AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Finalizado)

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AITANA PONES: "La fiebre infernal" (Finalizado)

Notapor Volgrand » 06 Feb 2014, 22:16

Personaje nacido en el laberinto ManeClipSix, se ha labrado una personalidad y una historia que merece ser escrita. A la vez que otros personajes que se cruzaron en con esta intrépida arqueóloga y aventurera.

AITANA PONES: "La fiebre infernal" será el primer libro, de momento, de una trilogía. Si estáis pensando en un plagio de Daring Do, pensadlo bien de nuevo, porque esta historia es mucho más oscura. En esta historia encontraréis:

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Y sin más, aquí tenéis el...

Capítulo primero: "La esclava poni"
Spoiler:
Los recuerdos no son un flujo contínuo.
La vida, con el tiempo, se convierte en una fluctuante sucesión de hechos aislados, aquellos que marcaron especialmente la vida de una persona.

El oscuro rayo se dirigía hacia Aitana. Las runas de su armadura brillaban moribundas, incapaces de detener el hechizo. Y su portadora, al saber que no iba a poder esquivarlo, no pudo evitar ver pasar toda su vida ante ella.

Su primera expedición.
Cuando Manresh despertó.
El día que conoció a Hope Spell.
Cuando se embarcaron al norte en busca del Weischtmann.
Cuando despertó en el hospital del Imperio de Cristal.
La nota...

Después de eso sus recuerdos eran borrosos, como una parte de su vida que no quisiera recordar. Recordaba dolor, dolor oculto bajo capas de sobreconfianza y agresividad. Sabía que había intentado suplir el vacío de su corazón... con demasiados ponis. Pero era un recuerdo vago, como un sueño, como una ilusión de algo que no debería haber sido su vida.

Pero sus recuerdos se volvían claros a partir de la aparición del laberinto. Se adentró en él sin dudar, quizá buscando salir del bucle en el que se había encerrado, o quizá buscando la muerte. Aitana nunca supo, en verdad, qué es lo que buscaba.

Sin embargo, la encontró. La encontró a ella. La poni que finalmente había logrado que la arqueóloga superara lo que ocurrió en el norte y siguiera adelante. La poni que se había atrevido a considerar, de nuevo, el amor de su vida.

Y ella le correspondió. Ya había pasado un año desde aquello. Cerró los ojos, mientras el oscuro nigromante pronunciaba sus artes arcanas malditas. Aitana murmuró en su mente tres simples palabras.

“Lo siento, pequeña”.

El rayo se le acercó, y aunque la arqueóloga intentó esquivarlo, supo que no lo iba a lograr. Se preparó para el final. No le importaba morir, si con ello podía detener a ese ser. Pero lamentaba profundamente separarse por siempre de su amada. Sabía que nunca le perdonaría haberla dejado atrás.

“Lo siento mucho, pequeña”.



**·-----·-----·-----**





Tres años antes.
Ciudad de Taichnitlán.
Reinos lobos.


Un joven lobezno portaba una bolsa llena de pergaminos, mientras agitaba uno de los mismos en una garra gritando algo en su idioma natal. Una criatura se le aproximó. Era una cuadrúpeda, con patas que acababan en una única garra sin afilar. Tenía el pelaje marrón, algo más oscuro en su morro sin colmillos. Sobre su cabeza y cuello caía una melena de dos colores: violeta y gris. Los mismos que adornaban la cola de la criatura. Llevaba un extraño chaleco verde, lleno de bolsillos. Sobre su cabeza había un sombrero blanco, típico de explorador. Bajo este sobresalía una pieza de tela blanca que cubría la espalda del extraño ser, protegiéndolo del calor del sol.

El lobezno jamás había visto criatura semejante. Pero lo más sorprendente fue cuando habló en un perfecto idioma lobo, aunque con un acento muy marcado.

—Dame un pergamino, chico.

El joven lobo aceptó el escudo de oro a cambio de éste, y se lo entregó.

—¿Usted es un poni, señor? ¡No se ven muchos ponis en los reinos lobos!
—Soy una hembra, muchacho —respondió mientras abría el pergamino—. Y sí, soy un poni, me llamo Aitana Pones. ¿Es cierto lo que estabas gritando?
—¡Sí, señora poni! El milenario Imperio de Cristal ha vuelto a aparecer. Aunque si le soy sincero, no tengo ni idea de qué es eso.

El lobezno se despidió y siguió su camino, anunciando el titular del pergamino -el equivalente a los periódicos de equestria-: “El Imperio de Cristal reaparece tras un milenio desaparecido”. Aitana abrió el suyo y, tras leer la noticia, exclamó en equestriano:

—¡Maldita sea! ¡Un maldito milenio desaparecido, y reaparece cuando estoy en el culo del mundo! ¡p*ta suerte la mía!

Maldiciendo, lanzó el pergamino a un montón de basura y siguió su camino. La ciudad de Taichnitlán era la capital comercial de los reinos lobos. Crecía como una flor junto al mar, en pleno desierto. Sus edificios estaban construídos principalmente con ladrillos y barro, dando a todo el conjunto un monótono color marrón anaranjado. Sin embargo, palmeras y fuentes adornaban las calles y casas de los más ricos, haciendo a la ciudad merecedora de su sobrenombre: “La joya del desierto”.

Cientos de comerciantes pasaban a diario por el puerto, que estaba continuamente lleno de actividad. La población en general era de clase baja y trabajadora, acumulando las riquezas unos pocos maharajás. Sin embargo, los habitantes de esta ciudad en concreto no tenían grandes problemas: la comida no faltaba y, a pesar de estar rodeados por desierto, el agua abundaba en forma de fuentes y manantiales artificiales, que se alimentaban mediante un desvío del río que pasaba a varios kilómetros de la ciudad.

Viajar por los reinos lobos era arriesgado. En una ciudad, si uno pasaba desapercibido, podía contar con la relativa seguridad de que sólo sería atacado por ladrones que se conformarían con su oro. Sin embargo, en las zonas menos pobladas, era cuestión de tiempo que alguien intentara asesinarte. Especialmente tratándose de un poni. No hay que olvidar que los lobos son, mayoritariamente, carnívoros. Aunque podían alimentarse de comida vegetal, culturalmente, se seguía considerando una extravagancia.

Aitana se encaminó a través de las calles hacia un destino concreto. Tras atravesar el mercado se adentró en la zona más rica de la ciudad. Los lobos que pasaban, y algún ocasonal grifo, se detenían y la miraban, murmurando por lo bajo. Aitana estaba acostumbrada a ello, y en el fondo lo entendía. Con todo lo bueno que tenía Equestria, se había dado cuenta en sus viajes de que era un reino extremadamente cerrado. Los ponis no sabían prácticamente nada de las naciones vecinas, con la excepción de los grifos.

Las casas de esta zona estaban custodiadas por guardias. Mercenarios o servidores de ricos burgueses y mercaderes. Había muchos negocios tras esas puertas, muchos de los cuales probablemente eran de moral bastante cuestionable. Otros eran abiertamente ilegales. Pero no era por eso por lo que Aitana había acudido a ese lugar. Esos temas no eran asunto suyo. Llegó a una casa, o más bien, un pequeño palacete. Dos guardias lobos custodiaban la puerta. A dos patas, pose que solían adoptar en combate, los lobos casi doblaban en altura a cualquier poni. Llevaban sendas armaduras de cuero reforzado. Una espada colgaba del cinturón de cada mercenario, y en sus garras portaban una alabarda de bronce. En cuanto vieron a Aitana acercarse, adoptaron posición de guardia y cruzaron sus armas frente a la puerta de la casa.

—No se puede pasar. El amnar comerciante Alib ib Massan ib Massaure está reunido.

El guerrero, de pelo gris, hablaba en poni bastante torpemente. Aitana pudo apreciar tres marcas tatuadas bajo el pelo de su brazo. Una por cada enemigo que ese lobo había abatido. Tratando de ser cortés, la poni habló en el idioma natal del guardia.

—Alib ib Massan es un lobo ocupado, pero somos viejos amigos. Infórmale de que Aitana Pones ha venido a visitarle.

—Creo que no has entendido, poni —farfulló el otro guerrero con violencia, mostrando todos los dientes—. Aquí los de tu especie son simple ganado. Y yo empiezo a tener hambre, ¿verdad, Mohammed?

—Tienes suerte, poni, de que estamos de guardia —dijo el lobo gris, Mohammed—, si no fuera por eso te mataría aquí mismo. Pero siempre podríamos decir que intentaste allanar la casa de Alib ib Massan.

Ambos guerreros rieron por lo bajo, esperando que la poni echara a correr por sus poco sutiles amenazas. A fin de cuentas, eran una raza de nenas criadas en un mundo de arcoíris, y jamás se veían envueltos en auténticos problemas. Tan nenazas que no eran capaces de abandonar su hogar para comerciar en el gran puerto de Taichnitlán. Para los mercenarios lobos, eran una raza que no merecía mayor respeto que los cerdos que criaban para alimentarse.

Pero para sorpresa de los dos guerreros, esa poni no solo no echó a correr. Ni siquiera mostró signos de amedrentarse. Lo que es más, los miró a los ojos, desafiante, y con una sonrisa prepotente, soltó:

—Claro. Sin duda no querréis hacer enfadar a vuestro amo, ¿verdad, perros?

—Estúpida poni, somos mercenarios contratados por Alib ib Massan, no esclavos.

—Vaya, disculpame, perro, pero no sabía que a los de tu especie ahora se les pagaba con oro. No te preocupes, seguro que al final del día te dan una galleta.

No hubo ningún grito o aviso. Simplemente, los dos mercenarios levantaron sus armas y las descargaron contra la poni. Aitana saltó a un lado, esquivando la primera alabarda. Después se echó al suelo, esquivando el ataque del otro guardia, y cargó con toda su fuerza contra el lobo gris.



En el interior de la casa, el gran burgués Alib ib Massan ib Massaure escuchó un gran estruendo en la puerta principal. Después, ruido de combate. El gordísimo lobo llamó a sus sirvientes, temiéndose que un enemigo viniese a matarlo. ¿Pero quién? ¡Había pagado a todas las mafias del lugar, y sobornado a todas las autoridades! ¡No había nadie con razones, o poder suficiente, para asesinarlo!

No tuvo tiempo a alejarse de la puerta principal cuando ésta se abrió. Un par de sirvientes llegaron, portando garrotes y algún cuchillo, dispuestos más a luchar por sus vidas que por la de su amo. Pero tras la puerta se encontraron una escena insólita:

El mercenario de color gris estaba en el suelo, sujetándose la tripa y luchando por respirar. El otro guardia estaba de rodillas, su alabarda yacía en el suelo a varios metros de él. Una espada se sostenía a pocos centímetros de su cuello, empuñada nada menos que por un poni. Éste se giró, y el comerciante en seguida reconoció el pelaje marrón de una vieja compañera de negocios.

—Alib, deberías contratar guardias más educados —sentenció Aitana hablando en lobo—. Si me hubiesen anunciado como les pedí, eso no habría pasado.

—¡Aitana Pones! —gritó Alib, aliviado—. ¡Cuánto tiempo ha pasado! Pasa, vieja amiga, y deja que mis sirvientes te sirvan higos y algo de vino. Este... y que alguien atienda a los mercenarios, ¡vamos! —añadió dando dos sonoras palmadas.

