Las reuniones de los martes [Humano, Triste]

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Las reuniones de los martes [Humano, Triste]

Notapor Ushio » 26 Ene 2014, 23:33

¡Hola a todos!
Bueno, la idea para este fanfic se me ocurrió hace un par de días y aunque casi no lo he repasado, me muero de ganas de compartirlo con vosotros. Tengo un montón de ideas y futuras escenas planeadas, así que no creo que lo dejé tirado. Antes de que sigáis leyendo aviso de que solo he visto la primera temporada (y los dos primeros caps de la segunda) así que hay datos que aun desconozco (como por ejemplo, quién es Shining Armor. Osea, me han spoileado quién es, pero como no le he visto en ningú cap, para mi no existe). También quiero decir que esto es un WiP (Work in progress, trabajo en progreso) lo cual significa que en cualquier momento puedo volver atrás y cambiar detalles o cosas del fic. Lo siento si eso es una molestia.

Y ahora viene lo más importante y que quizá debería haber mencionado antes: están humanizadas. Tengo entendido que esto está como mal visto en el fandom o algo así (¿a causa de Equestria Girls, creo?) pero yo quería humanizarlas...y bueno, eventualmente, el tema pony volverá a salir. Aunque no como esperáis.
¿Seguís ahí? ¿Seguís interesados en leer? Bien, demos algunos datos.

Título: Las reuniones de los martes
Autora: Una servidora
Parejas: Fluttershy/Rainbow Dash, Rarity/Applejack, Twilight/Pinkie (bajo otros nombres)
Sinopsis: Ser adolescente siempre es duro. Cuándo a los típicos problemas añadimos dolor, verdadero dolor y angustia, emociones difíciles con las que cargar, un poco de ayuda siempre es bien recibida. Seis chicas, seis universos diferentes que no tienen nada que ver. El día son los martes, a las cuatro y media. El objetivo: hacerlas sonreír.

Hum, no tengo ni idea de como funciona este foro en lo que respecta a los fanfics así que si me equivoco o hago algo mal, por favor, decídmelo. Aquí tenéis un trozo del primer capítulo. Mañana más (;
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1. Una estrella cae en Brooklyn


Tora observó con aire temeroso la puerta de la sala. Podía oír voces al otro lado, ruido de sillas y hasta alguna risa suelta. Sintiéndose cada vez más nerviosa, volvió a mirar el cartel de plástico que se balanceaba al lado de la puerta, para asegurarse de que no se equivocaba de sitio. El cartel indudablemente, contenía las palabras Grupo de Apoyo escritas a máquina. Pero esa seguridad no le dio ningún coraje, y en un gesto histérico, se frotó sus sudorosas manos en la parte delantera de sus jeans.

No estaba nerviosa, estaba muerta de miedo, simplemente aterrada. Y eso era un motivo todavía mayor para entrar. Por eso iba, ¿no? Porque sus padres creían que se estaba cerrando sobre sí misma, que estaba perdiendo habilidades sociales y lo único que hacía era leer. Cada día se tornaba un poco más introvertida que el anterior, cada vez era más difícil levantarse...

Tora tomó una honda respiración y asintió varias veces con la cabeza, dándose ánimos. Puso la mano en el pomo, lo giró lentamente, y entró en la clase.

Puedo hacer esto. Puedo, claro que puedo.

El aula era como cualquier otra del instituto, con sus paredes grises, y posters desfasados que intentaban ser motivadores, colgados de las paredes. Había algunas mesas apartadas al fondo, dos estanterías llenas de diccionarios y enciclopedias, y en el centro de la estancia, siete sillas colocadas en círculo. Todas ocupadas excepto la suya. Al verla entrar, una mujer joven con el cabello recogido en una trenza se acercó a saludarla. Tenía todos los dedos excepto los pulgares llenos de hilos de colores.

—Bienvenida, cielo. Tú debes ser Tora Suzuki, ¿cierto?

—Sí, señora...

—Quincy, Celeste Quincy, pero llámame por mi nombre, ¿vale? —la psicopedagoga sonrió con cariño, como si la conociera de toda la vida, pero a Tora esa expresión de compañerismo no le gustó nada. Hacía que se sintiera incómoda, inadecuada. Algo abochornada, bajó la cabeza y empezó a juguetear con sus manos. ¿Cómo debía responder? ¿Tenía que mostrar la misma familiaridad?

