y más haces de enegía se unieron a él.

Aitana saltó de un lado a otro, esquivando los ataques del demonio e intentando acercarse, pero le era imposible: se había quedado sin su única arma lanzable. Sacó el látigo y lo lanzó hacia el demonio, enrrollándolo en los cuernos del mismo con un ensordecedor chasquido. El ser, al sentirse atrapado, tiró hacia atrás. Aitana intentó resistir su fuerza en vano; la criatura se alzó sobre sus cuartos traseros y lanzó a la arqueóloga hacia él. Esta intentó atacarle con la daga al caer, pero antes de que tuviera oportunidad, un garrazo del demonio la lanzó hacia un lado. Sintió un lacerante dolor en el costado, pero se las apañó para caer sobre sus cuatro patas. Cuando encaró a su enemigo, este estaba cogiendo aire para abrasarla con su fuego.

La poni cogió la brújula con una pezuña y bajó sus defensas mentales. Al instante sintió la sed de batalla del lich Kolnarg apresar sus acciones. La oscuridad rodeó sus ojos y su cerpo, y Aitana habló con una voz barítona.

—¡Kal-tog manak, mergul!

Aitana, poseída, alzó una pezuña proyectando una onda de choque. Esta impactó contra el fuego que surgía de las fauces de la bestia, dispersándolo hacia los lados. El demonio recibió directamente la fuerza del hechizo y fue derribado. Aitana usó toda su voluntad para recuperar parcialmente el control de su cuerpo y se lanzó hacia el demonio. Antes de que se alzara, lo apuñaló repetidamente en el pecho. El ser luchó durante unos instantes, pero finalmente se quedó inmóvil antes de desvanecerse en una bola de fuego, como había hecho su hermano.

Manresht se revolvió, miró a Aitana y empezó a gesticular símbolos arcanos. La poni cerró los ojos, concentrándose en forzar al espíritu de Kolnarg a regresar a la brújula. Sin embargo, un calor insoportable la hizo abrir los ojos para ver un muro de llamas echarse sobre ella. Saltó a un lado, esquivando el fuego por poco. El milenario hechicero lobo pronunció violentas sílabas arcanas mientras trazaba runas en el aire. Varias saetas de fuego se formaron de la nada a su alrededor, y miró a Aitana con furia asesina a pesar de que seguía atrapado en la esfera energética.

Aitana echó a correr alrededor del sarcófago, usando su daga para trazar una línea sobre el polvo del suelo. El hechicero rugió y lanzó su ataque; la yegua saltó, esquivando varias de las saetas que impactaron contra las paredes, creando deflagraciones de llamas. Sin embargo, el último proyectil hizo blanco en su objetivo. Aitana gritó al sentir el impacto y se lanzó al suelo cuando la llamas la rodearon. Se volvió a levantar, con su chaleco todavía ardiendo, y siguió su desesperada carrera por completar el círculo. Manresht volvió a conjurar, pero la arqueóloga logró cerrar la línea sobre sí misma; después cogió varias gemas roja que llevaba en su bolsillo mágico y las tiró al suelo, aplastándolas. Luces mágicas surgieron de la mismas, las cuales se extendieron a lo largo del irregular círculo tallado en el suelo.

—¡Imperator Stellarum, trae el vacío del cosmos! —gritó Aitana—. ¡Mater Luminis, trae la luz de la vida!

Nuevas saetas de fuego se formaron alrededor de Kolnarg. Este tardó un instante en lanzarlas contra Aitana, pero la yegua marrón no intentó evitarlas.

—¡Pte Ska Win, blanca madre de los búfalos, ata a esta criatura a la tierra!

La luz que cubría la linea del suelo creció en intensidad y, como una barrera mágica, subió hacia arriba. Los proyectiles ígneos, justo antes de tocar a Aitana, impactaron contra la misma, deshaciéndose en el aire. Manresht se quedó prácticamente inmóvil, como si hubiera perdido toda su fuerza. La luz de sus ojos se apagó poco a poco, y finalmente la esfera rojiza que lo rodeaba desapareció. El hechicero cayó dentro del sarcófago sobre el que levitaba.

Tras unos segundos de inquieta espera, Aitana se permitió prestar atención al dolor en que recorría sus costillas... y entonces recordó que el fuego todavía cubría su chaleco.

—¡Ah, oh, mierda! —gritó mientras rodaba por el suelo.