Los sirvientes obedecieron en perfecto orden. Antes de que la puerta del patio principal se cerrara, Aitana acertó a ver cómo el lobo gris la miraba con rabia. Suspiró para sus adentros: esos lobos le traerían problemas. Lo suyo era una manía: allá donde fuera, tenía que buscarse problemas.

El patio interior de la mansión era practicamente un pequeño oasis. Un lago artificial llenaba el centro del lugar, con nenúfares creciendo sobre él. Dos lobas, dos de las esposas de Alib, se bañaban con tranquilidad. Una debía tener unos cuarenta años, solo unos pocos menos que su marido. La otra, sin embargo, a duras penas debía haber superado la pubertad.

Alib guió a su invitada -por referirse de alguna forma a la manera de presentarse de Aitana- hasta una pequeña mesa a la sombra de una palmera joven. Dio dos palmadas y varios sirvientes trajeron una bandeja llena de delicias vegetales del desierto: higos, higos chumbos, cactus desespinados con miel... También trajeron una humeante tetera. Alib despidió a los diligentes sirvientes y procedió a servir dos vasos de té.

Aitana se fijó en que una de sus sirvientas, que portaba un collar identificándola como esclava, era una poni. Pelaje rojizo, pelo negro, y una cutie mark en forma de reloj. Pero decidió no comentar nada al respecto, todavía.

—Dime, amiga mía —dijo el lobo hablando torpe, aunque educadamente, en poni—, ¿qué te ha traido a mi hermosa ciudad? Y espero que la razón no sea humillar a mis mercenarios.

Aitana recogió el vaso de té y le dio un pequeño sorbo. Amargo, fuerte y aromático. “Amargo como el nacimiento”, solían decir los lobos nacidos en el desierto.

—Manresht.

El lobo se quedó a medio sorbo de té y miró directamente a la arqueóloga.

—¿Es una broma?
—Alib, sabes que cuando se trata de perseguir seres y maldiciones de la antigüedad, nunca bromeo.

El lobo comió algo mientras miraba a su invitada, esperando que en cualquier momento ésta le confirmara que no era más que una broma para relajar el ambiente. Pero no fue el caso.

—Me estás diciendo —siguió hablando en lobo— que has atravesado medio mundo para perseguir el mito de un mago diabolista que aguarda su momento para resurgir. En serio, ¿es una broma, Aitana?
—No. Mis estudios indican que la leyenda podría ser cierta. Y varios de mis artilugios indican que algo está ocurriendo en el desierto, un ser de gran poder. He venido a investigar.

Ambos apuraron sus vasos de té, y Alib sirvió dos nuevos. La piedra de azúcar había suavizado la bebida, eliminando el amargor. “Suave como la vida”.

—¿Y qué necesitas de este humilde comerciante?
—Acceso a los centros de saber de la ciudad, y un lugar donde poder descansar con seguridad. A cambio te ofrezco el treinta por ciento del beneficio en oro que saquemos de la expedición.
—¿Y qué ocurre si no hay bastantes beneficios, o estás equivocada, vieja amiga? Aunque hasta ahora nunca lo has hecho, no sería un comerciante de mi categoría si no fuera precavido.

Aitana se llevó un trozo de cactus con miel a la boca, mientras hacía cuentas mentales. Estaba delicioso. Le resultaba irónico que, en una cultura mayoritariamente carnívora, fuesen capaces de elaborar manjares vegetarianos como ese.

—Sabes que no soy precísamente pobre. Si sale mal, te pagaré todos los gastos que te suponga más un veinte por ciento del total por las molestias.

Alib pareció meditar la propuesta.

—Tener a una poni alojada en mi casa es siempre un riesgo, amiga mía. Más aún considerando que ya has saqueado varias tumbas milenarias. Eso siempre crea poderosos enemigos.
—Y los beneficios que te supuso a ti, no lo olvides. Dime tu precio.
—Cuarenta por ciento si sale bien, treinta si sale mal.
—Trenta y cinco y veinticinco. Mi última oferta.

Tras unos segundos de silenciosa meditación, el gordísimo lobo sonrió y alzó el té, sellando el pacto con la costumbre poni de un brindis. Aitana hizo lo propio. Estuvieron un rato charlando de otros temas, principalmente los mejores pactos comerciales que había sellado Alib el último año.

—Alib —interrumpió tras un rato Aitana—, he visto que tienes una esclava poni. No son comunes en los reinos lobos, debe haberte costado una fortuna.
—¡Una auténtica rareza! —exclamó el lobo con júbilo—. La vendía un tratante de esclavos de confianza hace unas semanas. Fue verla, la fuerza que irradiaba su mirada, y decidí comprarla.
—¿Por la fuerza de su mirada, o por el lujo de tener un esclavo poni?
—Y además, sabe combatir —Alib ignoró el deje de molestia de la voz de Aitana—. Siempre es sabio tener esclavos bien atendidos y felices que puedan combatir. La seguridad es importante para un lobo de mi categoría.
—Como lo es la libertad.

Hubo un tenso silencio. Ya habían debatido en el pasado sobre la esclavitud y no era una buena idea iniciar una nueva discusión. Para Alib la respuesta no había cambiado: Aitana estaba en un reino en el que la esclavitud estaba permitida, y tenía que aceptarlo. Aitana acabó su té y lo acercó al centro para que le sirviera el tercer vaso, como era costumbre.

—Quiero comprarla. Dí tu precio.

El lobo estalló en una amarga carcajada, casi escupiendo el té.

—¡No te la puedes permitir, poni! A no ser, claro, que te hayas vuelto millonaria en el último año, lo cual dudo.
—Y no te equivocas. Pero sí que tengo objetos más valiosos que una esclava. ¿Qué me dices del Cetro Dorado del alicornio? En Equestria no puedo venderlo más que por unas miles de monedas al museo. Pero en los Reinos Lobos vale cientos de miles de escudos de oro.

El lobo alzó una ceja, incrédulo.

—¿Y se puede saber dónde llevas metido un cetro ancestral de oro puro de casi dos metros de largo? Porque si es donde pienso, me temo que su valor va a bajar drásticamente.
—Mira que eres cerdo —exclamó Aitana a media sonrisa—. En serio, no quiero saber qué perversiones imaginas conmigo cuando yaces con tu esposa más joven.
—La más joven tiene energías pero le falta experiencia. Me reservo para Emilda, la que tiene casi mi edad, las cosas más difíciles.
—¿Como encontrarte la... herramienta bajo tu inmensa barriga?
—Bueno, ¡ya vale! —exclamó Alib—. Ahora en serio, ¿dónde está el cetro?
—En mi casa, por supuesto, a buen recaudo. Pero puedo hacer que te lo envíen. Tardará unas dos semanas en llegar con un teletransporte.

Alib sonrió abiertamente.

—Me parece un pago muy generoso, tanto que eliminaré la cláusula “si sale mal” de nuestro trato anterior y te consideraré mi invitada este tiempo. Eso sí, no te entregaré a la esclava hasta que no tenga el cetro en mis garras.
—Es justo, pero hasta entonces, me servirá a mí. Si no recibes el cetro siempre podrás recuperarla.

Con la satisfacción de un trato bien cerrado, volvieron a chocar los vasos. Al hacerlo, un pequeño objeto cayó del chaleco de la arqueóloga, quedando colgado por una cadena a su cuello. Era una sencilla brújula de metal, que parecía haber sido destrozada y medio fundida. Alib la miró con interés.

—¿Aún no te has librado de esa vieja ruina? A veces pienso que tiene más valor del que dices, amiga mía.
—Solo tiene... valor sentimental —respondió la yegua mientras guardaba el objeto.

Aitana bebió de un largo sorbo el tercer vaso de té, su favorito. La piedra de azúcar de la tetera se había disuelto casi por completo, dando a la bebida un agradable sabor endulzado.

"Dulce como la muerte."

**·-----·-----·-----**


Un rato después, Alib y Aitana entraron de nuevo en la casa. Desde el salón principal, el lobo gritó en equestriano:

—¡Poni! Ven aquí.

Tardó pocos segundos en aparecer la yegua roja. Ahora que tuvo oportunidad de verla con más detenimiento, Aitana captó ciertos detalles. Su melena negra estaba ligeramente despeinada. Debía tener unos veintinueve o treinta años. Sus ojos, de un intenso color verde, miraron a su amo y a la arqueóloga con el agotamiento de alguien que se haya en una situación que desprecia.

—¿Qué desea?

Alib frunció el ceño.

—¿Debo recordarte cómo dirigirte a mi, esclava?

Alib llevó su garra a una gema que colgaba de su cuello. La yegua roja retrocedió medio paso e, instintivamente, se llevó una pezuña al collar de esclavitud que portaba.

—No, amo, no es necesario. Lo siento, amo.
—Alib —dijo Aitana—. Por más que me guste hacer tratos contigo, si se te ocurre usar el collar de castigo me aseguraré de que no puedas volver a usar tus garras durante meses.
—Amiga, aún es una esclava inexperta que tiene que aprender. Y no es buena idea amenazar a aquel que te acoge en su hogar.
—Al igual que no lo fue para tus guardias atacarme, ¿verdad, Alib?

La yegua le sostuvo la mirada al lobo, hasta que éste la desvió, asustado. Sabía que una amenaza de Aitana Pones no había que tomársela a la ligera.

—Esclava, a partir de ahora servirás a mi invitada como si fuera tu ama. Si recibo el pago acordado, dentro de dos semanas, pasarás a ser de su propiedad. ¿Entendido?
—Sí... amo. Entendido.
—Muéstrale la habitación de invitados.

Mientras Alib desaparecía tras una puerta, ambas yeguas emprendieron el camino. Una vez llegaron a la habitación, la esclava cerró la puerta tras de si, quedando a solas con Aitana.

—¿Cómo te llamas?

—Soy Mcdolia —respondió la yegua roja—. ¿A quién debo mi libertad?

—¡Ja! —exclamó la arqueóloga con una sonora carcajada—. ¿Cómo sabes que voy a liberarte, y no a convertirte en mi esclava?

—Sombrero de exploradora, pelaje cubierto del polvo del desierto, mirada decidida, y has vencido a dos mercenarios lobo sin armas. Además de que no has permitido que Alib usara el maldito collar —añadió tocando el mismo, que se cerraba sin remedio en torno a su cuello—. Quizá me equivoque, pero no tienes cara de comerciante esclavista sin escrúpulos.

La arqueóloga sonrió y le tendió una pezuña.

—Soy Aitana, Aitana Pones. ¿Cómo has acabado tan lejos de Equestria y vendida como esclava?

Mcdolia, tras chocar las pezuñas, miró a su libertadora con la boca un poco abierta. Tras unos segundos bajó la cabeza y murmuró en un susurro:

—Es Aitana, LA Aitana Pones —después levantó la vista y habló normalmente—. Bueno, digamos que vine con intención de resolver un asunto. Soy una... guardaespaldas, por así decirlo. Y tuve la mala idea de pensar que la persona a la que debía proteger era a mi “amo”.

—¿Proteger a ese viejo pervertido de Alib? ¿Proteger de qué? —entonces Aitana recapacitó sobre lo que Mcdolia había murmurado—. Espera, ¿me conoces?

Con una sonrisa, la yegua roja negó con la cabeza.

—No directamente, pero conozco tus trabajos. La arqueología me fascina. Y volviendo a la primera pregunta: tenía mis sospechas de que mi “amo” podría estar en peligro. Basta ver las compañías que frecuenta y los negocios en los que se mete. Pero para cuando me quise dar cuenta... estaba metida en un marrón del que difícilmente podía salir.