Celeste se dio cuenta de que la había puesto en un aprieto, y mostró un semblante más serio y profesional.

—Ve a tu sitio —dijo suavemente.

Tora se dirigió a la silla vacía, molesta consigo misma por no haber tenido más valor, por haber causado una primera impresión tan mala en sus nuevas compañeras. A saber qué pensarán ahora de mí.

Se sentó en silencio, dejando su bandolera en el suelo, y le echó un vistazo poco disimulado las otras chicas. A su izquierda estaba sentada Ryan Dwight, conocida en todo el instituto por ser la mejor atleta que la ciudad podía ofrecer...y la única lesbiana fuera del armario. Tora jamás había intercambiado una palabra con ella, pero siempre le había parecido una chica dura, fuerte, alguien que no se moriría de nervios por entrar en una clase. Sería una mentira decir que no la admiraba, y que no le sorprendía verla allí.

Ryan se giró para mirarla al darse cuenta de que estaba siendo observada. Tenía el pelo teñido como un vibrante arcoíris y la mitad de la cabeza afeitada. Sus ojos castaños destilaban hostilidad y Tora desvió su atención hacia la chica sentada a su derecha; otra celebridad local, Rachel Rare. Hija de un famoso diseñador de moda y tan diva como su padre. Iba siempre impecablemente vestida de pies a cabeza con las prendas más caras y modernas. Hasta sus uñas conjuntaban.

En ese momento también notó su mirada y le dedicó una pequeña sonrisa. Tiene una sonrisa preciosa, pensó Tora vagamente.

Antes de que pudiera continuar su análisis con el resto de chicas, la psicopedagoga dio dos palmadas para atraer su atención y, aparentemente, dio comienzo la reunión.

—Bien, ahora que estamos todas, podemos empezar. Mi nombre es Celeste Quincy, como algunos ya sabéis, pero espero que me llaméis Celeste. Vamos a hablar mucho durante las próximas semanas, y un poco de confianza y familiaridad ayudarán a preparar el terreno.

Ryan soltó un bufido sarcástico al oír sus palabras, dejando muy claro que pensaba. Celeste ni se inmutó y continuó con su discurso, aun sonriendo.

—Como sabréis, este grupo de apoyo existe para que todos los alumnos que sufren algún tipo de problema puedan recibir la ayuda psicológica necesaria. Tanto la directora como yo, creemos que la terapia de grupo es más efectiva que es la individual. Pero si alguna se siente incómoda, quiere abandonar las sesiones o continuar por su cuenta conmigo, solo debe avisarnos. Aunque vuestros padres hayan contactado con el colegio para que tuvierais algún tipo de ayuda, no estáis obligadas a venir. Este es un sitio seguro.

Tora escuchó atentamente sus palabras, tratando de sentir algo de confort ante la idea de no tener que ir obligatoriamente, pero lo único que sentía era un pánico frío y pegajoso en la base de su estómago. No se sentía segura en absoluto.

—A continuación, vamos a presentarnos para conocernos mejor. Decid vuestro nombre, edad, y motivo para estar aquí. Si queréis añadir algún detalle sobre vuestra personalidad o gustos, será más que bienvenido —finalizó con una amplia sonrisa. Entonces sus ojos se tornaron hacia Tora e hizo un gesto con la cabeza—. Tora, cielo, ya que has llegado la última, ¿por qué no empiezas tú?

Chirriando los dientes, la joven asintió con la cabeza. ¿Qué clase de argumento era ese?

—Me llamo Tora Suzuki. Tengo diecisiete años y lo que más me gusta hacer es leer. Estoy aquí porque...porque...
—las palabras se le hicieron una bola en la garganta y sus ojos ardían con lágrimas contenidas—...mi hermano Sora m-murió hace seis meses. Y mis padres creen que debería enfrentarme al duelo —terminó en una voz casi inaudible, cabizbaja. Las demás no dijeron nada, pero podía sentir su lástima y simpatía como una losa sobre sus hombros.

Dios mío, dios mío, ¿por qué duele tanto? ¿Acaso nunca dejará de doler?