La yegua pasó, tras apagar las llamas, varios minutos vigilando la sala y reforzando el círculo de contención. El círculo funcionaba aislando los flujos mágicos dentro del mismo del exterior; Manresht había perdido, temporalmente, el contacto con las energías demoníacas que le alimentaban. Aitana no podía tocar el portal en si sin un mago entrenado en la materia, o podría provocar un desastre. El agotamiento del combate hizo presa en la poni, haciéndola jadear pesadamente.

—Vale... está contenido... ahora solo necesito una caja.

Aitana recogió la lámpara y cojeó, dolorida, hacia la salida, siguiendo su propio rastro. Las costillas le dolían a cada paso, probablemente se las había fisurado el demonio al golpearla. Su pelaje estaba ennegrecido en muchos puntos, y sentía que varias quemaduras iban a necesitar ser tratadas por un experto. Atravesó la trampa que ya había desactivado y subió el pasillo, viendo la salida al fondo.

Pero sintió que la vista se le nublaba. La brújula que colgaba de su cuello se iluminó, y la presencia de Kolnarg intentó apresar la mente de su huésped. La yegua se echó al suelo, llevándose las pezuñas a la cabeza, mientras gruñía por lo bajo.

—Agh... ahora no, cabrón, ¡ahora no!

Aitana utilizó toda su voluntad para obligar al espíritu de Kolnarg a retirarse a la brújula. Hacía mucho que no lo sentía con tanta fuerza; necesitaba salir de ahí. Caminó lentamente, subiendo la rampa de arena que llevaba a la entrada, todavía luchando por mantener el control sobre si misma.

Sintió un gran alivio al salir al frío de la noche, pero no bajó la guardia y observó alrededor. Pudo ver las llamas de algunos zombis hacia el norte, cerca del río. No había monstruos cerca de ella, pero los oía rugir en la distancia. El arrítmico repiqueteo de armas de fuego resonaba desde el Narval. Aitana sonrió al creer que Poison Mermaid había llegado al fin. Escuchó un galopar que se acercaba y vio a su amiga Mcdolia. ¡Estaba viva! Parecía relativamente intacta, y llevaba algo que brillaba en su pezuña derecha. Pero un grito impidió que Aitana llegara a abrir la boca.

—¡¡Aitana, corre!!
—¡Ahí está, matadla!

La arqueóloga miró hacia la duna donde había surgido la segunda voz. Un grupo de seres, lobos por su forma de sostenerse sobre sus patas traseras, apareció, alzando armas de fuego. Las dos yeguas se pusieron a cubierto tras las rocas de la zona. Las detonaciones precedieron a una lluvia de balas; cuando cesó, las dos amigas se levantaron y echaron a correr en dirección contraria.

—¡¿Quién cojones son esos?!
—¡No lo sé, pero hay un unicornio entre ellos! ¡Y no es bueno!
—¡¿Cómo que no es bueno?!

Hubo una perturbación en el aire, una vibración mágica, y la temperatura volvió a caer en picado. Aitana, sorprendida, observó el vaho formarse a partir de su respiración... y un miedo nada relacionado con la magia en sí misma la embargó.

—Nigromancia...

La yegua marrón se giró durante un instante y lo vio: un unicornio conjuraba sobre la duna, junto a los piratas, mientras su cuerno brillaba intensamente. En la noche solo pudo apreciar claramente sus crines blancas, que adquirían tonos verdosos por el aura que surgía de su cuerno. El nigromante terminó de conjurar y el brillo de su cuerno se apagó, sumiéndolo en la oscuridad. Pero el antinatural frío, en lugar de desaparecer, se incrementó. Aitana reaccionó por un instinto aprendido en anteriores incursiones.

—¡Mcdolia, detrás de mi!

Aitana no quería hacer lo que iba a hacer, pero no tenía tiempo de trazar un círculo de protección. Se llevó una pezuña al bolsillo y sacó una pequeña gema blanca, la lanzó al aire y la aplastó con ambos cascos. Una intensa explosión de luz se produjo, y frente a las dos yeguas apareció una abominación: Era negra y semitransparente, y por rostro solo tenía dos agresivos ojos blancos. Solo tenía un brazo derecho que acababa en cinco largas garras negras. El ser se detuvo ante la explosión, cubriéndose el rostro.

—¡¿Qué es eso?! —gritó Mcdolia.

La arqueóloga no repondió: una vez más, dejó caer sus defensas mentales dejando que Kolnarg tomara el control. El oscuro brillo de la brújula se extendió por todo el cuerpo de la poni, mientras esta pronunciaba una ininteligible retahíla. El espectro se quedó quieto durante un instante y, tras unos momentos, cargó volando contra el mismo unicornio que lo había convocado. Acto seguido, Aitana cayó al suelo llevándose la pezuñas a la cabeza.