Aitana asintió, comprensiva.

—Sí, una vez llevas uno de estos collares sólo tu amo te lo puede quitar. Me sorprende que conozcas mi trabajo. Aunque he llevado muchas reliquias a los museos de Equestria, mis teorías siempre han sido tachadas de “sinsentidos” por doctores que en su vida han movido el culo de sus despachos. Rompen demasiado con la historia establecida, por más pruebas que aporte.

—Quizá sea precísamente porque yo poseo una reliquia cuyas teorías son aún más inusuales —dijo Mcdolia, sonriendo—. El querer saber más de ella me ha llevado a cruzarme con tu nombre varias veces. Eres considerada una renegada en el mundo arqueológico por tu... “pasión”, por así decirlo, al querer demostrar tus teorías.

Aitana se llevó una pezuña a la nuca.

—Eh... sí. Creo que llamar “pedazo de imbécil corto de miras” al doctor TrottingHoof en plena conferencia no fue una de mis ideas más brillantes —luego miró Mcdolia, interesada—. Espera, ¿qué reliquia? Je, lo último que esperaba toparme en los reinos lobos es una esclava poni que posea una reliquia histórica.

Mcdolia se dió cuenta de que había hablado un poco más de la cuenta, y con un poco de tristeza negó con la cabeza.

—Lo siento... pero no puedo hablarte de ella. Aún no.

—No te preocupes, tus secretos no son asunto mío —respondió Aitana con una sonrisa de compañerismo—. Todavía serás esclava hasta que llegue el pago por comprarte, pero después serás libre. Creo que coincidirá con la salida del mercante grifo “Sea Star”, el capitán es amigo mío. Te llevará hasta los reinos grifos, y de ahí te será fácil llegar hasta Equestria.

—Entonces tendremos que ser compañeras hasta entonces, ¿verdad?

—Bueno, siempre puedes volver a servir a Alib, si quieres.

Tras unos segundos de dubitativo silencio ambas yeguas compartieron una carcajada. Probablemente, la primera que había compartido Mcdolia en varias semanas.


Capítulo 2: "El viaje de Mater Luminis":

Capítulo 3: "Pacientes cero":

Capítulo 4: "La noche del fuego":

Capítulo 5: "Las ruinas junto al Narval"

Capítulo 6: "Nuevos enemigos"

Capítulo 7: "¡Al abordaje!

Capítulo 8: "La hermandad de la sombra"

Capítulo 9: "De vuelta a casa"

Capítulo 10 y final: "Una pista hacia el norte"


Si me habéis aguantado tanto tiempo, ¡gracias! En cosa de un mes empezaré a escribir el segundo libro: "Aitana Pones: La tumba del norte". ¡No os lo perdáis y recomendadme a vuestros amigos!
Última edición por Volgrand el 08 Ago 2014, 01:37, editado 17 veces en total
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Re: AITANA PONES: "La verdad tras la mentira" [aventura][dar

Notapor agustin47 » 06 Feb 2014, 23:06

De este laberinto han surgido una cantidad de fics impresionante. Lo leeré en cuanto pueda y edito.
Los milagros no son gratuitos.

La ignorancia a veces puede significar felicidad, y en este caso, la nuestra resulta ser una verdadera bendición.


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Re: AITANA PONES: "La verdad tras la mentira" [aventura][dar

Notapor McDohl » 06 Feb 2014, 23:12

¡El fic de Aitana Pones! Llevaba tiempo esperándolo y no me ha defraudado nada:

Spoiler:
Ya no solo por la aparición de Macdolia otra vez en el lugar mas inesperado, sino por la personalidad cínica y sin tapujos de la exploradora, capaz de vacilarle al que sea y sea cual sea su situación. Además, los paisajes y las descripciones de esta remota zona muy alejada de Equestria son ricos en detalles y ayudan enormemente a meterse en la atmósfera, casi haciéndole todo el trabajo a nuestra imaginación.

Y el cliffhanger del principio es de efecto devastador. Te deja ya enganchado sin oposición ninguna al fic.


Un magnífico trabajo, sin duda :lyclap:
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Re: AITANA PONES: "La verdad tras la mentira" [aventura][dar

Notapor Sr_Atomo » 07 Feb 2014, 07:56

Muy pero que muy impresionante el prólogo. Ganas de leer más aumentando.
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Échale un vistazo a mi fanfic "Parallel Stories" y opina.
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Re: AITANA PONES: "La verdad tras la mentira" [aventura][dar

Notapor agustin47 » 07 Feb 2014, 16:27

Me ha encantado, la verdad. Como siempre, un estilo directo y sencillo de leer, con bastante dialogo y sin descripciones pesadas y densas, con lo que se lee en un momentito. La historia me está gustando mucho, veamos en que acaba esto.
Los milagros no son gratuitos.

La ignorancia a veces puede significar felicidad, y en este caso, la nuestra resulta ser una verdadera bendición.


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Re: AITANA PONES: "La verdad tras la mentira" [aventura][dar

Notapor Volgrand » 15 Feb 2014, 02:38

Bueno, aquí tenéis el segundo capítulo. Y si no lo he publicado antes, es porque tengo tres fanfics en proyecto... ¡a la vez!.

Disfrutad del capítulo :).

Capítulo 2: "El viaje de Mater Luminis"

Spoiler:
Pergaminos.

La última semana de vida de Aitana Pones se había convertido en una sucesión interminable de más y más pergaminos. Los contactos de Alib habían dado su fruto, y pronto la arqueóloga consiguió acceso a las principales bibliotecas de Taichnitlán. Pero, aunque la información era mucha, poca le estaba siendo útil en su investigación.

Evidentemente, toda referencia a Manresht quedaba oculta bajo la idea de que era una leyenda sin fundamento. No había pruebas, de acuerdo a los eruditos lobo, por lo que nunca se había investigado oficialmente. Aitana tenía que basarse en poemas, obras de teatro y referencias ocultas bajo historias diferentes. Era como buscar una aguja en un pajar.

La poni de tierra se echó hacia atrás, quitándose las diminutas gafas de lectura y se estiró.

—Me voy a cagar en las condenadas runas lobas. Cojones.

De pronto la puerta de la sala se abrió, dejando entrar de golpe el brillante sol del desierto. Aitana se cubrió el rostro.

—¡ARG! ¡Mis ojos!
—¡Ahí va! Perdona, Aitana —se disculpó Mcdolia con una sonrisa, antes de cerrar la puerta—. Te he traído algo de comer.

La poni roja paseó una bandeja de higos frente a su amiga. Esta apartó los pergaminos e hizo sitio para que Mcdolia se sentara.

—¿Nadie ha intentado nada contra ti? —preguntó la arqueóloga mientras masticaba un higo.
—Nah, ninguno. Se ve que no quieren problemas con mi “amo”.
—Je, claro. Las esclavas poni son muy caras.
—Ya ves. Dime, ¿has encontrado algo en este montón de pergaminos?

Aitana tragó el mordisco, mirando a Mcdolia agriamente, sin responder.

—Vale, lo tomaré como un “no”.
—Hay muy pocas referencias fiables a Manresht —respondió la arqueóloga—. Y encima escrito en lobo, sus jodidas runas son un infierno de leer.
—Ya te digo.

Ambas yeguas se quedaron mirando. La cara de Aitana era un poema de incredulidad.

—Espera, ¿también entiendes las runas lobas? No es un alfabeto sencillo, precísamente.
—Ehm... bueno. Hablo muchos idiomas —respondió la poni roja.
—Mira tú qué bien.

Ninguna dijo nada durante un rato, mientras comían en silencio. Aitana observaba a su amiga con una mezcla de curiosidad y desconfianza. Era evidente que esa yegua ocultaba mucho más de lo que mostraba. El qué, era otra cuestión. El collar de esclavitud seguía firmemente asido a su cuello. Por suerte, Alib había cumplido y había dejado a Mcdolia “al servicio” de Aitana sin interferir. Si todo iba bien, en un par de días recibiría la respuesta de su alumno para teletransportar el cetro.

—Bueno, voy a volver a meterme en estos apasionantes escritos —dijo Aitana sarcásticamente.
—Hmmm... creo que te ayudaré, pero de otra forma.
—¿Huh? ¿Qué pretendes, Mcdolia?
—Ir a conocer las leyendas y canciones locales. Quizá alguna hable de nuestro famoso Manresht, ¿no crees?

Tras despedirse, la poni roja abandonó la sala. Aitana se quedó bastante perpleja por la idea. Ella misma lo había pensado, pero la arqueóloga no era, precísamente, una yegua sociable. Quizá Mcdolia consiguiera información útil.

Cogió el siguiente pergamino. Tardó un momento en traducir el título: “Tratado sanatorio de Ahmar ib Kassan ib Kassali”. La fecha que marcaba coincidía con los años en los que, supuestamente, Manresht estuvo en activo. Quizá estuviera acercándose a algo.

**·-----·-----·-----**


Varias horas después, cuando la noche estaba por caer, Aitana recogió sus cosas y volvió a casa de su anfitrión.

—Hostia p*ta, qué dolor de cabeza...

Ninguno de los lobos que la vieron pasar por la calle se escandalizó por su lenguaje. Ninguno hablaba Equestriano. Las calles se iban vaciando a medida que la oscuridad, solo combatida por las antorchas y lámparas de algunas casas, avanzaba. Las patrullas nocturnas empezaron sus rondas: lobos enormes, armados con cimitarras y mazas, cubiertos siempre por armaduras de cuero rojo y negro. Aitana sabía bien que era mejor estar en casa para cuando cayera la noche: esos guardias eran muy de la táctica “pegar primero y preguntar después”.

—¡Aitana!

Cuando estaba llegando a la casa de Alib, Mcdolia se acercó corriendo tras llamarla. A pesar de ser todavía, técnicamente, una esclava, el haber gozado de una semana de libertad para moverse como quisiera había llenado de energías a la yegua.

—¡Hombre! Te veo contenta.
—Me he pasado la tarde charlando, cantando y jugando con algunos lobeznos. Son divertidos los pequeños.
—Yo estoy con la cabeza como un bombo. Sólo he encontrado algunos indicios, pero ninguna pista clara.
—¡Hey, yo he aprendido muchas leyendas y canciones hoy! Quizá encuentres algo si lo ponemos todo en común.

Un guardia apostado en la mansión de Alib -diferente al que se había enfrentado a Aitana la semana anterior- les abrió la puerta, no sin dedicarles una amenazadora mirada. Mcdolia se vio obligada a bajar la cabeza y caminar tras la arqueóloga, interpretando el papel de esclava. Sin embargo, aquí lo hacía como parte del papel que tenía que asumir hasta que su nueva amiga la liberara en pocos días, y lo llevaba sin problema.

Por petición de Aitana, Alib ordenó a sus sirvientes que le sirvieran la comida en su habitación. Al cabo de pocos minutos, Mcdolia se reunió con ella.

—Entonces —empezó la yegua roja mientras masticaba unas uvas—, ¿qué has averiguado?
—Poco, hay registros que indican la presencia de Manresht hace casi mil quinientos años, pero ninguna pista clara hacia su tumba.

Aitana aprovechó para sacar varios papeles con esquemas que ella misma había escrito.