—Gracias por decírnoslo, Tora —respondió Celeste con una triste sonrisa—. Rachel, continúa tú.

—Será un placer. Mi nombre es Rachel Rare, como todos ya debéis saber, y tengo dieciocho años. Mi pasión es la moda y todo aquello mínimamente encantador —y al decir esto le echó un vistazo poco apreciativo a la ropa de una rubia sentada a su lado. La rubia se cruzó de brazos y la fulminó con la mirada. Rachel continuó como si no hubiera visto nada—. He venido a esta reunión porque mi padre...bueno. Mis padres se divorciaron en marzo. Y aunque yo sé que estoy perfectamente bien —puntualizó mirando acusativamente a Celeste—, él insiste en que me está afectando demasiado.

—¿En serio? ¿Ese es tu gran problema? —espetó Ryan con aire incrédulo—. No me lo puedo creer, ¿se puede ser más niñata?

—¡Ryan! ¡No hables así! —replicó Celeste, reprobadora.

Rachel, ruborizada hasta la punta de las orejas, miró al suelo y perdió un poco de su confianza en sí misma. Tora observó casi fascinada (aunque con el cuerpo aun temblando por haber pronunciado el nombre de Sora) como Ryan se amedrentaba y parecía sentir culpabilidad.

—No me juzgues sin conocerme. No sabes nada de mis problemas —respondió Rachel en tono gélido.

—Perdón —masculló Ryan entre dientes. Celeste le dirigió una última mirada de advertencia.

Tora se revolvió un poco en su asiento, entre exasperada, aburrida y conmocionada. ¿Cómo iba a ayudarla saber los problemas de una panda de piradas? Ella no estaba en condiciones de ayudarlas...y tampoco creía que nadie fuera capaz de hacerla sentir bien. Ni siquiera feliz, simplemente bien. Desde la muerte de Sora los días se sucedían uno tras otro como si jamás hubieran tenido lugar. Meses enteros se esfumaban sin que recordara haberse levantado, haber comido o ido a clase. Todo era tan...monótono. Vacío, repetitivo.

De repente, una insoportable sensación de tristeza inundó a Tora. Una sensación de impotencia y vulnerabilidad que, con toda seguridad, no se resolvería por estar allí. Suspirando levemente, cruzó los brazos y las piernas, abrazándose a sí misma.

Todas las chicas parecían incómodas y algo a la defensiva, a causa de Ryan. Celeste se recompuso rápidamente y con otra sonrisa, esta vez un poco condescendiente, se dirigió a la atleta.

—Ya que tienes tantas ganas de opinar sobre los problemas de las demás, preséntate para que también ellas puedan emitir un criterio, cielo —algo en el apelativo de la psicóloga, por cariñoso que fuera, le dio escalofríos a Tora. Desde luego, Celeste Quincy no era nadie con quién meterse.

—Vale —murmuró Ryan, poniendo los ojos en blanco, como si todo aquello fuera indigno de su persona—. Me llamo Ryan Dwight, tengo dieciocho años y soy la mejor atleta del lugar. Lo mío son las carreras, la velocidad y las buenas emociones. Estoy aquí... —llegados a este punto se detuvo, algo atascada, y la chica sentada a su lado le dio un apretón en la mano para darle ánimos. Morena, de expresión tremendamente dulce. Tora no la había visto en su vida—...estoy aquí porque tengo muchos problemas. Hace poco salí del armario y la gente me trata diferente. Mis compañeros de equipo casi no quieren saber nada de mí, a veces me llaman nombres, o me ponen cosas en la taquilla. Es la primera vez que me hacen bullying y es...

—Duro, ¿eh? —completó la rubia sentada al lado de Rachel con voz comprensiva. Ryan alzó la vista, sorprendida, y asintió despacio. Parecía confusa de que alguien más compartiera sus experiencias, su miedo.

—Además —continuó—, me está costando mucho acostumbrarme a ser les-lesbiana. Es como si todo mi mundo hubiera cambiado y me siento...perdida —la palabra murió en sus labios casi sin ser pronunciada, y Tora sintió un súbito ramalazo de simpatía al ver lo mal que lo estaba pasando Ryan. Ella, que era tan fuerte, que con tanta facilidad había ignorado siempre los comentarios ajenos, ahora parecía derrumbada.