—¡Aitana!

Mcdolia miró impotente cómo la oscuridad de la brújula pugnaba por cubrir completamente a su amiga, la cual luchaba por mantener el control sobre si misma. Escuchó los gritos de los lobos que las perseguían. Sabiendo que no tenían tiempo, la yegua roja se agachó y alzó parcialmente a Aitana sobre su grupa. Caminó tan rápido como pudo hasta rodear una duna, bajó a su amiga y empezó a cubrirla con arena.

—Aitana, tenemos que escondernos. No hagas ruido.

A pesar de que esta seguía luchando contra Kolnarg, logró asentir: la había entendido. Pero su amiga estaba demasiado débil, no estaba logrando contener al lich en su receptáculo. Mcdolia se tumbó junto a Aitana y se enterró parcialmente con la arena antes te hacer lo único que se le ocurrió:

Mcdolia le quitó la brújula a su amiga y se la colgó del cuello.

Al principio no sintió nada. Qué extraño, esperaba que Kolnarg intentara poseerla desde el principio. Se acomodó junto a Aitana, la cual seguía respirando agitadamente, y se aseguró que ambas estuvieran bien ocultas. Después esperó, escuchando solo los rugidos de algún zombi y las órdenes del capitán de los piratas. Mientras aguardaba, vigilante, recordó días pasados. Los libros que había escrito, hablando de los viajes espacio-temporales, y cómo había llegado a tener cierto éxito. Especialmente con la novela...

La yegua roja parpadeó un par de veces y sacudió la cabeza. Esos no eran sus recuerdos, tenía que centrarse.

Observó a Aitana, la cual parecía estar empezando a calmarse, pero todavía mantenía los ojos cerrados. Era obvio que necesitaba más tiempo; Mcdolia decidió que se lo daría antes de devolverle la brújula. De todas formas, ella se sentía bien.

Como se sintió bien la vez que venció a esos bobos en la carrera, defendiendo a Fluttershy. Creer que podían ganarla a ella... y lo cierto es que estuvo cerca. Pero entonces ocurrió lo que tenía que pasar: demostró lo increíble que era haciendo el increíble Sonic Rainboow que los dejó a todos en el sitio. ¡Ja! Por algo ella era la pegaso más...

Mcdolia abrió mucho los ojos y volvió a sacudir la cabeza. ¡Esos no eran sus recuerdos, eran los de Rainbow Dash! “¿Pero qué diantres me pasa?”. Ella era Mcdolia, salvaba a todos los que podía sin esperar nada a cambio, sin que la reconocieran por la calle. Ella, que tanto se arriesgaba, solo tenía a su querida Ditzy para recibirla en casa... “Leche, no, Dinky no es mi hija, es hija de Derpy, ¿qué demonios me está pasando hoy? Sé que esos no son mis recuerdos”.

Pero... cuánto ansiaba que fuera cierto. Cuánto ansiaba poder volar, poder caminar sobre las nubes. Y sobre todo le encantaría ser reconocida. ¿Por qué no lo era? Ella había salvado muchísimas vidas, sin ser tan objetivamente cruel como podía serlo Aitana. Pero.... ¿y si pudiera hacerlo? ¿Y si pudiera volar y demostrar al mundo su... poder?

“Puedes hacerlo, Mcdolia”.

La yegua roja no se dio cuenta de que eso no había sido un pensamiento: había sido una voz en su cabeza. Mcdolia sonrió, mientras su pelaje se oscurecía, al igual que sus ojos. Abrió la boca y pronunció unas sílabas de un idioma que desconocía.

—Kalnor, matag mar...

Antes de que completara la frase, una veloz pezuña atrapó la brújula y se la arrancó del cuello. Al instante, Mcdolia sintió cómo una oscura presencia, que se había colado sin que ella lo notara, abandonaba su mente. Miró en todas direcciones, confundida, hasta toparse con los ojos verdes de Aitana, la cual se estaba ajustando el objeto en torno a su cuello.

—Gracias, necesitaba estos minutos. Pero no vuelvas a hacerlo.
—¿Qué? ¿Cuándo...?

Pero la arqueóloga cerró los ojos, conteniendo con su propia voluntad los ataques mentales de Kolnarg. Mcdolia sintió que le temblaban las pezuñas. ¿Cuánto había tardado en caer? ¿Un par de minutos? ¿Cómo lo hacía Aitana para resistir portar esa brújula veinticuatro horas al día? ¿Cómo se las apañaba para permitir que el lich la controlara durante unos instantes para que atacara a sus enemigos? ¿Cómo diantres no se volvía loca?