—En concreto he encontrado registros de una enfermedad que se dio entonces, llamada “Kelting'otar nahter”.
—Ehm... “Fiebre del infierno”, ¿verdad?
—Sí. El sanador Ahmar ib Kassan ib Kassali la estuvo tratando. Al parecer comenzó en el extinto imperio Coltorginés, actualmente al sur de los reinos lobos. Y su tratamiento era un ritual que, hoy día, un unicornio entrenado llamaría “exorcismo”.
—¿Crees que Manresht la provocó?

Aitana asintió mientras sacaba un mapa moderno, sobre el que había dibujado las ciudades ya desaparecidas y las fronteras de los reinos antiguos.

—He estado siguiendo un par de registros sobre la expansión de la enfermedad. Por desgracia las fechas no son demasiado precisas, pero he calculado más o menos la zona por la que debieron ocurrir los primeros casos.

Mcdolia se levantó ligeramente para observar el mapa con detenimiento.

—La verdad es que no he oído nada de esa zona. Pero lo de la Fibre del Infierno sí que me ha llamado la atención. ¿Sabes qué les pasaba a los que les afectaba?
—Sep —respondió Aitana mientras servía dos vasos de té—. La primera fase, los enfermos caían presas de una fiebre sin igual que les llevaba inevitablemente a la muerte. En esta fase la enfermedad no se contagiaba. Lo peligroso era la segunda fase.
—Espera... ¿has dicho que les mataba? ¿Cómo va a haber una segunda fase?
—Porque los muertos se volvían a levantar.

Ninguna dijo nada más mientras bebían. Aitana no se sorprendió al ver la aparente falta de reacción de su amiga. Mcdolia se había sorprendido, sí, pero no parecía preocupada. La mayor parte de ponis de Equestria se habrían asustado ante tal historia, o habrían puesto fin a la conversación con un nervioso “eso no son más que tonterías”. Sin embargo, la -todavía- esclava clavaba sus ojos de los de la arqueóloga con curiosidad y determinación.

—¿Cómo expandían la enfermedad los muertos, entonces?
—Atacando a los vivos. Pero de acuerdo a unos jeroglíficos que leí en Egiptrot no eran simples zombies: Eran muertos vivientes de fuego. Incendiaban ciudades, calcinaban a sus víctimas, y éstas se alzaban de nuevo para sumarse a la plaga.
—Entonces, si Manresht despierta...
—Podría volver a ocurrir. Mierda, no había previsto que la fiebre infernal pudiera estar relacionada con Manresht.

Aitana dejó a un lado su vaso para mirar con detenimiento el mapa. Ahí, en algún punto, estaba la entrada a la cámara funeraria de Manresht. Aquella en la que se recluyó al ser derrotado, y donde juró que aguardaría al momento adecuado para regresar. Pero, ¿dónde? ¿Dónde podía estar?

—....una canción
—¿Qué? —Aitana estaba tan absorta en sus pensamientos que no había escuchado toda la frase de su compañera.
—Unos lobeznos cantaron una triste canción que... ahora creo que adquiere otro sentido.

Mcdolia empezó a cantar en el idioma lobo.

Anoche vi a mi hermano
reposar moribundo en el lecho.
Anoche vi a mis padres
llorar por un hijo perdido.

Quise con ellos estar,
quise con ellos llorar.
Pero me ordenaron volver
y todas las ventanas cerrar.

Un ruido, un grito, despierto.
Un grito, un golpe, despierto.

Todas las ventanas cerradas
me ordenaron no salir.
Pero pude ver, bajo fuego y llamas
a mi hermano al desierto partir.

Son decenas, son cientos
los lobos que le siguen.
Desde el arco primero de Ob-nikoón.

Son decenas, son cientos
los lobos que le siguen.
Observan los tres ojos de Morek-sidón.


Aitana se tomó un momento para anotar toda la letra en papel.

—Ob-nikoón, “El cazador”, rey del extinto imperio Coltorginés hace unos mil quinientos años.
—¿Y a qué se refiere con “El primer arco”?
—Probablemente un monumento. Quizá un arco del triunfo, tengo que investigarlo.
—Y luego tenemos a Morek-sidón —continuó Mcdolia—, el devorador de almas.

Morek-sidón, en la mitología loba, es un demonio con forma de serpiente. Los muertos primero debían enfrentarse a él: si fueron puros de corazón, podrán sortearlo para llegar hasta el paraíso. Pero si no lo fueron, serían devorados por la serpiente, condenados a pasar la eternidad en el Tártaro.

—...y los lobos creen que la constelación que nosotros llamamos “Hipogrifo” es, en realidad, la constelación de Morek-sidón.
—¿La del hipogrifo, dices?

Diciendo esto, Mcdolia sacó un papel y dibujó las estrellas que formaban esa constelación. Aitana tomó nota que su amiga también sabía de astronomía, y bastante. Aunque podía localizar cualquier constelación en el cielo, ella tendría que haber consultado una carta estelar para dibujarla de cero. Cuando la esclava acabó, le pasó el papel.

—¿Puedes dibujar a Morek-sidón encima, aproximadamente?

Bebiendo un poco de té -que se estaba quedando frío- aitana lo hizo. Era fácil imaginar a una serpiente mirando de frente, a punto de atacar. Unió los puntos necesarios y luego dibujó un poco el contorno de una cobra, dando sentido a las líneas. Mcdolia observó el proceso con el brillo en los ojos del que notaba que algo no encajaba.

—¿Dónde está el tercer ojo?
—¿Qué?
—Eso —confirmó Mcdolia—, que dónde está el tercer ojo. La canción decía “Observan los tres ojos de Morek-sidón”.

Aitana observó el dibujo con la boca abierta. Increíble, ¡pero tenía razón! Los tres ojos de Morek-sidón... los tres ojos de la serpiente. Sin decir nada, se levantó de golpe y galopó hacia el salón principal del palacete. En él se encontró a Alib, fumando de cachimba rodeado por tres de sus mujeres, mientras algunos amigos suyos reían a vivo pulmón.

—¡Aitana, querida amiga! ¿Vienes a unirte a nosotros? El tabaco es bueno, y el vino aún mejor.
—Alib, ¿tienes algún tratado de astronomía? ¿Y un telescopio?
—¡Siempre trabajando! —bromeó el lobo—. Deberías relajarte, poni. Deja que tu esclava haga tu trabajo por una vez.
—Eso es decisión mía —respondió Aitana agriamente—. Alib, j*der, ¿los tienes o no?

El lobo rodó los ojos hacia atrás. Mira que era pesada esa poni.

—Biblioteca del segundo piso. Eh, tú, chico —dijo refiriéndose a un joven esclavo lobo— ayuda a mi invitada a encontrar su tratado y el telescopio.

Aitana y Mcdolia siguieron al joven hasta la biblioteca. Tardó pocos minutos en encontrar el tratado. Ya con el telescopio en las pezuñas, ambas yeguas trotaron hasta la terraza superior de la casa. La noche estaba despejada, y la luna acababa de entrar en su fase creciente. Colocaron el aparato, y la arqueóloga se puso rápidamente a trabajar, buscando algo en el cielo. A los pocos minutos murmuró para si misma:

—Bien... ahí estás... ¿pero a dónde vas?

Mientras la poni marrón miraba las cartas estelares, Mcdolia aprovechó para mirar por el telescopio. Estaba enfocado a un brillante planeta blanco: Mater Luminis, la diosa portadora de la luz. Diosa que aún era adorada en todos los países y por todas las razas del mundo, incluídos los ponis. Los conceptos “paraíso” y “resurrección” siempre fueron ligados a ella, y se dice que alguien tocado por la diosa podía hablar con los muertos.

Mcdolia se separó del telescopió cuando escuchó a Aitana murmurar algo.

—No puede ser... mierda, es increíble.
—¿Qué pasa, Aitana?

La arqueóloga estaba sentada en el suelo, sobre sus cuartos traseros, mirando al infinito.

—En todas las culturas del mundo se habla del “tercer ojo” como algo metafórico. El ojo del alma, en Zavros, el poder del chamán, en Cervidas, o el sentido espiritual de las tribus búfalo. Aunque tienen detalles diferentes, todos hablan de lo mismo.

Aitana se levantó, caminando en círculos y hablando en voz alta.

—Y lo que es más: todas esas culturas tocan, de una forma u otra, a la diosa Mater Luminis. En Zavros se refieren al “chamán de los muertos”, en Cervidas hablan de “la guardiana del bosque eterno”, y los búfalos la llaman “la guía de los espíritus”. ¡Demonios, hasta los dragones, cuando uno de los suyos se convierte en hechicero, dicen que “ha abierto su ojo de la magia”!
—Aitana, ¿dónde quieres llegar?

Como respuesta, cogió el papel donde habían dibujado la constelación y lo levantó, haciendolo las estrellas del cielo.

—Si mis cálculos son correctos, ocurrirá dentro de tres semanas. Mater Luminis avanzará hasta situarse justo sobre Morek-Sidón.

Entonces dibujó la trayectoria del planeta blanco en una perfecta parábola... que encajó exactamente en el punto intermedio sobre los dos ojos de la constelación del dios serpiente. Mcdolia abrió la boca, incrédula.

—Entonces... dentro de tres semanas... ¿Morek-sidón abrirá su tercer ojo?
—No solo eso. Dentro de tres semanas, los seguidores de Morek-sidón verán su poder incrementado. Y Manresht fue uno de sus principales sacerdotes. Este evento astronómico ocurre una vez cada varios miles de años. ¡Este es el momento que aguardaba!
—Nos quedamos sin tiempo.

La afirmación de Mcdolia dejó a ambas yeguas en silencio, solo roto por las algunas patrullas y las risas que Alib y sus invitados lanzaban desde el patio interior. Pero la yegua roja, de pronto, sonrió.

—Entonces tendremos que movernos rápido, ¿no crees?

Regresaron a la habitación de Aitana, para calcular dónde ir a continuación. Aitana sabía que tendría que partir hacia el sur de los reinos en seguida, e intentar encontrar alguna pista más. No había calculado estar tan a contra reloj.

Pasó casi una hora cuando varios golpes violentos sonaron en la puerta principal. Ambas yeguas miraron hacia la salida de su habitación al mismo tiempo.

—¿Los guardias no han anunciado al visitante?
—Peor... ¿para qué llaman? ¿No le han abierto la puerta directamente?

El grito que vino desde la entrada les sirvió de respuesta.

—¡¡PONI!! ¡Sé que estás aquí dentro! ¡Alib, si no nos entregas a esa patética herbívora te mataremos a tí también!
—Oh mierda —murmuró Aitana—. Ese es Mohammed.
—¡Arriba! ¡Está arriba!
—Y... ese es Alib —comentó Mcdolia, con un deje de preocupación—. Curiosa forma de proteger a una amiga, ¿no?

Aitana se levantó, recogiendo su sombrero de exploradora y ajustándolo con una precisión casi religiosa sobre la cabeza.

—Nunca hemos sido amigos.

La arqueóloga se dirigió hacia la puerta, pero Mcdolia se levantó y la siguió.

—No es tu pelea, Mcdolia.
—Lo es desde el día que decidiste liberarme.

Sin más preámbulos ambas salieron de la habitación y se dirigieron a las escaleras desde las que se veía la entrada principal. Lo que encontraron habría dejado sin palabras a cualquiera: seis mercenarios, entre los que se encontraban los dos guardias que antes había en la puerta, Todos vistiendo pesadas armaduras de cuero y metal, y armados con una variedad de armas cuerpo a cuerpo y a distancia. Mohammed, el líder de la banda, señaló a Aitana.