Verla tan deshecha le causó una fuerte impresión. Quería transmitirle su apoyo de alguna manera, decirle algo que la pudiera animar...pero no se le ocurría nada. ¿Y si decía algo equivocado? ¿Y si Ryan se sentía ofendida, y si no quería ser compadecida? ¿Y si la odiaba? ¿Y si...?

Haciendo un serio esfuerzo para salir de su debacle, Tora reunió todo el valor del que se veía capaz y puso una mano temblorosa en el hombro de la chica. Esta se giró de inmediato y alzó una ceja interrogativa, más no parecía enfadada. Tora le dio un leve apretón y asintió con la cabeza un par de veces. La más tímida de las sonrisas afloró en sus labios.

Y cuando Ryan le devolvió otra esquiva sonrisa sintió como si algo cálido la recorriera por dentro.

Celeste parecía terriblemente satisfecha.

—Gracias por compartirlo con nosotras, Ryan. Florence, ¿te parece bien si ahora te presentas tú?

La chica que antes había dado ánimos a Ryan dio un respingo, asustada, y negó con la cabeza enérgicamente. Tora la observó con curiosidad, preguntándose porque no hablaba. No la había visto nunca antes por el instituto, pero tampoco había oído nada sobre una alumna nueva. Viendo su timidez y su forma de vestir, Tora supuso que, al igual que ella, pasaba completamente desapercibida.

Tenía el cabello ondulado y de un color castaño miel verdaderamente bonito. Sus ojos azules eran enormes, y muy tristes, con larguísimas pestañas naturales. Su ropa era muy femenina, casi rozando en lo infantil: un jersey amarillo de cuello vuelto y una larga falda rosa, brocada con mariposas y de aspecto pesado. Era una de las chicas más guapas que Tora había visto en su vida pero no parecía ser consciente de serlo.
Encogida en su asiento y con los ojos clavados en el suelo, era la viva imagen de la vergüenza.

—¿Seguro que no quieres intentarlo, cielo? Nadie se reirá ni te juzgará. De verdad.

—Es que... —respondió con una voz muy flojita, diminuta, casi imperceptible.

—Ya la presento yo, Celeste. Se llama Florence Babbit, tiene diecinueve añ...

—No, Ryan —interrumpió firmemente la mujer—. Debe hacerlo ella. Si no encuentra el valor en sí misma, no mejorará.

—Pero...

—No importa —dijo entonces Florence, sobresaltándolos a todos—. No quiero ser una molestia para Ry, ya me presento.

—¿Seguro? —preguntó Ryan, claramente preocupada. Florence le dirigió una mirada tierna, llena de cariño. Era obvio que esas dos eran amigas desde hacía mucho tiempo y Tora no pudo evitar preguntarse, sintiéndose un poco metomentodo, si no habría algo más.

—Sí. Hola a todas. Mi nombre es Florence Babbit. Tengo diecinueve años, porque repetí cuarto curso dos veces. Me...me encantan las flores y los animales. Estoy aquí porque tengo ansiedad social y porque me hacen bullying —habló muy despacio y en un tono muy leve, casi como si le dieran miedo las palabras, pero había tanta dulzura en su voz que Tora se escandalizó al pensar que alguien sería capaz de acosar a una persona tan amable.

—Felicidades Florence, lo has hecho muy bien —le sonrió Celeste. Florence devolvió el gesto casi de manera automática y le lanzó un vistazo rápido a Tora antes de hablar otra vez.

—¿Puedo decir una cosa?

—Por supuesto. No tenéis que pedir permiso. Podéis decir lo que queráis siempre y cuando seáis respetuosas unas con otras.

Entonces Florence se volvió hacia Tora y la miró con una enorme lástima y compasión que la incomodaron bastante.

—Siento muchísimo lo de tu hermano. Por favor, ten mi más sentido pésame.

Sorprendida e irritada a partes iguales, Tora se esforzó por pensar en el valor del gesto y no en lo mucho que le molestaba pensar en Sora. Un leve asentimiento pareció ser bastante para contentar a Florence, que le dedicó una sonrisa breve antes de mirar al frente de nuevo. Tora cruzó los brazos con más fuerza, nerviosa. No le gustaba que le hablaran de Sora, ni que le dieran el pésame. Era inevitable, pero...no le gustaba.