Finalmente, la luz de la brújula se apagó y Aitana abrió los ojos. Pero se la notaba que todavía respiraba pesadamente.

—Tenemos que acercarnos. Tenemos que observar qué hacen. Un nigromante... j*der. Lo que nos faltaba.

Poco a poco fueron desplazándose, siguiendo la linea de la duna, hasta poder observar la entrada a la guarida de Manresht. Los piratas se habían posicionado, eran cerca de treinta. Habían plantado antorchas alrededor de la zona, y formaban un círculo que vigilaba en todas direcciones, con sus armas cargadas. En el centro del mismo había un lobo negro que, por como dirigía al resto, dedujeron que era el capitán. Y junto a él estaba el unicornio: su pelaje era azul oscuro y su crin blanca.

Un grupo de cuatro grifos entró portando una gran caja de metal en la construcción. El unicornio los siguió.

—j*der. Mierda, ¡j*der! Van a sacarlo ellos mismos.
—Bueno... es lo que querías hacer tú, ¿no, Aitana?
—¿Un nigromante queriendo capturar a un demonologista milenario? Esto no es bueno...

Casi dos horas después hubo un movimiento en la entrada de la construcción. Varios lobos arrojaron cuerdas en el interior, y después jalaron de las mismas, sacando la misma caja que habían introducido antes. Por como la movían, ahora era evidentemente mucho más pesada, y varios símbolos arcanos brillaban sobre la misma.

—Su p*ta madre. Eso quería hacer yo, ¡pero para matarlo!

Aitana se puso en pie, dispuesta a acercarse, pero Mcdolia la detuvo.

—¡Quieta! ¿Pero qué haces?
—¡No podemos dejarle! ¡No sé qué pretende, pero no pienso quedarme quieta hasta que ocurra!
—¿Qué pretendes, matarte estúpidamente?

La yegua marrón volvió a avanzar, pero esta vez Mcdolia la placó. Al hacerlo observó que la brújula brillaba débilmente, y que este brillo se reflejaba en los ojos de su amiga.

—¡Déjame, tengo que impedirlo!
—¡Aitana, para! ¡La brújula te está afectando! Si vas ahora solo lograrás que te maten.

La arqueóloga se quedó quieta y Mcdolia la liberó. Volvió a concentrarse en controlar a Kolnarg, mientras maldecía por lo bajo. La siguiente media hora observaron impotentes cómo los piratas cargaban la caja que portaba a Manresht hasta su barco. Las dos yeguas no lograron ver una forma de acercarse a la nave sin ser vistas, los piratas vigilaban una zona muy amplia. Había algunos zombis brillando en la oscuridad, pero parecían desorientados ahora que su amo había quedado fuera de combate.

La caja fue subida al barco pirata y este inició las maniobras para girar ciento ochenta grados y empezar a navegar río abajo. Las dos ponis se acercaron a la orilla, pero las heridas de Aitana le impedían galopar demasiado tiempo. El sol empezó a despuntar en el horizonte.

—Mierda, mierda, ¡j*der! ¡¿Quién cojones es ese tipo?!
—Aitana, no podemos hacer nada. Avancemos junto al río, quizá encontremos, no sé... alguna pista.

La temperatura empezó a subir, lo que no ayudaba a Aitana con las quemaduras ni sus heridas. Se dio un rápido baño en el río antes de seguir la corriente tras el barco que ya hacía rato que se había perdido en la lejanía. Les quedaban millas hasta la siguiente ciudad, y eso sino había sido arrasada por los zombis. Se dio cuenta de que habían perdido... y no sabía quién era ese unicornio. Demonios, ¡ni siquiera había llegado a ver su Cutie Mark!

—¡Mierda, j*der! ¿Qué hacemos ahora?
—¿No puedes llamar a otros arqueólogos?
—¿Y cómo les indico qué nigromante se ha llevado a Manresht si ni siquiera nosotras lo sabemos? ¡Mierda!
—Aitana... ¡mira!

En la lejanía del río, la silueta de lo que parecía un barco comenzó a dibujarse sobre el horizonte. Aitana se puso en guardia al verlo, creyendo que los piratas habían vuelto para acabar la faena -era evidente que sabían quiénes eran, y habían intentado matarlas-. Pero las velas de esta embarcación eran blancas, no grises, y la madera era más clara que el barco donde iba el nigromante.

—¿Son ellos? —preguntó McDohlia—. ¡Han vuelto!
—No, espera… yo conozco ese barco.