—¡MATADLA!

Alguien alzó una ballesta, dispuesto a cumplir la orden. Pero Aitana y Mcdolia salieron corriendo en direcciones opuestas, a través del pasillo del piso superior. Los mercenarios subieron las escaleras a todo correr. Se dividieron en dos equipos, siguiendo a ambas yeguas.

—¡No dejéis que escapen!

Los lobos se dividieron por las habitaciones, esperando encontrar a sus víctimas. A fin de cuentas eran unas patéticas ponis desarmadas. Claro que sabían lo que le había pasado a Mohammed, pero era evidente que Aitana le había cogido por sorpresa. Cuando la encontraran iban a despedazarla, y esa noche toda la tropa se daría un festín con su carne.

Un lobo de color negro avanzó registrando todas las habitaciones, cimitarra en garra. Sin esperar o preocuparse por disimular, abrió una puerta de una patada. En seguida vio un movimiento al otro lado y se lanzó hacia adelante. Pero se detuvo en el último momento al ver que, sobre una cama, sólo había una aterrorizada loba. Una de las esposas de Alib. El mercenario miró, sonriente, a la que probablemente sería parte de su botín esa noche. Tal como Mohammed había prometido por ayudarle a ejecutar su venganza.

Antes de volver al pasillo, se escuchó un violento chasquido a su espalda. Cuando el lobo quiso girarse se dio cuenta de que no podía mover su arma. Una especie de cuerda se enrollaba en torno al filo y, antes de que el guerrero pudiera reaccionar, la cimitarra fue arrancada de sus garras de un fuerte tirón y arrastrada hacia la oscuridad. Pero en vez de caer al suelo quedó suspendida en el aire, aparentemente sin nada que la sujetara. Un instante después, Aitana Pones entró, sosteniendo la cimitarra en la misma pata en la que llevaba enrollado un látigo.

El lobo se quedó sin habla. Aitana bajó el arma, le señaló a él, y después señaló a la ventana, y con una voz algo grave y rasposa ordenó:

—Salta.

Algo en la furia que irradiaban los ojos de esa poni le dijo al mercenario que la mejor idea era obedecer. Sin molestarse siquiera en abrir la ventana, atravesó el cristal de un salto. Aitana, ignorando a la llorosa loba, salió al pasillo.

—¡MCDOLIA STRIKE!

Al final del mismo, un lobo salió volando a través de una puerta para estamparse brutalmente contra el muro antes de caer inconsciente. La autora de semejante patadón, Mcdolia, salió a continuación y miró a Aitana. Pero la vista quedó en seguida eclipsada por un lobo que se puso frente a la arqueóloga, atacándola directamente una enorme cimitarra: un alfanjón.

La arqueóloga interceptó el primer ataque, pero la fuerza del mismo le arrancó su propia espada de las pezuñas. El lobo, con un grito de guerra, descargó una segunda vez. Aitana lo esquivó por poco y retrocedió. El mercenario, creyéndose tener la ventaja, avanzó lanzando un ataque en diagonal ascendente.

Pero Aitana había calculado perfectamente su movimiento. Agachándose en el último instante, la afilada hoja del arma pasó rozando su crin para impactar contra una puerta y encajarse en ella. El enorme lobo intentó arrancarla, pero Aitana no se lo permitió: cargó con toda su fuerza contra su enemigo, dejándolo sin aliento por el impacto y lanzándolo al suelo. Antes de que pudiera levantarse, cayó sobre él y le dio una fuerte patada en la cabeza, dejándolo inconsciente.

Cuando miró adelante, jadeando, vio a Mcdolia. Otro lobo estaba inconsciente frente a ella. La yegua roja miró a los dos mercenarios restantes, entre los que estaba Mohammed, con una sonrisa en la cara.

—Vamos, chicos, ya basta, ¿por qué no os vais y olvidamos esto?

Pero el lobo gris se llevó una garra a una gema que colgaba de su cuello.

—¡p*ta esclava! ¡Aprende tu lugar!

La gema se iluminó, al igual que lo hizo el collar de Mcdolia. Ésta abrió los ojos, aterrorizada, y se llevó una pezuña al cuello, intentando en vano arrancarse aquel cruel artefacto. Un instante después, la yegua gritó cuando arcos eléctricos surgieron del collar, recorriendo todo su cuerpo y haciéndola caer entre erráticos espasmos. Aitana galopó hacia los lobos.

—¡Déjala, hijo de p*ta!

Pero el otro mercenario sacó sus dos espadas y se plantó frente a la arqueóloga. Aitana intentó superarlo, pero sus rápidos ataques la obligaron a defenderse a la desesperada. Ambos lobos sonrieron, regodeándose en su victoria. Mohammed rodeó con una garra la gema, y el brillo se intensificó, al igual que los gritos de Mcdolia.

La iba a matar.

Sin pensar bien en lo que hacía, Aitana se llevó una pezuña al bolsilló y sacó un diminuto objeto. El lobo le lanzó otro tajo que ella no logró esquivar. Un profundo corte se abrió en una pata de la arqueóloga, pero ella no retrocedió. Un brillo de un enfermizo color púrpura surgía de la pezuña en la que sostenía la destrozada brújula. Y la mirada de Aitana se tornó oscura, mientras sus palabras, en un antiguo idioma, se solapaban con una voz barítona.

Aik's tak nili tok. ¡Aik's tak nai marcul!

Con la última palabra, un aura de oscuridad cubrió los ojos de la arqueóloga, mientras esta alzaba una pezuña hacia el lobo que se interponía entre ella y Mcdolia. Una invisible explosión de energía proyectó al mercenario varios metros hacia atrás. Éste, de alguna forma, logró caer en pie y encararse, aterrorizado, hacia la poni. Esto no debía ser así, ¡ella era una patética herbívora! ¡No debería vencerle!

La poni, fuera de sí, lo miró mientras pronunciaba un extraño cántico. El mundo del lobo se fundió en negro. Cuando logró enfocar algo, se dio cuenta de que estaba encadenado. Y frente a él, el ser más terrorífico que pudiera imagnar se alzaba: un monstruo, como un lobo terriblemente deformado, que se acercó dispuesto a despellejarlo en vida.

Y mientras el lobo, agarrándose con fuerza la cabeza, era víctima de sus más horrendas pesadillas, Aitana se giró hacia Mohammed. Éste seguía aferrando con fuerza la gema, asustado, y gritó:

—¡Suelta ese objeto! ¡Suéltalo o te juro que la mato!

Pero la arqueóloga no retrocedió un paso. Al contrario, avanzó, manteniéndole la mirada al lobo gris.

—Si Mcdolia muere te mataré, hijo de p*ta. Suéltala y corre.
—¡Aléjate de mí o la mato, p*ta!

Aitana alzó una pata, mientras sus ojos irradiaban oscuridad con más fuerza que antes. De repente Mohammed sintió que le faltaba el aire. Como si sus pulmones se negaran a funcionar, como si hubiera desaparecido todo el oxígeno a su alrededor. ¿Qué demonios ocurría? ¡Esa poni no era unicornio, no debería poder hacer eso!

¡TE HE DICHO QUE CORRAS!

La voz de la poni se mezcló completamente con un potente eco grave y antinatural. El lobo gris, finalmente, soltó la gema que torturaba a Mcdolia y saltó escaleras abajo, corriendo con todas sus fuerzas por su vida. Mcdolia dejó de gritar cuando la magia del collar cesó. Tardó unos segundos en lograr recuperarse e intentar ponerse temblorosamente en pie.

Aitana, por contra, cerró los ojos con fuerza, mientras apretaba los dientes gruñendo por lo bajo. Poco a poco, empujada por su propia voluntad, la oscuridad que la había cubierto se replegó: recorrió sus patas delanteras hasta la brújula, abandonando en último lugar los ojos de la yegua. Con un extraño siseo, la oscuridad desapareció completamente y la brújula recuperó su estado natural. Aitana se quedó quieta, jadeando con fuerza.

—Aitana... ¿es... estás bien?
—Sí... sí, lo estoy.
—Gracias... ¿qué demonios fue eso?
—Después, Mcdolia. Ahora tenemos que salir de aquí.

Mcdolia asintió, y ambas yeguas empezaron a bajar, poco a poco, las escaleras. Abajo, escondido en el salón, encontraron a Alib junto a algunas de sus esposas y amigos. Estaba aterrorizado, pero no por los mercenarios: esas yeguas habían vencido a seis mercenarios armados. ¡Y sin armas! Lo que era peor, ahí arriba había ocurrido algo mágico. No sabía el qué, pero era maligno. Aitana notó el miedo que inspiraba a su “amigo”, y lo aprovechó.

—Vas a liberar a Mcdolia. Ahora.
—Pero... pero... no me has pagado lo prometido, Aitana.
—Alib, tienes dos opciones. La liberas ahora y te enviaré el pago en cuanto pueda, tal como acordamos. La segunda opción...

Aitana no respondió, porque se escuchó un errático correr escaleras abajo. Un lobo apareció por ellas y, al avanzar, se encontró con las ponis. La arqueóloga se giró y lo miró, y al hacerlo el mercenario palideció.

¡Kaz-tim! ¡Kaz-tim!

Y después, salió corriendo. “¡Bruja, bruja!” es lo que dijo. Poco a poco, Aitana volvió a mirar al comerciante.

—Tú eliges.

Alib se levantó cuando Mcdolia se le acercó. Despacio, por el temor que sentía, cogió la gema y la acercó a unos puntos concretos del collar de la esclava. Éste brilló, inofensivamente esta vez, y empezó a reducirse hasta desaparecer completamente en una pequeña gema. Alib la recogió y se alejó. Mcdolia se llevó las pezuñas al cuello, sonriente.

—¡Sí! ¡Por fín!
—Marcháos —imploró Alib, aterrorizado—. ¡Marcháos y no volváis, ponis! ¡Marcháos, por todos los dioses, marcháos!
—Soy una poni de palabra, Alib, recibirás el pago por Mcdolia.

Tras esto, ambas galoparon escaleras arriba, recogieron rápidamente algunos pergaminos y enseres de viaje. Pocos minutos después salieron a la calle, perdiéndose entre unos callejones justo antes de que la guardia llegara a la casa del comerciante.

—Tenemos que encontrar un lugar donde pasar la noche, Mcdolia.
—Conozco a una familia, esta mañana saqué a su lobezno de un problema con unos ladrones. Nos darán cobijo.

**·-----·-----·-----**


Una patrulla de cuatro lobos registraba los callejones entre las casas más pobres de la ciudad. Sus pesadas armaduras hacían muchísimo ruido, anunciando su presencia sin necesidad de palabras. Mcdolia, escondida, las observó pasar a través de una diminuta ventana. Suspiró aliviada cuando pasaron de largo. Todavía las buscaban. La exhibición de poder de la arqueóloga había llamado la atención de la guardia.

A su espalda, Aitana dormía profundamente. Mcdolia intuía que, fuera cual fuera el origen de la magia que su amiga había usado para salvarla, la había agotado física y emocionalmente. Además, una vez estuvieron en un lugar seguro, la arqueóloga le había dado una extraña advertencia.

—Mcdolia, necesito que me vigiles. Temo... pasar una mala noche.
—¿Tienes pesadillas, Aitana?
—No. Tengo miedo de convertirme en una.