En este grupo recibirás mucha compasión. Acostúmbrate.

Buscando algo con lo que distraerse, dirigió su vista hacia la ventana. La luz de la tarde se filtraba por los cristales sucios como filigranas de oro, creando complejas sombras en el suelo. Afuera, un grajo soltó un agudo chillido. Otros pájaros respondieron al sonido, creando una molesta cacofonía. El patio estaba desierto.
Cuando Tora se giró en su silla, vio que nadie más había oído a los pájaros, que nadie más había mirado por la ventana. Todas estaban demasiado metidas en sus propias cabezas. Y ver desde fuera lo que llevaba tantos meses haciendo le produjo una gran tristeza.

—Amanda, Diana, solo quedáis vosotras. ¿Quieres ir tu primero, Amanda?

—No me importa —replicó la rubia encogiéndose de hombros—. Me llamo Amanda Daniels, tengo dieciocho años y trabajo en la granja de manzanas a las afueras de la ciudá. He venido pa’que mi abuela deje de molestarme todo el santo día con eso de que soy una adicta al trabajo. Dice que no estoy bien de la cabeza, que lo mío roza la obsesión...pero yo no siento na’.

Rachel parecía seriamente ofendida con la manera de hablar de Amanda, pero no dijo ni una palabra cuando esta la miró con una sonrisita de suficiencia, como si supiera que la estaba molestando. Una especie de rivalidad extraña se estaba creando entre las dos.

A Tora le gustó Amanda. La encontró divertida, natural, le parecía una persona honesta. No creía que su problema fuera tan grave como para estar allí, pero...le alegraba que alguien más o menos cuerdo fuera a estar con ellas. Y a pesar de lo que Rachel pudiera pensar, Amanda llevaba un peto sucio de tierra con muchísimo desparpajo y naturalidad.

—Gracias por ser tan sincera, cielo. Diana, solo quedas tú. ¿Crees que podrás hacerlo?

—Sí —respondió escuetamente la chica sentada al lado de Celeste.

—Pues adelante. Cuenta lo que te haga sentir cómoda, no te preocupes por nada más, ¿vale?

Tora centró su atención en Diana, que hasta ese momento no había abierto la boca ni echo siquiera un movimiento para indicar su presencia en la sala. De inmediato se sintió atraída y fascinada por la expresión vacía de su rostro. Sintió un repentino impulso de encender esos ojos vacíos, de arrancarle una sonrisa. Ver su expresión muerta era como verse en un espejo a sí misma.

Tiene el pelo rosa.

—Me llamo Diana. Tengo diecisiete años. Mis padres y mi hermana murieron hace tres meses en un incendio —explicó con voz fría.

El silenció inundó la sala como una ola de agua helada. Un océano que las tragaba y engullía a todas porque, ¿cómo respondes ante un dolor tan grande? ¿Cómo vives, como respiras, como piensas cuando cada una de tus células debe estar chillando en agonía?

Ninguna de ellas dijo nada y Diana bajó la cabeza.
__________________________________________

¿Es muy largo? Si queréis que lo ponga en una etiqueta de Spoiler decid que yo lo hago. Detallitos: he hecho a Twilight asiática porque sí. Su hermano pequeña sería Spike (Sora). Acepto todo tipo de críticas constructivas pero por favor, nada de odio. Si no os gusta el tema o la idea, seguid adelante con el siguiente fic.

¡Gracias por leer!
Última edición por Ushio el 27 Ene 2014, 00:06, editado 1 vez en total
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Re: Las reuniones de los martes [Humano, Triste]

Notapor edgareo » 27 Ene 2014, 00:02

Me encanta, tienes a un lector más y a tu primer fan, deseo de ver más ^^
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Re: Las reuniones de los martes [Humano, Triste]

Notapor agustin47 » 27 Ene 2014, 21:11

No me gusta lo humanized, y claro, al no haber visto la serie entera probablemente un psr de detslles no cuadraran del todo, pero está bien, la narración no es nada mala y el estilo es fresco y entretenido. Mi enhorabuena.
Los milagros no son gratuitos.

La ignorancia a veces puede significar felicidad, y en este caso, la nuestra resulta ser una verdadera bendición.


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