Aitana corrió por la orilla al encuentro del majestuoso navío que dominaba las mansas aguas con maestría. Algo echó a volar desde cubierta, acercándose a ellas rápidamente. Con un suave aterrizaje, una pegaso añil se posó suavemente sobre las arenas del desierto.

—Es evidente que no se te puede dejar sola ni un momento, querida —bromeó Poison Mermaid—. Y veo que además tienes compañía —con un elegante movimiento de cabeza, Poison se apartó el flequillo turquesa, salpicado de mechones azules, de la cara—. Por suerte, hay sitio de sobra en el barco, y también tenemos un médico fantástico.

—¡Poison, te tienes que haber cruzado con un barco de velas grises! ¡Tenemos que atraparlo, nos han robado algo vital!
—Creo que el sol te ha dado demasiado fuerte en esa cabecita tuya. ¿Acaso no sabes que eso es un interceptor grifo? —Poison resopló con sarcasmo—. Van armados hasta los dientes, sería una imprudencia ir detrás de...
—¡TE PAGO LO QUE QUIERAS!

Los ojos de pupilas azules de Poison se posaron sobre su cliente. Después sonrió con dulzura.

—Soy una pirata, pero tengo mis principios. Una buena aventura es bastante pago. Y darles una patada en el culo a la competencia que intenta derrocarme de mi trono y quitarnos el título de piratas más temidos de cualquier masa grande de agua es más que suficiente recompensa para nosotros —una balsa proveniente del barco llegó hasta la orilla. Poison se giró a la misma—. Subid.

—¿Piratas? ¿Estás segura de esto, Aitana? —susurró McDolia, aprovechando que Poison se había dado la vuelta.
—Poison siempre cumple los tratos. Y es nuestra única posibilidad de atrapar a ese nigromante.
—Has tratado con ella antes, ¿verdad?
—De hecho eres una poni libre gracias a un trabajo que ella hizo por mi.

Mcdolia no llegó a indagar al respecto, pues guardaron silencio al subir a la barca. La yegua roja miró recelosa el navío mientras se acercaban al mismo. Era un barco de aspecto estilizado y velas blancas, y pudo contar siete cañones por banda. No sabía mucho de barcos, pero le pareció que ese tenía una estructura muy sólida.

En cuanto subieron todos a cubierta, la capitana Poison Mermaid avanzó hacia el castillo de popa, con unos andares tan elegantes que no parecían propios de una pirata.

—Por favor, que el médico atienda a nuestra invitadas, sin ellas no tendríamos una nueva aventura entre los cascos —dijo hablando en un tono tranquilo y bajo—. Izad las velas y levad anclas, seguimos al interceptor.

El contramaestre, un poni marrón algo mayor que Poison, repitió la orden, y el barco comenzó a moverse a gran velocidad, tanto dentro como fuera. La tripulación entera corría o volaba de un lado a otro, concentrados en su labor: un par de pegasos impulsaban con sus alas las velas del barco, unos unicornios usaban su magia para manipular los aparejos y cuerdas, mientras que los ponis de tierra eran la fuerza bruta a la hora de izar velas. Mcdolia y Aitana fueron llevadas a la bodega donde el médico empezó a tratar sus heridas.

La sirena mutilada, la nave de la conocida Dama Venenosa, avanzó río abajo con el sol a su espalda, cortando el agua como una saeta.



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NOTA DEL AUTOR:

Afu, me ha costado releermelo mil veces hasta convencerme de que está bien. Temía que no fuera lo bastante intenso para lo que es Aitana Pones, pero creo que está bien. Gracias de nuevo a mis beta-readers Quisco Mcdohl y Pandora.

Respecto a Mcdolia, hoy habéis sabido más de la... personalidad de la misma, pero tardaréis mucho en saber todos los detalles.

Respecto a Poison, quiero pediros un favor. Escribid un review con lo que queráis decir, pero acabadlo escribiendo: “¡Pandi, quiero leer la historia de Poison Mermaid!”. Que la condenada no se decide a empezar a publicar, y eso no está bien. No señor, nada bien.

Hace poco descubrí la opción de crear mis propios foros en Fanfiction, así que eso he hecho. Os invito a visitarlos y, si tenéis ideas que queráis compartir de forma más cómoda que a través de Reviews, ¡por mi genial!

Tresuvesdobles fanfiction (punto) net /myforums/Volgrand/1509568/

Ahora disculpadme, pero necesito escuchar varias veces la banda completa de “piratas del caribe” antes de escribir el siguiente capítulo.

Espero que lo hayáis disfrutado. Se agradecen reviews.

Un saludo.
Volgrand: Junta de Iberbronies, vocal
¿A que soy mono?
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