No pudo evitar llevar la vista al bolsillo donde su amiga guardaba el misterioso objeto. ¿Una brújula? ¿Qué demonios era? ¿De dónde surgía ese... inquietante poder? No existían muchos objetos capaces siquiera de potenciar la magia de un unicornio. Aún menos capaces de dar un poder como el que había mostrado Aitana a un poni de tierra. ¿Qué demonios era esa brújula?

Un par de horas después, una nueva patrulla pasó cerca de la casa. Mcdolia se escondió hasta que pasaron de largo. Pero cuando los sonidos de las pesadas pisadas de los guardias empezó a morir en la lejanía, un nuevo sonido llenó la sala.

Ak-tir nara maltok. ¡Ak-tir nara maltok!
—¿Aitana?

La arqueóloga se había puesto en pie. La brújula, rodeada por un aura purpúrea, flotaba, aún unida a la cadena, a pocos centímetros de la cara de la yegua. Sus ojos se habían vuelto completamente negros, salvo por las pupilas que brillaban con una luz roja como la sangre.

—¡Aitana! ¡Para! ¿Qué te ocurre?
¡Ak-tir, par tok-natok!

La voz de su amiga se había vuelto mucho más grave, como si un barón estuviera hablando a la vez que ella. Mcdolia comprendió que su amiga estaba fuera de sí. Cuando la brújula empezó a brillar con más fuerza que antes, la yegua roja no lo dudó: avanzó hacia su amiga, se giró sobre sus cuartos delanteros y cogió impulso:

—¡MCDOLIA STRIKE!

La patada fue tan efectiva como había calculado: con un sonoro “¡CLONK!” envió a su amiga de vuelta a la inconsciencia. Tan pronto como lo hizo, la brújula dejó de brillar y cayó a plomo al suelo. Mcdolia respiraba con fuerza, comprendiendo al fín a qué se refería su amiga. Ahora se hacía a la idea de la carga que portaba consigo. Las razones, eso sí, no alcanzaba a comprenderlas.

Ahora sólo podía velar por su amiga y salvadora. Se lo debía.

Además, si algo le habían enseñado sus viajes a Mcdolia era que las casualidades no existían. Había una razón por la que se habían encontrado. Y quería llegar hasta el fondo de la misma. Mcdolia sonrió. No esperaba en absoluto encontrarse con Aitana Pones. Pero ahora que estaba metida en esta misión, no dejaría sola a la arqueóloga. Costara lo que costara.
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Re: AITANA PONES: "La verdad tras la mentira" (Capítulo 2)

Notapor agustin47 » 15 Feb 2014, 12:39

Genial continuación, genial.
Los milagros no son gratuitos.

La ignorancia a veces puede significar felicidad, y en este caso, la nuestra resulta ser una verdadera bendición.


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Re: AITANA PONES: "La verdad tras la mentira" (Capítulo 2)

Notapor McDohl » 16 Feb 2014, 19:45

El argumento se complica... Me gusta el cariz que está tomando esto:

Spoiler:
Cuenta atrás mas viejas heridas sumado a la tensión de la brújula. Tiene muy buena pinta :D
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Re: AITANA PONES: "La verdad tras la mentira" (Capítulo 2)

Notapor Volgrand » 22 Feb 2014, 03:47

Bueno, quería informaros de que tardaré en actualizar. En este momento mi trabajo está centrándose en cuadrar todas las historias:

TRILOGÍA AITANA PONES:
-"La verdad tras la mentira"
-"La tumba del norte"
-"El laberinto de Nightmare Moon".

Y también estoy trabajando en un nuevo fic, el cual llevo escritos cuatro capítulos... de un montón. El fic en cuestión: "El alzamiento de la sombra". Y para crear Hype, os diré:

-Estará ambientado en el inicio de la cuarta temporada, con Twilight siendo princesa.
-Tramas y conspiraciones.
-Combates, oscuridad y mal rollo.
-Y una conspiración bien entramada que engloba tanto Equestria como el Imperio de Cristal.

Y entre otros, en este fic apareceran los OCs de anteriores fics míos y de Unade. Sí, voy a juntar todas mis historias (salvo la de "las desventuras...") en un único universo, en el que va a converger todo. Y esto me requiere bastante tiempo de preparación y planificación... ¡antes siquiera de poder escribirlo! :D

Así que ya sabéis, iré actualizando, como siempre, cuando pueda. Pero eso sí, estoy preparando algo muy gordo.
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Re: AITANA PONES: "La verdad tras la mentira" (Capítulo 2)

Notapor McDohl » 22 Feb 2014, 11:31

Wow!! Pues que quieres que te diga: acabas de crearme un HYPE del carajo :sisi1:

Tendré que ponerme las pilas pues con el de Castlemania y asi dejar cerrada esa aventura de Aitana. Así se evitan futuras inconsistencias :3
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Re: AITANA PONES: "La verdad tras la mentira" (Capítulo 2)

Notapor agustin47 » 22 Feb 2014, 12:54

Mola mucho. Yo también tengo pendientes las continuaciones de los míos... Habrá que ponerse a ello.
Los milagros no son gratuitos.

La ignorancia a veces puede significar felicidad, y en este caso, la nuestra resulta ser una verdadera bendición.


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Re: AITANA PONES: "La verdad tras la mentira" (Capítulo 2)

Notapor Volgrand » 26 Feb 2014, 01:28

Capítulo 3: "Pacientes cero"

Spoiler:
Aitana empezó a despertar poco a poco. Se sentía descansada, lo cual era un alivio: significaba que no había hecho ninguna estupidez durante la noche. Pero eso sí: tenía un dolor de cabeza brutal. Abrió los ojos. La luz que entraba por la ventana no le molestaba a la vista, lo que significaba que no era resaca. Se llevó una pezuña a la frente, donde notó un doloroso chichón.

—¡Au! ¿Pero qué...?
—Hombre, al fin despiertas. ¿Estás bien?

Mcdolia le tendió una pezuña para ayudarla a levantarse.

—¿Anoche hice... algo?
—No, pero casi. Tuve que cocearte.
—Ya veo...
—Aitana, por el amor de Fausticorn, ¿qué demonios es esa brújula?

La yegua marrón miró a un lado, aún frotándose la frente. No era justo ocultárselo. Mcdolia había evitado que hiciese una estupidez.

—Es una larga historia.
—Creo que tenemos tiempo. La guardia nos busca, tendremos que esperar a la noche.
—No me extraña, me excedí.

Mcdolia esperó a que su amiga encontrar las palabras para empezar su historia..

—No puedo explicar qué es exactamente esta brújula, porque creo que no ha existido jamás un objeto igual. Pero la mejor definición que se me ocurre es: “filacteria incompleta”.
—¿Filacteria? ¿Como la filacteria de un lich?
—Sí.

Los liches son criaturas no muertas. Antiguamente, cuando un gran nigromante deseaba vencer a la muerte, se sometía a un doloroso conjuro. Preparaba una un veneno que lo mataría, para así liberar su alma. Esta, en vez de trascender, sería capturada por un objeto cercano: la filacteria del lich. Desde ella, el nigromante podría poseer de nuevo su cuerpo muerto, convirtiéndose, a fin de cuentas, en un muerto viviente. Pero consciente, con todos sus recuerdos y capacidades mágicas, y con el poder de poseer nuevos cadáveres cuando el suyo se descompusiera demasiado.

De hecho, la única forma de matar a un lich era destruír su filacteria. Pero las filacterias solían ser poderosas gemas mágicas, u artefactos arcanos, no una simple brújula.

—Aitana, una brújula barata como la tuya no puede ser una filacteria. No es posible.
—Ya lo sé. Por eso la defino como “filacteria incompleta”.

Mcdolia se repanchingó el montón de paja que le había servido de cama, esperando más explicaciones. Aitana siguió hablando.

—Verás, una de mis primeras expediciones fue con un grupo de cazadores de demonios, en Egiptrot. Había indicios de que un nigromante se estaba alzando en el país. Se habían visto espectros, muertos vivientes y demás. Los típicos signos de que la energía nigromántica se estaba concentrando y provocando efectos colaterales.
>>Nuestras investigaciones nos llevaron hasta una pirámide, en medio del desierto. Éramos quince: ocho unicornos, dos pegasos y cinco ponis de tierra. Solo regresamos ocho.

—¿Qué ocurrió?

—Entramos en la pirámide, pero cuanto más nos adentrábamos más difícil era orientarse. Las brújulas se volvían locas. Yo estaba intentando encontrar el norte con la mía cuando un compañero me gritó “cuidado”. Cuando me giré lo vi. No era un nigromante: era un lich, un unicornio. Entonó un cántico y conjuró contra mí. Por puro instinto alcé la pezuña, con tanta suerte que el hechizo se incrustó en mi brújula. Me salvó la vida.
>>Entonces llegaron mis compañeros y le atacamos con todo lo que teníamos. El combate fue... horrible. Había espectros surgiendo de todos lados. Los muertos se alzaban del suelo, y el lich podía matar a un poni con un solo hechizo, deteniéndole el corazón. Pero, finalmente, los hechizos de los unicornios lograron atravesar sus defensas.
>>Cuando estuvo indefenso, los unicornios conjuraron a la vez para inmovilizarlo. Yo fui junto a otros a por su filacteria. Era una enorme gema, una esmeralda. La destruimos, y entonces nos lanzamos todos a acabar con el lich. Pero pasó algo... inesperado.

Aitana sacó la brújula destrozada de su chaleco y la alzó, cogiéndola por la cadena.

—Cuando su cuerpo fue destruido, el alma del lich buscó donde resguardarse. Pero al no encontrar nada fue a por la fuente de energía nigromántica más cercana. Y lo único que encontró fue...
—La brújula —concluyó Mcdolia. Aitana Asintió.
—No ha intentado poseer ningún otro cuerpo, creo que está atrapado en la brújula. Pero en ocasiones ha intentado poseerme a mi. Está debilitado, y no puede conjurar por si mismo: tiene que alimentarse de la energía vital del poni que lleva la brújula. Y temo que si la destruyo, simplemente libere al nigromante. Por eso la llevo conmigo.
—Pero.... ¿Cómo es que te obedece? ¿Por qué conjura a través de ti?
—Porque le engaño. Para entendernos, le “doy permiso” para usar mi fuerza en algún momento. Cuando lo hace, creo que reconoce como peligro a lo mismo contra lo que estoy combatiendo. Está muy debilitado pero... ya viste lo que es capaz de hacer. Pero cada vez que lo uso, durante unas horas, Kolnarg recupera su propia voluntad e intenta poseerme. Especialmente mientras duermo.

Mcdolia se quedó de piedra al oír el nombre.

—¿Kolnarg?
—Sí.
—¿Has dicho “Kolnarg”?
—Sí.
—¿El de la leyenda? ¿El nigromante que arrasó el reino faraónico de Egiptrot? ¿El que invocó un ejército de muertos vivientes para vencer al ejército Grifo? ¿¡EL PRIMERO DE LOS LICHES!?

La arqueóloga asintió con la cabeza.

—Por eso lo llevo. Porque si alguien con poca fortaleza mental encontrara la brújula, Kolnarg podría ser liberado. Y si eso ocurre habrá miles de muertes. Algún día encontraré la forma de acabar con él pero... todavía no sé cómo lo haré.
—¿Va a intentar poseerte otra vez, Aitana?

La arqueóloga estudió la brújula. Aunque la miraba de cerca, realmente estaba escudriñándola con una conexión que sólo existía entre ella y el objeto.

—No. Está dormido.
—Menos mal, no tengo ganas de golpearte de nuevo.
—¡No, por favor! —rió Aitana, guardando la brújula—. ¡Todavía me dejarás gilipollas perdida!
—¿Aún más?

Ambas rieron un poco, pero fueron interrumpidas pronto. Un lobo, el padre de la familia que les acogía, abrió la puerta de la habitación portando dos fardos de tela con él. Era un lobo joven, de unos treinta años. Su cuerpo de fuertes piernas y brazos relataba su trabajo cargando barcos mercantes. Habló con bastante prisa, casi atropellándose con sus palabras.

—Tenéis que iros, ponis. La guardia sabe que estáis por el barrio y están registrando todas las casas. Si os encuentran aquí...

Mcdolia se levantó, mirándolo con una sonrisa en la cara.

—Lo entiendo, Kassan. Gracias por acogernos en plena noche, nos has salvado la vida.
—Tú salvaste ayer a mi hijo, Ka'tila Mcdolia. Siempre estaré en deuda contigo.

Ka'tila, “respetada”. No era una palabra que un lobo utilizara con asiduidad, más que para dirigirse a un superior, o para expresar un profundo respeto y agradecimiento hacia alguien. Kassan lanzó los dos fardos de ropa a las yeguas: eran trajes para el desierto completos. Baratos, pero eran efectivos para quitar el calor. Y más importante: las cubrirían completamente. Si caminaban a cuatro patas podrían pasar como dos lobos viajeros. Se vistieron rápidamente.

—Gracias por todo, Kassan —se despidió Mcdolia—. Salam Aleikum.
—Aleikum Salam.

Salieron de la casa y se dirigieron rápidamente a las calles principales de la ciudad. Disimulando entre la multitud sería más difícil que algún guardia se fijara lo suficiente en ellas como para darse cuenta del engaño. Su principal problema, sin embargo, era cómo continuar su viaje al sur.

—¿Alguna idea, Aitana?
—Sí. Todavía tengo bastante oro encima. Creo que lo mejor será llegar hasta el puerto fluvial, está a un par de horas caminando de aquí. Después pagaré a algún comerciante para que nos lleve río arriba, hasta el corazón de los reinos lobos.
—A mí me suena bien.

Después de mezclarse entre un grupo de transportistas que iban al río, y tras sobornar al guardia de la muralla apropiado, las dos yeguas lograron salir de Taichnitlán y dirigirse al puerto fluvial. El sol del desierto era intenso, pero la brisa que venía del mar unida a los trajes que portaban hicieron que el calor fuera soportable.

—Mcdolia, ¿por qué tengo la impresión de que estás... fuera de lugar?

La yegua roja miró a Aitana, con una sonrisa que su amiga no pudo ver debido a las telas.

—¿Te refieres a cuando era una esclava, o así en general?
—No sé, es extraño, pero cuando te miro es... como si no tuvieras que estar aquí. No sé explicarme, me temo, debe ser una paranoia mía.
—Je, no te creas. En el fondo tienes algo de razón.
—¿Y no me lo vas a explicar?
—Nah. A su debido tiempo.
—j*der, cómo te gusta hacerte desear, ¿eh?

**·-----·-----·-----**



Tras un par de horas de caminar, llegaron al puerto. Era, básicamente, un pequeño pueblo que crecía junto al enorme río. Decenas de barcos, más pequeños que los grandes mercantes de Taichnitlán, estaban atracando en el puerto. Otros muchos iban y venían río arriba, mientras inmensas caravanas de transporte traían bienes desde la ciudad.

Se adentraron entre el gentío y se dirigieron directamente al puerto. Aitana buscó a un mozo de cuerdas joven y le pagó un par de monedas a cambio de que le encontrara un capitán dispuesto a llevar a dos pasajeros en su barco. Se notaba que la arqueóloga sabía cómo encontrar servicios sin llamar demasiado la atención.

Después esperaron en una tasca cercana hasta que el mozo volviera a informarles. Ahí pudieron descubrirse la cabeza. Aunque algunos las miraron, curiosos, al poco todos los presentes volvieron a sus asuntos. Era el típico lugar al que acude la gente que no quiere ser molestada, y nadie quería a la guardia por ahí.

Mientras bebían algo -y Mcdolia descubría la cerveza loba- alguien entró en la sala. Parecía un poni semental, pero era algo más alto. Blanco, con un patrón de rayas negras sobre su pelaje y crin, la cual caía sobre un lado de su cuello. Miró alrededor unos segundos antes de acercarse a la mesa donde Aitana y Mcdolia se sentaban.

—Me han informado que en mi barco queréis embarcar —expuso la cebra—. Sin duda, de algo queréis escapar.
—Más que escapar, necesitamos ir al sur lo más rápido posible. ¿Puedes llevarnos?
—No tratáis de escapar, pero parece que os buscan. ¿Es que acaso de bruja te acusan?
—No somos un peligro —explicó Mcdolia. La cebra, tras unos segundos, sonrió.
—Brujas serían llamadas por los lobos la mayoría de cebras. No os preocupéis, no hay nada en vosotras que tema. Soy el capitán Santoj.

Ambas yeguas respiraron aliviadas. Ese capitán no parecía ir a delatarlas.

—Aitana Pones, y ésta es Mcdolia. ¿Cuál es su precio?
—Cuarenta escudos cada pasajero. Y creedme, el dinero estudio con esmero.
—Vaya —exclamó Aitana—. Y se suponía que las cebras eran espirituales.
—Y los ponis pacíficos, Aitana Pones. No te andes con jeroglíficos.

Aitana se llevó una pezuña bajo el traje y contó con el tacto las monedas que llevaba encima.

—Puedo ofrecerte treinta monedas ahora. ¿Comercias también en los puertos de Equestria?
—Sí, comercio con los ponis.
—En ese caso, te puedo hacer un pagaré oficial. En cualquier puerto de Equestria te pagarán lo que diga en él.
—Es un gran retraso en mi pago. No sé si aceptarlo sería sensato.
—¿Veinte escudos extra lo harían aceptable?

La cebra sonrió mientras se levantaba. Aitana maldijo para sus adentros: no iba a aceptarlo. ¿Y cómo explicar que el destino de miles de lobos podía estar en juego si no llegaban rápido?

—Mi barco es el “Ritual Resonante”, muelle doce. Zarparemos al caer la noche.

Sin decir más, Santoj salió de la taberna. Las dos yeguas se miraron, casi sin creer su suerte. Quizá, al final, todo saliera bien.


**·-----·-----·-----**



Finalmente lograron embarcar sin mayores complicaciones. El capitán Santoj las escondió en una caja de carga, y les puso otras encima para evitar que una inspección de la guardia las descubriera. Un par de horas después de zarpar, el propio capitán las dejó salir.

—Podéis salir, mientras naveguemos seguras os debéis sentir.

El viaje iba a durar tres días. Aitana aprovechó la primera noche para confirmar su teoría: Mater Luminis estaba, evidentemente, avanzando hacia Morek-Sidón. Si realmente era a ese evento al que esperaba Manresht para manifestarse, el tiempo se les echaba encima.

La segunda noche, un vigía dio la voz de alarma: frente a ellos una ciudad parecía estar en llamas. El capitán Manoj cogió un catalejo y observó.

—No nos vamos a detener. Los guardas ya están ahí, no podríamos ayudar, solo entorpecer.
—¿Cómo que no? ¡Si nos paramos quizá podamos salvar algunas vidas!

Aitana le quitó el catalejo al capitán y observó ella misma. Abrió la boca, sorpendida.

—Mcdolia, el capitán tiene razón.
—¡Cómo puedes decir eso! ¡Se supone que estás aquí para ayudar! ¿Verdad?
—Escucha, a veces hay que...
—¿Hay que qué, Aitana? ¡No me digas que sólo ayudas cuando te conviene!
—¡j*der, Mcdolia, cállate y mira, que ya estamos cerca!

A medida que se acercaban vieron que era un pueblo pequeño. Dos viviendas estaban en llamas, y aunque podían escuchar los gritos asustados de los ciudadanos, vieron que los guardias habían hecho su trabajo: la población estaba reunida cerca del pequeño puerto, protegida por los soldados. Junto a la orilla del río, un grupo de cuatro guardias combatía contra dos criaturas... salidas del mismo infierno.

Eran dos lobos, un macho y una hembra. Su pelaje estaba en llamas. Lo que es más: las llamas surgían de su propia carne con una fuerza imposible, iluminando la noche. No gritaban de dolor: simplemente, se avalanzaban sobre los soldados, rugiendo. Los guardias usaron sus alabardas para mantenerlos a distancia. Finalmente, a una orden del que parecía el sargento, dos lobos atacaron a la vez, ensartando a las criaturas. Estas se revolvieron, pero los otros dos soldados fueron más rápidos: alzaron sus alabardas y las descargaron todas sus fuerzas sobre sus enemigos. Las armas prácticamente partieron en dos a los zombis ardientes. Los seres dejaron de moverse, y las llamas que surgían de ellos se apagaron. Después fueron arrojados al río.

Por los gritos que llegaron desde la orilla, supieron que el sargento estaba ordenando registrar todo el pueblo en busca de más de esas criaturas. Aitana miró a Mcdolia.

—Escúchame bien, ahora no podemos distraernos. ¿Entiendes? ¡Tenemos que centrarnos en nuestro objetivo! Si nos paramos a ayudar a todo aquel con problemas, sólo surgirán más zombis ardientes.
—Pero...
—¡No hay peros, Mcdolia! ¡Tenemos que seguir adelante, tenemos que encontrar a Manresht y acabar con él! ¡Sólo así detendremos esta pesadilla antes de que sea imparable!

Se quedaron en silencio. La mayoría de la tripulación del barco no hablaba equestriano, así que no entendieron lo que habían discutido las dos ponis. Un joven lobo seguía mirando a la orilla, en shock, mientras repetía “Kelting'otar nahter”, “La fiebre del infierno”. Mcdolia, mirando al lobo, preguntó:

—¿Crees que la guardia podría controlar la plaga, Aitana?
—No —dijo ella sin duda—. Esto solo ha sido el principio. Pronto aparecerán más casos, y más numerosos. Llegará el momento en que sólo podrán exterminar a las poblaciones afectadas.

Asintiendo, Mcdolia se acercó al lobo para intentar consolarlo. Aitana sacó el mapa mientras cabilaba para sí misma. “El primer arco de Ob-Nikoón”. Era su única pista, y ésta provenía de una canción infantil.

—Como nos equivoquemos, estamos jodidas —murmuró para sí misma.

Las llamas del pueblo fueron empequeñeciendo a medida que el barco de alejaba, hasta convertirse en un diminuto punto luminoso en la lejanía. Al día siguiente llegarían a su destino: Joth-Lambarg, la capital de los Reinos Lobos.


**·-----·-----·-----**



Con la primera luz del alba, el “Ritual resonante” inició la maniobra de atraque en la capital loba. Unas pocas columnas de humo translúcido indicaban los incendios que acababan de ser sofocados. El puerto estaba en una tensa quietud: los guardias lo habían tomado, evitando que ningún cuidadano embarcara. En cuanto el barco estuvo asegurado al muelle, un soldado se acercó.

—Los comerciantes vendrán a por su mercacía aquí. No bajen del barco, hay una epidemia.
—¿De qué epidemia se trata?
—La fiebre infernal.

Aitana y Mcdolia, sin dudarlo, se prepararon para saltar al puerto. El lobo, aunque no intentó detenerlas, les advirtió:

—Si bajáis a la ciudad no podréis abandonarla hasta que se levante la cuarentena.
—Lo sabemos —respondió Aitana—. Capitán, gracias por el viaje.
—La mejor de las suertes, queridas amigas. Que todas mis bendiciones os sirvan de guía.

Las dos yeguas se adentraron entre las calles de Joth-Lambarg. El miedo se respiraba en el ambiente: los comercios estaban cerrados, las ventanas más altas de las viviendas tenían cerradas las persianas. Algunos lobos estaban en la calle, usando maderas para atrancar las puertas y ventanas a nivel de la calle.

—¡Apartáos!

Un grupo de guardias se abrió paso por la calle. Entre ellos portaban dos camillas sobre las que reposaban los cadáveres de dos lobos, uno de ellos un adolescente. El pelaje de ambos estaba totalmente carbonizado y el olor a quemado que emanaba de los cuerpos era nauseabundo. Como si se hubieran carbonizado con un fuego blasfemo para todo ser vivo. Aitana y Mcdolia, ocultas bajo sus trajes, observaron en silencio.

—¿Alguna idea, Mcdolia?
—Sí. Esos lobos debían tener familia. Iré a encontrarla, quizá nos ayuden.
—Yo voy a buscar información sobre algún monumento a Ob-nikoón. Nos encontramos aquí dentro de dos horas, ¿hecho?
—Hecho.

**·-----·-----·-----**



—Empezó... a media noche.

Mcdolia hablaba con una pareja de lobos. De hecho, los padres del adolescente muerto que habían visto en la calle. Le había relativamente poco tiempo: había encontrado la casa calcinada de la que venían los guardias, y luego solo tuvo que preguntar a los vecinos. Lo más complicado fue cuando tuvo que quitarse el traje, mostrando su naturaleza poni.

—¡Pero tú eres una poni!
—Hay rumores... dicen que había una bruja poni en Taichnitlán.
—Soy una poni, pero no soy una bruja —explicó Mcdolia con una sonrisa—. De hecho estoy intentando detener la maldición de la fiebre infernal.


Mcdolia sabía que había llamado la atención de varios lobos de la zona, y que era probable que llamaran a la guardia. Tendría que averiguar lo que pudiera cuanto antes antes de salir a escondidas por la parte trasera de la casa. El lobo, mientras abrazaba a su esposa, siguió relatando.

—Nuestro hijo, Caleb... sufría fiebres. Empezaron hace dos días, llamamos al médico del barrio y éste le dio unas hierbas. Dijo que se curaría pero... pero no lo hizo. Fue a peor y... falleció ayer por la tarde.

La loba emitió un gemido ahogado.

—Lo... lo llevamos a casa, como es tradición. Queríamos guardarle vela durante la noche, y esta mañana... incinerarlo. Pero... no... no ocurrió así...

El padre del fallecido bajó la cabeza, con los ojos abiertos y brillantes por el shock.

—Por favor, tómese el tiempo que necesite —suplicó Mcdolia. Al cabo de un par de minutos fue la madre la que habló.
—Yo lo estaba guardando. Mi hijo, mi valiente hijo... estaba muerto. Lo sé, ¡una madre sabe cuando su hijo ha muerto! Pero... de repente... se levantó. ¡Se levantó! ¡Mi hijo estaba vivo! ¡Eso es lo que creí!
—Pero cuando abrió los ojos —interrumpió el padre—, vi el fuego. Fuego que ardía tras sus párpados. Y se extendió, mientras Caleb se levantaba. Iba a... iba... oh, Gorksht bendito... ¡iba a matar a su propia madre! Ese no era mi hijo. No lo era.

El padre volvió a callar mientras se concentraba por controlar los temblores que habían invadido su cuerpo.

—Empujé a Caleb y saqué a mi esposa de allí. Después empezaron las llamas... y los gritos. Por toda la ciudad. Dicen que ha ocurrido en... otros sitios.

La loba se libró del abrazo de su marido y clavó los ojos en Mcdolia. Le transmitió todo su dolor, su rabia y su impotencia. El sufrimiento de una madre que había visto algo peor que a un hijo muerto: había visto a su único hijo convertido en un monstruo.

—Júralo.
—¿Qué?
—Jura que acabaras con esto, poni. Júralo, por todos los dioses. He perdido a mi único hijo, y acabamos de confiar en una extranjera, en una poni, para compartir este dolor. Todo bajo la promesa de que estás aquí para detener todo esto.
—Amor.... —intentó el marido.
—¡Júralo, por todos los dioses! ¡Jura que acabarás con esta pesadilla cuanto antes! ¡Júralo!

Mcdolia se levantó, devolviéndole la mirada a la loba. Una mirada llena de determinación y valor, mezclados con el dolor que le había transmitido la madre.

—Lo juro. Detendremos la fiebre del infierno.

La pareja loba se abrazaron cuando la madre rompió a llorar de nuevo, y la yegua roja supo que ya era hora de marcharse. Poniéndose su traje se dirigió hacia la salida trasera de la casa para perderse entre las callejuelas de la capital. Pero antes de salir, una voz la interrumpió.

—Poni.

Era una loba joven, la vecina que había dado cobijo a la pareja tras haber perdido su casa y su hijo.

—Antes de que... ocurriera... sentí algo.
—¿Qué sentiste?
—Me desperté, pero tranquila. No era una pesadilla. Pero sentía que algo iba mal. Tenía todo el pelaje erizado y sentía un cosquilleo en la nuca. Y luego tuve mucho miedo.
—Eso es normal, tus vecinos gritaron y había fuego.
—No, no lo entiendes.

La loba miró hacia la sala, asegurándose de que la pareja no la oía.

—Sentí esto unos minutos antes de que empezaran a gritar. Fue antes de que Caleb se levantara, ¿entiendes?

Mcdolia asintió en silencio. Después le puso una pezuña en el hombro.

—Detendremos esto. Lo juro.


**·-----·-----·-----**



—Una oleada mágica...

Poco después de su encuentro con la pareja de lobos, Mcdolia se encontró con Aitana y se refugiaron en una casa abandonada. Ahí, la yegua roja le contó todo a su amiga, incluído el extraño fenómeno que azotó a la joven loba.

—¿Entonces estos zombis de fuego están creados por un gran conjuro?
—No es tan simple. Creo que la Fiebre Ardiente es un efecto secundario de la comunión de Manresht con fuerzas demoníacas.
—Si es así, cada día se está volviendo más poderoso.
—Cierto...

La expresión de Aitana se iluminó, mientras una sonrisa empezaba a recorrer su rostro.

—¿Tienes una idea?

La poni marrón metió la pezuña en uno de los bolsillos de su chaleco y de él sacó... un artefacto mucho más grande que la propia chaqueta. Era un conjunto de tres aros de latón, unidos entre sí con suaves engranajes. Cuando Aitana desplegó un trípode bajo el artefacto, se pudo apreciar que los aros rotaban en distintas direcicones y ángulos. A Mcdolia le recordaba a un aparato para calcular trayectorias astronómicas.

—¿Cómo guardabas eso ahí dentro?
—Es un bolsillo dimensional. Un regalo de mi padre.
—Un unicornio, supongo.
—Sí. Es el decano de la universidad de Manehattan, el profesor Pones.

Mientras explicaba, Aitana sacó una ornamentada punta de metal de algún lugar de su chaleco. Mirando más de cerca, la yegua roja pudo ver que, en la base, llevaba engarzada una gema que brillaba por si misma. Con varios rápidos y hábiles movimientos, la arqueóloga fue tocando distintos puntos del artefacto. A medida que lo hacía, pequeñas runas se iluminaron a lo largo de los aros.

Con un último toque, el aparato cobró vida: los aros empezaron a girar por si mismos, poco a poco, coordinados con precisión milimétrica. Finalmente, Aitana dejó caer la aguja dentro del artefacto. Sorprendentemente, ésta no cayó al fondo, sino que se quedó flotando justo en el centro, girando en el aire poco a poco.

—Perfecto. Con esto podremos encontrar el origen de la energía demoníaca.
—¿Es un detector?
—Algo así, es un artefacto Germareno* que conseguí en mi primera expedición.
—¿Conseguiste?

Aitana apartó un poco la vista y tosió dentro de su pezuña.

—Ejjem... bueno, en los registros pone que se perdió en el viaje de vuelta.

Mcdolia se aguantó una risilla.

—Mejor no preguntaré. ¿Qué tenemos que hacer ahora?
—Esperar a media noche. Necesitaré unos minutos para que calibrarlo todo. Mejor pasemos desapercibidas hasta enton...

Crack.

Las dos ponis se giraron a la vez hacia el lugar de donde había salido el crujido. En total silencio, Mcdolia se acercó a la puerta y miró asomándose lo menos posible. Abriendo mucho los ojos, se giró hacia Aitana y le hizo gestos con la pezuña. La arqueóloga guardó rápidamente el detector mágico en el chaleco -sin tener que plegarlo siquiera- y se deslizó en sigilo hacia una ventana trasera.

Segundos después de que ambas yeguas abandonaran el edificio, la puerta estalló en pedazos cuando un enorme lobo la atravesó. Cuatro soldados más entraron tras éste en tropel.

—¡Ponis, quedáis detenidas por brujería!
—Este... sargento, no están.
—¡Ya lo he visto, idiotas! ¡Desplegáos, buscadlas!

Desde lo alto de un tejado al que habían llegado látigo mediante, Aitana y Mcdolia observaban escondidas a los guardias.

—Gran forma de pasar desapercibidas —bromeó la yegua roja.
—Cago en todo —maldijo la arqueóloga.

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*Germareno: Se lee "germerno" (Ger- mare - no)
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Re: AITANA PONES: "La verdad tras la mentira" (Capítulo 3)

Notapor McDohl » 26 Feb 2014, 01:38

El argumento se complica... y me encanta la intensidad de las situaciones, la sensación de amenaza constante. Los nuevos secundarios son muy buenos (el capitán cebra me ha encantado y la escena con la familia de lobos conmueve).

Also, me encanta como te está quedando Macdolia :3
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Re: AITANA PONES: "La verdad tras la mentira" (Capítulo 3)

Notapor Volgrand » 26 Feb 2014, 13:08

Por cierto, he empezado a publicar este fic en Fanfiction.net también. ¡LOS QUE ESCRIBIS COSAS RELACIONADAS CON AITANA! ¡QUIERO VER VUESTROS FICS AHÍ TAMBIÉN! ¡Creemos todo un universo alterno con nuestros pjs :D!
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Re: AITANA PONES: "La verdad tras la mentira" (Capítulo 3)

Notapor McDohl » 26 Feb 2014, 17:16

Volgrand escribió en 26 Feb 2014, 13:08:Por cierto, he empezado a publicar este fic en Fanfiction.net también. ¡LOS QUE ESCRIBIS COSAS RELACIONADAS CON AITANA! ¡QUIERO VER VUESTROS FICS AHÍ TAMBIÉN! ¡Creemos todo un universo alterno con nuestros pjs :D!


Dicho y hecho: el fic de Castlemania está subido a fanfiction.net :D
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